Ella misma coge el teléfono cuando se llama a la bodega. Porque Esther Teijeiro, a sus 87 años, sigue muy activa y tiene una energía envidiable. Sigue recorriendo sus viñedos a diario, algo que tiene más mérito si cabe porque están en bancales situados en la Ribeira Sacra, en terrenos escarpados y con mucha pendiente: es la llamada viticultura heroica. “Es un poco malo de subir y bajar, pero poco a poco se hace. Ahora tenemos raíles y pistas. Aún así es costoso, pero cuando yo era joven no había nada. Había que ir cargando con todo. Entonces era mucho más duro que ahora”, recuerda.
Y ella puede considerarse una de las más heroicas viticultoras, porque fue la primera en muchas cosas. “Si nunca salí de aquí”, dice, quitándose mérito. Pero la suya es una sabiduría de la que da la experiencia. La de haber vivido toda la vida entre viñedos. “Mis abuelos ya vivían del vino, pero entonces se vivía mal. Aquellos tiempos eran muy duros”, recuerda Esther. Sus padres también se dedicaron a producir vino y ella lo vio como un camino natural.
Pero no se limitó a seguir con lo hecho hasta entonces. Ella quería innovar. Su intuición y valentía la llevaron a ser la primera del lugar en embotellar su propio vino, cuando el resto de viticultores de la zona lo vendían a granel. Consideraba que sus caldos eran lo suficientemente buenos para venderse en botella y no dejó que las críticas de su entorno la echaran para atrás. “Me decían que estaba loca, igual un poco estaba”, cuenta entre risas, “pero quise montar así la bodega porque en La Rioja ya tenían vino etiquetado y yo dije que por qué no íbamos a hacer nosotros lo mismo”.
En 1997 también fue la primera en inscribir su bodega Diego de Lemos, situada en Chantada (Lugo), en la denominación de origen Ribeira Sacra, en cuando hubo Consejo Regulador.
Con la edad no perdió energía ni iniciativa. Al revés, cuando ya tenía 64 años, en vez de pensar en jubilarse, decidió crear la primera bodega de vino ecológico de Galicia. Era el año 2002. “Ahí estaba más loca aún. La gente no sabía qué era eso del vino ecológico, pero yo tenía la referencia en mis padres. Ellos lo hacían todo de forma natural. Yo hasta el año 95 usaba herbicidas, era la moda, pero un día llegué a las viñas y vi que estaba todo desierto, no había ni una sola hierba, no había nada. Y pensé que la tierra estaba enferma y decidí no echar nada más”, relata Esther. Una decisión que no fue nada fácil de tomar y para la que tuvo que enfrentarse a las burlas y la desconfianza de sus vecinos e incluso de su familia. “Mi marido no quería, porque la gente le decía: tu mujer está loca. Él me decía que íbamos a morir de hambre. Yo le dije que igual moríamos de hambre pero si no moriríamos envenenados”.
No solo no murieron de hambre, sino que Esther ha recibido varios galardones por su labor. En 2005 le dieron el premio a la Mujer Rural Emprendedora de Galicia, en reconocimiento a su trayectoria.
La bodega se llama Diego de Lemos en honor al abuelo de Esther y cultivan cepas de Mencía, Godello y Treixadura. Su familia se dedica a hacer vino desde 1840. Esther es el alma de la familia y ha transmitido su amor por las vides a sus hijos. Los dos se dedicaron también a la bodega familiar y el futuro está asegurado, porque su nieto ha decidido seguir sus pasos. “Él es enólogo”, aclara, orgullosa.
Presume de la formación de su nieto pero ella tiene su propio sistema para saber qué necesitan las vides. “Hay que escuchar a la tierra y a las cepas. Si todos los días se va junto a ellas se sabe lo que quieren”. Por eso ella sigue yendo a diario a sus viñedos y no piensa en retirarse. “Tengo muchos años, pero cuando no trabaje me quiero ir para el otro mundo”, asegura.