Lourdes Leoz, la última paragüera de Bilbao: "Qué pena que se tire un paraguas bueno si lo puedo arreglar"
Desde hace cuatro décadas, Lourdes vende y arregla paraguas que “cada vez se reciclan más y son más grandes”
Su abuelo fundó Paragüería Leoz en 1933, la heredó su padre y con ella desaparecerá porque “no hay relevo”
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Es época de lluvias, “la ideal para mi”, reconoce Lourdes Leoz, artesana paragüera de Bilbao.
Desde hace cuarenta años, Lourdes está al frente de un negocio que vende y arregla paraguas. Es de los pocos que sobreviven en el país y el único que sigue abierto en la capital vizcaína.
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Paragüería Leoz, en Belosticalle 25, fue fundada por el abuelo de Lourdes en 1933. “Empezó de aprendiz y recadero en otra de la calle Correos. Cuando la dueña lo dejó, su familia no continuó con la tienda y le ofreció quedarse con las herramientas. Son las mismas que utilizo hoy en día para reparar los paraguas. Trabajo con unas verdaderas joyas con mucha historia”, reconoce.
Años más tarde, sería su padre el que se pondría al frente de la tienda taller. Mientras, Lourdes se empapaba de un oficio al que estaba destinada por mucho que su progenitor intentara evitarlo.
“Quería que estudiara. Hice Secretariado y Administración. El mismo día que acabé le pregunté si podía empezar y hasta ahora. Sabía que se me iba a dar bien porque soy muy manitas”, asegura.
Fue su padre el que le dio el mejor consejo, clave quizá, para que varias generaciones de bilbaínos sigan confiándole la reparación de su paraguas: “Trabaja y arréglalos como si fueran para ti”. Y lo sigue a rajatabla.
“Cada vez se reciclan más”
Paraguas de bastón, de bolsillo, más caro o para todo tipo de bolsillos. Los de siempre y para ocasiones especiales como bodas o comuniones. En Paragüería Leoz hay paraguas para todos los gustos.
Pero, sobre todo, de calidad y cada vez más grandes.
“Los clientes los pueden querer más discretos o llenos de colores para que les alegren el día de lluvia pero lo que buscan es que les tape bien, que les proteja y les dure.”, asegura.
“Lo que quiero es que se lleven él más acorde. No importa el tiempo que les dedique. Me gusta asesorarles y que se vayan contentos. Les explico sus características, les escucho para saber cuál les conviene. Yo me levanto, me visto, y vengo a la tienda a disfrutar y lo hago charlando con ellos. Sé que continúo aquí por esto y por el boca a boca. Este trabajo me llena de vida”, reconoce.
Al fondo de la paragüería está el taller de reparaciones, donde Lourdes dedica tiempo a los paraguas rotos cuando no hay clientes.
“Me da pena que un buen paraguas se tire. Cambio el mango, las varillas rotas, la tela rasgada. Hubo una época que se compraba más pero actualmente se recicla mucho. La gente está más concienciada. También suelo, ¿cómo se dice?, customizar algunos, según las preferencias de su dueño. El problema es que si es de hace muchos años ya no se fabrican los recambios”, reconoce
El paraguas más antiguo que ha pasado por sus manos puede tener unos 100 años y se quedó con él, porque fue un regalo. “No sabes qué ilusión me hizo. Vino una chica, sobrina de una señora que iba a ingresar en una residencia. Esta anciana, soltera, lo había heredado de su madre, que ¡se lo había comprado a mi abuelo!. Me dijo que la señora le había encargado dármelo porque yo lo sabría valorar. Es precioso, de seda, lana y empuñadura de plata. Casi lloro de la emoción”, cuenta.
Este año, Lourdes cumple la edad de jubilarse pero seguirá en activo hasta que “me entren los achaques”. Será la última Leoz que siga al frente de la tienda. No hay relevo, no quiero que mis hijos continúen aquí. Es triste, pero no le veo mucho futuro”, se lamenta.