No hay pastelería en Bilbao que no luzca en sus escaparates y mostradores los pastelitos con base de hojaldre, relleno de crema pastelera, cobertura de merengue italiano y decoración de crema de yema y chocolate, que por aquí llaman carolinas.
“Son superbonitas, es imposible que no se te vayan los ojos a la carolina, aunque esté rodeada de otros deliciosos pasteles”, afirma rotunda Jasone Lavín. Esta bilbaína, que se declara “nada golosa”, admite que le pierde este dulce, uno de los más típicos de la capital vizcaína: “Es el único que me gusta, el más rico y bonito de todos”, zanja.
Tanto le gustan las carolinas que la vida de esta sanitaria, reconvertida en sombrerera y creadora de tocados desde la pandemia de coronavirus, transcurre rodeada de ellas.
Hace casi cinco años, abrió su tienda en Bilbao, primero en Pozas y más tarde se mudó al número 43 de la Gran Vía, entrada por Iparraguirre, “en el edificio Sota, que todos los bilbaínos conocen”. Su hermano Iñaki recibió la consigna de decorar el local “que sea muy mío, pero también que sea muy de Bilbao”, le dijo Jasone confiando en que el escultor de la familia supiera condensar ambas premisas. Y lo hizo, Iñaki le hizo unos percheros de carolinas en madera para exhibir los sombreros y tocados de ‘Masquegorros’.
Para su asombro, aquellos soportes empezaron a atraer la atención de sus clientes que “empezaron a venir a comprarme los percheros”. Tal fue el interés que Jasone comenzó a diseñar carolinas de unos 6,5 centímetros e imprimirlas en 3D, “después tengo que pulirla y pintarla a mano”, la pieza se monta sobre un pequeño taco de silicona y posteriormente, se engarza a un colgador metálico.
Una noche Jasone dejó la máquina trabajando y se fue a descansar. A la mañana siguiente, desconcertada, se encontró con una plancha repleta de “minicarolinas”, de a penas 2,5 centímetros: “Me confundí al programarla y metí mal la medida, me faltó un cero”, confiesa entre risas. Jasone se armó de paciencia y, haciendo gala de las “manitas” que ha heredado de su padre Juanjo y de la vena creativa de su madre Margari, comenzó a pintarlas. “¡Es que no las iba a tirar!”, exclama la bilbaína.
Aquellas minicarolinas se transformaron en pines y posteriormente, dieron pie a los pendientes con los que está triunfando al mismo ritmo que le están robando la vista, “porque los más pequeños solo miden un centímetro”, explica.
En estos casi cinco años, Jasone ha perdido la cuenta del número de carolinas de todos los tamaños y para los más diversos usos que ha creado, pero asegura, entre risas, que “ahí, ahí” andará a la hora de alcanzar a históricas pastelerías de la Villa como Urrestarazu, Martina de Zuricalday o Arregi. “Ellas llevan más años”, elaborando la versión dulce de las carolinas, pero una sanitaria de profesión, sombrerera de vocación y artista de genética les pisa los talones con sus carolinas hechas en 3D.
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