Margarita, el pueblo de 37 habitantes que agoniza cerca de Vitoria: "Vivía en un entorno rural, ahora en una isla industrial"

  • El concejo de Margarita se sitúa a 11 kilómetros de la capital alavesa

  • En 2003 el Ayuntamiento de Vitoria "expropió todos los terrenos" y comenzó la agonía para el pueblo

  • Las luces de dos gasolineras a 26 metros de las casas "han convertido Margarita en Las Vegas"

Hasta hace unos años el pequeño concejo de Margarita aunaba la ventaja de estar cerca de la ciudad con la de disfrutar de las vistas y las bondades del pueblo. Sin embargo, de un tiempo a esta parte este pequeño municipio, situado a 11 kilómetros de la capital alavesa, agoniza. “Para disfrutar de este pueblo hay que coger el coche y marcharse”, lamenta Arturo López de Sobando, uno de los 37 vecinos de este pueblo que se quejan de que un polígono industrial, dos gasolineras, la nave “monstruosa” de Mercadona y el Tren de Alta Velocidad (TAV) han convertido Margarita “en una jaula”.

Carlos Alaña tiene 61 años, los mismos que lleva viviendo en este pueblo: “Yo cuando era pequeño vivía en una zona rural y ahora lo hago en una isla industrial”. “Ha cambiado por completo”, coincide otro de los vecinos de toda la vida de Margarita. Se trata de Francisco, tiene 89 años, y al mirar por la ventana de su casa aún logra ver “el alto aquel que todavía no me han tapado”. Es lo único que reconoce de su pueblo porque el resto ya no es lo que era. “Antes estábamos rodeados de campos, ahora nos han dejado enjaulados”, dice.

Algunos de los residentes ante lo “insufrible” que se ha vuelto vivir aquí han puesto sus casas en venta. Algunos de quienes llegan a verlas lo hacen atraídos por fotos previas a la instalación de las gasolineras y al llegar y levantar la vista, ante el nuevo paisaje, se van. “Estamos en el infierno de vivir aquí para siempre”, resume Arturo que hace 20 años se hizo aquí una casa, “que hoy en día no haría”, en el pueblo donde había nacido su abuela.

Más allá del muro

El cerco al pueblo comenzó hace ya 20 años cuando el Ayuntamiento de Vitoria “expropió todos los terrenos”. La ciudad crecía “y nos ha tocó a nosotros”, se resignan. Primero por el sur, luego por el este, el oeste y, finalmente, por el norte que “es lo que más miedo nos da”, porque a 60 metros de la vía antigua del tren están haciendo el TAV “en una zona inundable y van a levantar un dique de 11 metros de altura durante un kilómetro y medio”.

Primero fue el principal polígono industrial de Vitoria que comenzó a crecer hasta lindar con el pueblo. Entonces, tener de vecinos a las fábricas y naves industriales de Jundiz parecía lo peor que podría pasarles a quienes habían elegido una de las casitas de Margarita como refugio para vivir. Pero, todo es susceptible de empeorar, y llegó al suroeste del pueblo el pabellón Logístico de Mercadona. Una nave de 26 metros de altura que ha logrado suplantar la identidad del propio concejo: “Mi hijo ya no vive en Margarita sino al lado del Mercadona”, argumenta Arturo.  

Además, el tren a su paso por aquí, de día y de noche, pita en el paso a nivel que existe. Esos pitidos chocan contra “el monstruo” que han edificado ahí y “generan una especie de eco que hace que el ruido en el pueblo sea insoportable”. Lo mismo ocurre con los aviones.

Desde hace un par de meses, a los ruidos se suman los problemas para entrar a Margarita cuando, en hora punta, los camiones hacen cola para repostar combustible en las dos gasolineras que han abierto cerca del pueblo, las mismas que con sus postes de luz han logrado que los vecinos de este concejo dejen de ver las estrellas cegados por las intensas luminarias. “Esto se ha convertido en Las Vegas”, se queja Arturo, al que todos estos problemas aún no han logrado agriarle el buen humor, aunque a punto están de hacerlo, “cualquier día alguno entrará al pueblo a ver si pueden hacer alguna jugada”.

Margarita, es nombre de flor, de mujer y de cóctel refinado, pero también, que a nadie se le olvide, de un pequeño pueblo cerca de Vitoria. Margarita se asfixia, rodeado de presunto progreso y modernidad, sí, pero sus vecinos no piensan dar la batalla por perdida y algunos, aunque los menos, aún sueñan con que su pueblo vuelva a florecer como antaño, libre del corsé impuesto por la Alta Velocidad, las naves industriales o las estaciones de servicio.

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