Hace ahora tres años, mientras las manillas del reloj se empeñaban en pasar más y más despacio durante el confinamiento al que nos abocó la pandemia de Covid, Amaia Luengo de 57 años comprendió de pronto que su relación “estaba descontrolada”. Y no, no estamos aludiendo a una relación sentimental, sino a la relación de dependencia que esta guipuzcoana tenía con el alcohol. “Fui consciente de repente que ya no controlaba nada”, rememora.
Esta guipuzcoana, que por aquel entonces trabajaba en comedores escolares, arrancaba cada mañana su jornada “desayunando un vino tinto”. Recuerda que el café con leche no le dejaba empezar a funcionar, “porque me levantaba tras toda la noche dormida con el ‘mono’”.
Ese síndrome de abstinencia se evidenciaba en Amaia, como en otros muchos adictos, con continuos temblores en las manos o las piernas, hasta el punto de que “en más de una ocasión, tuve que ir de la cama a la cocina de rodillas” porque era incapaz de mantenerse en pie.
Los intentos por ayudarla eran infructuosos y hubo quien creyó que lo de Amaia no tenía remedio. Su familia “tiró la toalla conmigo” y hasta su psiquiatra “me buscó en las esquelas convencido de que no saldría de ésta”. Pero lo hizo. “El alcohol es una destrucción total, pero se sale”, afirma contundente.
A ella le faltaban las fuerzas que, en aquel momento, les sobraban a varios buenos amigos que “movieron sus hilos” para echarle una mano. Era el último intento porque “tenía el hígado tan destrozado que me dieron tres días de vida”. Amaia solo tiene palabras de agradecimiento para ellos, en especial para su vecino Asier que “gracias a que tenía llaves de mi casa” pudo entrar y ayudarla: “Me encontró tirada en el suelo, con la nariz rota”.
Tras aquel dramático episodio su vida empezó a cambiar. Dejó el trabajo y comenzó a tratarse, desde hace año y medio está en el centro que la Fundación Izan de Proyecto Hombre tiene en Hernani (Gipuzkoa). “Tengo ganas de empezar a hacer vida normal”, reconoce, aunque no se apremia en exceso porque es consciente de que hay que ir paso a paso en el camino que ha elegido, el de vivir. “Vine aquí enfadada con la vida, sin ganas ya de nada”, recuerda y se sorprende de “las enormes ganas que tengo ahora de volver a hacer vida normal”.
Esta eibarresa de nacimiento, afincada en la localidad costera de Deba se muestra muy agradecida con todos los que durante este proceso la han llevado de la mano, especialmente sus terapeutas. Aunque hay alguien con quien está especialmente contenta: “Conmigo misma porque lo estoy haciendo bien”, se dice así misma y lo verbaliza en voz alta. “Soy una campeona”.
Hoy, 15 de noviembre, se celebra el Día Mundial Sin Alcohol y Amaia Luengo ha querido poner voz y rostro a una adicción que padecen miles de personas. A ella casi le cuesta la vida, pero es el ejemplo de que “se puede” salir. Palabra de campeona.