La actividad del volcán de La Palma sigue siendo muy intensa. El final de la erupción está lejos. La lava alimenta las coladas iniciales, aunque discurre con lentitud por la cantidad de ceniza que hay sobre el terreno. Por otro lado, los temblores de tierra cada vez se sienten más.
Frente a frente desde el aire se puede ver la forma del cono principal del volcán de La Palma tras los nuevos derrumbes.
Impresiona la fuerza con la que sale la lava de las entrañas de la tierra. A cámara lenta se aprecia borbotear y fluir por el canal lávico, cuesta abajo.
Desde el ángulo noroeste la imagen deja ver las nubes en forma de coliflor, de tono gris intenso debido a la densidad de las cenizas.
Y el rugido, el tremor sigue en todo lo alto. Ayer el interior del cono principal seguía derrumbándose en su parte interna poco a poco. El terreno es, sin duda, quebradizo.
Hay grietas y agujeros en las paredes del volcán de La Palma, que se forman con las cenizas y piroclastos. Es como un castillo de arena. Curiosa fragilidad, que explica Stavros Meletlidis, vulcanólogo: “es como un edificio que se ha construido en menos de 40 días y por eso es lógico que tenga colapsos”.
El volcán tiene una altura de 139 metros y tiene 600 metros de diámetro. Es casi tan grande como el edificio Torre de España, de Madrid, el rascacielos de la Plaza de España.
La elevación de 10 centímetros del terreno ha remitido. Buen síntoma, aunque las emisiones de dióxido de azufre superan las 37.000 toneladas, lejísimos de las 100 toneladas que vaticinarán el final. Dicen los vulcanólogos que a la erupción en Cumbre Vieja le queda más de un mes.