Ni Freddy Krueger ni maléficos payasos ni tampoco esqueletos. Eso llegó con Halloween, pero mucho antes de que la maquinaria americana exportara sus propios monstruos, en Euskadi la víspera de Todos los Santos la gente se disfrazaba con sábanas viejas y sacos, y vaciaban calabazas, sí calabazas, para meter velas dentro y que su luz guiase a los espíritus. El Halloween vasco, recibía el nombre de 'Gau Beltza' (Noche negra) o 'Arimen Gau' (Noche de las almas).
Una celebración de origen celta que nació en el ámbito rural hace siglos y donde se festejaba el final de la cosecha y se daba la bienvenida al invierno. Primero, en Álava y, de ahí, se extendió a Gipuzkoa y Bizkaia. Hoy en día son muchos los vascos que aún recuerdan como de niños, la víspera de Todos los Santos, se disfrazaban con sábanas viejas, usaban calabazas para asustar y encendían hogueras para espantar a los espíritus malignos.
Durante la noche negra vasca no había, eso sí, ni ‘truco o trato’ ni chuches. Eso llegaría con la globalización y aterraría, más que cualquier bruja o vampiro, a muchos padres y madres que temen por la salud dental de sus pequeños en una jornada sobresaturada de azúcares. Las castañas, la propia calabaza y los nabos eran los alimentos en torno a los que se juntaba la familia en esa noche en la que la separación entre el mundo de los muertos y los vivos de desdibujaba.
La memoria es frágil y a pesar de que este festejo en tierras vascas fue habitual hasta mediados del siglo XX, se dejó de realizar y cayó en el olvido para la mayoría. Años más tarde, el Halloween ‘made in’ EE.UU llegaría para quedarse generando filias y fobias a partes iguales. Muchos han abrazado con gusto el ‘truco o trato’, mientras que otros se muestran reacios a hacer suya una tradición importada. Lo cierto es que las terroríficas calabazas y los disfraces ya estaban aquí antes del Halloween anglosajón.
La noche de Halloween, de ‘All Hallows' Eve’, es decir, víspera de todos los santos, tiene su origen en la costumbre celta para festejar el final del verano, Samhain. Su popularidad hace tiempo que traspasó fronteras y abstraerse a la invasión ‘halloweeriana’ parece poco menos que imposible con el bombardeo de películas y series americanas, sin embargo, en muchos pueblos y ciudades vascas se han puesto un reto: recuperar la ‘Gau Beltza’. Desde hace años, la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre se organizan actividades en torno a esta celebración importada de los pueblos celtas, pero que muchos vascos sienten más suya que el festejo americano.
En la localidad alavesa de Aramaio las calles se iluminan con calabazas y nabos. Las brujas son las protagonistas en el municipio vizcaíno de Orozko, donde danzan en torno a hogueras en honor a la fertilidad. En Gipuzkoa, el municipio de Errenteria, organiza la Ruta de la Calabaza, un pasacalles para decir adiós a la época de la cosecha. La lista de festejos es larga y tiene a otras localidades como Lekeitio, Bermeo o Altza entre las que se niegan a olvidar la ‘Gau Beltza’ o ‘Arimen Gaua’. También las ikastolas, los centros escolares vascos y algunas asociaciones empiezan a promover entre los más pequeños la recuperación de una tradición que comparte muchos elementos e iconografía con el Halloween de la tele y el cine, pero que ya celebraban nuestros ancestros.
Los antropólogos Jaime Altuna y Josu Ozaita son los autores del libro “Itzalitako kalabazen berpiztea” (“La resurrección de las calabazas apagadas”) fruto de un estudio antropológico en el que se pone de manifiesto el vínculo que existe entre esta celebración y los vascos.
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