Cristina forma parte de una cuadrilla de obreros que recorre a diario las calles de Vigo (Pontevedra). Trabaja en la mejora de viales, reparando aquellas baldosas que se quedan sueltas o se rompen en las aceras.
Esta joven de 28 años es albañil y toda una excepción dentro de un sector que está dominado por hombres. “No me imagino dedicándome a otra cosa”, afirma Cristina, al tiempo que reconoce que, de pequeña, nunca supuso que sus útiles de trabajo serían el mortero, el cincel o la paleta.
Su primer contacto con el mundo de las obras se produjo cuando tenía 18 años. Acaba de ser madre, necesitaba trabajar y, a través de un plan de empleo, le surgió la oportunidad de introducirse en el sector de la construcción.
“Durante seis meses trabajé encofrando aceras, haciendo canalizaciones y muros de contención. El trabajo me encantaba”, sostiene. Sin embargo, las siguientes oportunidades laborales la llevaron hacia otros derroteros.
Trabajó en una panadería, en una floristería, en una oficina y, también, en un supermercado. Pero nada le gustaba más que estar en la obra.
El sector de la construcción volvió a llamar a su puerta tras la irrupción del coronavirus. La pandemia, como a otras muchas personas, también cambió la vida de esta joven viguesa.
“Me quedé en el paro y me surgió la oportunidad de hacer un curso de albañilería a través de la Fundación Laboral de la Construcción”, cuenta. En esa formación había una veintena de alumnos y solo dos eran mujeres. “Sí, es verdad, las chicas en este mundo somos una excepción”, reconoce.
Tras acabar ese curso, tuvo que elegir entre trabajar en un supermercado y volver a ponerse el mono de obra. Y no lo dudó. “En junio cumplo dos años en el oficio de albañil”, señala. Ese el tiempo que lleva contratada en la empresa de construcción que se dedica al mantenimiento de los viales en Vigo.
Y tan feliz. Empieza su jornada a las ocho de la mañana y, tras cargar el remolque de la furgoneta de mortero, cemento y herramientas, recorre los barrios de Vigo reparando aceras. “No puedo estar más contenta, con el trabajo y con mis compañeros”, afirma. Esos compañeros son hombres.
Cristina reconoce que algunos viandantes se paran ante ella cuando la ven trabajar. Ver a una mujer abriendo zanjas y perforando el pavimento con un martillo percutor les resulta llamativo. “Para que luego digan que las mujeres no podemos trabajar de esto”, asegura que le tienen dicho.
La presencia de la mujer a pie de obra llama la atención porque es mínima. Es el sector más masculinizado. Según un informe del Observatorio Industrial de la Construcción, sólo 5.514 mujeres trabajaban en ese sector en el 2021 en Galicia. Eso es un 7,6% del total, pero cabe señalar que la mayoría de esas mujeres trabajan en puestos administrativos.
“Nunca me he sentido inferior a un hombre y, por suerte, nunca nadie me lo ha hecho sentir”, afirma Cristina. Reconoce que el suyo es un trabajo duro y que requiere de fuerza porque hay que cargar pesos, pero ella no ve una limitación en eso. “Movemos escombro, movemos baldosas pesadas, pero yo siempre he podido hacerlo. Podemos hacerlo perfectamente”, sentencia en relación a las mujeres.
Asegura que el sector de la construcción le ha permitido, por fin, tener un trabajo estable y tener una mayor conciliación, ya que trabaja de lunes a viernes. También, huir de lugares cerrados, a pesar de que esto supone un inconveniente en los días de lluvia. “Trabajar en la calle y cada día en un sitio distinto, para mí, es lo mejor. Me hace sentir libre”, afirma.
Cristina quiere seguir formándose en el mundo de la albañilería. Le gustaría trabajar en la construcción de edificaciones, haciendo baños y cocinas. “Me encantaría hacer alicatados, poner azulejos y suelos”, explica. Quiere jubilarse en el sector.