Cada 7 de febrero, el mundo celebra el 'Día de escribir una carta a un amigo' para recordarnos los grandes beneficios neurológicos psicológicos y anímicos que nos provoca la escritura a mano; una costumbre cada vez más perdida en una sociedad que tiende a la digitalización más absoluta. Según Juan Lupiáñez, director del grupo de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Granada, el viejo acto de escribir con papel y bolígrafo "es un proceso mucho más complejo que el de teclear frente a un ordenador y exige un mayor esfuerzo a nuestro cerebro".
Frente al (a veces) temido folio en blanco, según este experto, realizamos "un importante ejercicio de representación mental" en cuanto a la fluidez de las letras y el orden de las ideas que queremos plasmar. Y, al estar implicada una mayor actividad cerebral que la que requiere una pantalla, se ponen en funcionamiento mecanismos neurológicos como "la memoria, la concentración y, por lo tanto, el aprendizaje", motivo por el cual la máxima expresión de la escritura a mano, la carta, tiene su propio día mundial.
Tamara Chubarovsky es pedagoga Waldorf (método de educación por etapas) y coincide plenamente con la opinión de este miembro de la UGR. Ella misma cumple cada año con la tradición de escribirle a sus hijos una carta de Navidad o de cumpleaños, para no olvidarse de la relación que mantiene con la letra escrita. Además de ratificar los beneficios memorísticos de este ejercicio, en una entrevista con Informativos Telecinco web, también ha hablado de la "implicación personal y sentimental" que supone tanto escribir una carta a un ser querido, como recibirla:
"A nivel neurológico, el sólo acto de escribir a mano potencia la memoria, la concentración y supone una mayor implicación en lo que vamos a decir. Yo siempre pongo el mismo ejemplo: si me voy al pueblo de al lado en coche, seguro que llego antes. Pero, si voy andando, vivo mucho más la experiencia. Y esa es la diferencia principal entre escribir en un ordenador o hacerlo con tu puño y letra", ha comenzado a decir.
"Pero, además, la escritura a mano siempre está mas conectada al corazón. La carta es un tipo de documento que nos expone y que invita a hablar de los sentimientos reales. Por eso, la poesía se suele escribir primero a mano, la prosa no tiene por qué. En las cartas hay mucha implicación a nivel sensorial. Un e-mail te da más igual como quede, pero una carta la cuidas mucho: desde el trazo de la letra, hasta el color del papel o los símbolos de expresión que podemos dibujar nosotros mismos. Es una gran experiencia sensorial, que busca la belleza en su presentación. Y, por lo tanto se aprecia mucho más y se recuerda".
El impacto que causa un manuscrito no sólo se limita a la redacción - la letra, además, es parte de la personalidad del remitente-, sino que también provoca una reacción notable en los destinatarios. "Recibir una carta activa también más áreas del cerebro de la persona a la que llega e incide directamente en su estado anímico. Yo puedo no acordarme de un Whatsapp que me mandaron ayer, pero recuerdo perfectamente el día en que recibí una carta personal a mi nombre", confirma Tamara, añadiendo que sus hijos siempre le recuerdan que no se olvide de mandarles su carta anual 'obligatoria'.
Esta pedagoga asegura que las cartas tienen "componentes sensoriales que van más allá del texto", por lo que nunca está de más hacer un pequeño parón en el frenesí del día a día y dedicarle un poco de tiempo a escribir a un viejo amigo, a un hijo o cualquier otro ser querido, para recuperar una vía de comunicación que, antaño, fue cocina y refugio de las ensoñaciones de los amantes y que dio lugar a los más grandes amores epistolares.
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