El 25 de abril de 2017, el aita de Eneko Eizagirre se quitó la vida. Su muerte le pilló a este joven profesor de 26 años en la universidad. “Un amigo me avisó por Whatsapp de que había muchos ertzainas en mi casa”, aquel mensaje sembró la preocupación en Eneko que comenzó a llamar a sus padres sin obtener respuesta. Finalmente, una tía le avisó por teléfono de que su padre había tenido un accidente y que esperara allí que pasaban a buscarle.
Cuando llegó una policía municipal de su pueblo, Usurbil, en el coche patrulla a recogerle, intuyó que no olvidaría ya nunca ese 25 de abril de 2017, aunque “de camino desde Donostia hasta mi casa no pronunciamos ni una sola palabra”. Ese silencio inicial ayudó a Eneko que hubiera deseado que, horas después, se mantuviera cuando otro familiar le comunicó que su aita se había suicidado. “Yo no quería saberlo” porque “bastante dura es ya la muerte de un padre como para que te digan que se ha quitado la vida. El suicidio era para este joven, de 20 años entonces, algo lejano que “nunca crees que te vaya a tocar de cerca”.
Su aita se fue y aquí se quedaron su mujer, Eneko y su hermana. El desgarro por la pérdida, la tristeza e incluso el enfado empezaron a acumularse en el interior de este veinteañero que, eso sí, “nunca he llegado a albergar sentimientos de culpa”, algo que se repite con frecuencia entre quienes pierden a un ser querido por suicidio.
Convencido de que a la sociedad le falta información acerca del suicidio y herramientas para saber gestionarlo, Eneko con naturalidad admite que cuando alguien le pregunta “¿De qué murió tu aita?”, él responde: “por suicidio”.
Eneko agradece a su entorno que no les dejaran solos a él, a su hermana y a su madre ni un solo instante. “Nos hicieron ver que nos entendían y que estaban ahí”. En estos seis años, Eneko ha aprendido a vivir sin su aita, a “hablar de él sin llorar”, pero no se atreve a aventurar si su duelo ha terminado o no.
Este 16 de noviembre se celebra el Día Internacional de los Supervivientes en Duelo por Suicidio. El guipuzcoano Txema Ormazabal es uno de ellos y ahora, además, es coterapeuta de la asociación Bidegin, que ofrece acompañamiento en el proceso de duelo. “Quienes hemos pasado por un proceso de estas características aprendemos a gestionar el dolor, pero éste sigue ahí, lo que desaparece es el sufrimiento del ‘no saber’, del porqué nos ha pasado a nosotros esto…”.
Los padres de Txema Ormazabal perdieron a dos de sus seis hijos por este mismo motivo. El suicidio de Mertxe y, solo un año después, el de Agustín fue un mazazo que esta familia afrontó, como la mayoría, en silencio. “En casa nunca hablábamos del tema”. Txema recuerda como su aita “se guardó para él todo ese dolor”, mientras que su ama se refugiaba en la idea de que “tal vez haya sido un accidente”. Hace tres años, casi tres décadas después de la muerte de Mertxe y de Agus, este superviviente del duelo por suicidio lo habló por primera vez con el resto de sus hermanos. “Fue sanador porque el silencio es una losa”, reconoce.
En Euskadi se calcula que se quita la vida una persona cada dos días. Sus muertes por súbitas e inesperadas provocan una herida profunda en sus familias porque “no lo ves venir, no te lo esperas”. Un dolor que cuesta aún más superar si lo aderezas con el silencio que impera normalmente al hablar del suicidio. El "miedo a la muerte" hace que muchos eviten pronunciar el nombre de quién se ha ido, “cuando lo que hay que hacer es nombrarles, pues Mertxe hacía esto o Agus lo otro…”, cuenta Txema.
Es verdad, que la sensibilización social es mayor ahora que hace tan solo unos años, pero los tabúes y los estigmas siguen rodeando al suicidio. “Se van pensando que nos libran de una carga y es justo lo contrario”. Quienes se quedan sufren atormentados por preguntas sin respuesta: ¿Cómo no me he dado cuenta?, ¿Por qué no ha confiado en mí para pedirme ayuda?, ¿Ya no me quería? Pero también por la vergüenza, por el qué dirán si se enteran de lo que ha pasado y, por supuesto, el enfado.
El vacío, el desgarro y, en ocasiones, los sentimientos de culpa y enfado que dejan estas inesperadas ausencias son el común denominador de quienes transitan por el duelo tras la muerte por suicidio de un ser querido. Bidegi ofrece acompañamiento en este proceso que “es individual”, matiza Txema y, aunque resulte paradójico “también muy bonito al ver el cambio que experimentan quienes llegan hasta nosotros cuando finalmente acaban el proceso”.