Sánchez lee a Maquiavelo o sobre el dudoso valor de la palabra en política, por Jose L. Fuentecilla
¿Le pasará factura a Sánchez el viraje súbito de su discurso político de campaña?
Sostiene Maquiavelo que “cualquiera puede comprender lo loable que resulta en un príncipe mantener la palabra dada y vivir con integridad y no con astucia; no obstante, la experiencia de nuestros tiempos demuestra que los príncipes que han hecho grandes cosas son los que han dado poca importancia a la palabra y han sabido embaucar la mente de los hombres con su astucia, y al final han superado a los que han actuado con lealtad”.
Pocas ocasiones mejores que esta semana para repasar el capítulo XVIII de El Príncipe, aquel en el que el filósofo florentino se pregunta si los líderes políticos deben ser fieles a la palabra (Quomodo fides a principibus sit servanda). Porque la sorpresa de la semana no es que Pedro Sánchez pacte con Podemos, la noticia ha sido la celeridad del viraje del presidente en funciones.
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Vivimos tiempos líquidos y vertiginosos, sin duda, pero Sánchez ha pasado en un par de días de tachar por imposible una coalición con Pablo Iglesias -porque les separan diferencias “abismales”, etc., etc.,- a darse un fraternal abrazo en el comedor de gala del Congreso; de negar el pan, la sal y el teléfono a los independentistas, a recuperar el mantra del 'diálogo'.
“No ha habido ningún hombre que prometiera con más eficacia, que empleara mayores juramentos para prometer una cosa , y que luego la observara menos”, escribió Maquiavelo del papa Borgia, Alejandro VI. Pero la velocidad del giro en el discurso del candidato socialista supera de largo todos aquellos que podamos recordar. La antología es extensa.
Roosevelt: Los chicos no irán a la guerra
“Lo he dicho antes y lo diré una y otra vez: vuestros chicos no van a combatir en guerras foráneas”. Esta fue la promesa del presidente norteamericano Franklin Roosevelt en su campaña de reelección de 1940. Un año después los “chicos de América” se ejercitaban para combatir en el Pacífico, en África y en Europa. Pero hubo antes un acontecimiento lo cambió todo. El ataque japonés a la base de Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941, el “día de la infamia”. El incumplimiento de la promesa no impidió que Roosevelt fuera reelegido por cuarta vez en 1944. Aún hoy encabeza, junto a Lincoln, la lista de los presidentes más valorados de la historia de Estados Unidos.
De Gaulle: Os he entendido
En 1958, nada más ser nombrado primer ministro de Francia, Charles de Gaulle fue aclamado en su visita a Argel. Fue allí donde proclamó ante la multitud su célebre “Je vous ai compris” (os he entendido). Los colonos europeos 'entendieron' que estaban seguros en manos del general, que Argelia seguiría siendo eternamente francesa. Se equivocaban. El mismo día que De Gaulle regresó a París confesó a un colaborador que Argelia era una causa perdida e inició el proceso de descolonización. ¿Coste político? Ninguno, más allá de la docena de veces que intentaron matarle quienes se sintieron traicionados. De Gaulle cerró un amargo capítulo de la historia de Francia y gobernó durante 11 años.
González: OTAN de entrada, no
En 1982, Felipe González arrolló en las elecciones con promesas como la de celebrar un referéndum para sacar a España de la OTAN. En el Gobierno se impuso la realpolitik Del 'OTAN, de entrada no' pasó a pedir el ‘sí’ en el referéndum, amenazando con irse si no salía triunfante. El debate fue traumático y se alargó cuatro años. ¿Coste político? Perdió votos, si, pero volvió a sacar mayoría absoluta en 1986 y, de nuevo, en 1989 y se convirtió en el presidente más duradero de la democracia española.
Bush: Read my lips, no new taxes
En la campaña presidencial de 1988, George Bush senior juró que no subiría los impuestos (“Read my lips, no new taxes”). Incumplió el compromiso dos años después para frenar un déficit que se le iba de las manos. Lo pagó caro. La promesa incumplida resonó en una campaña, la del 92, muy marcada, además, por la crisis económica. It’s the economy, stupid, fue el foco de campaña de Bill Clinton. Una combinación letal que dejó a Bush padre con la triste etiqueta de ser el segundo presidente que fracasa en su reelección en 60 años.
El arte de la política consiste esencialmente en ser un maestro del oportunismo (Michael Ignatieff)
Son sólo algunos ejemplos célebres. Más allá de las promesas electorales, la lista se puede aplicar a cualquier líder. El príncipe debe “tener el ánimo dispuesto a cambiar según le indiquen los vientos de la suerte y los cambios de las cosas, continúa Maquiavelo. Y Michael Ignatieff, el intelectual canadiense metido fugazmente a político escribió en Fuego y Cenizas: “Un político inteligente entiende que lo único que puede hacer es explotar los acontecimientos en su propio beneficio. Aunque siempre se califica a los políticos como oportunistas, el arte de la política consiste esencialmente en ser un maestro del oportunismo”.
¿Se paga en las urnas? Depende. La lección de la historia nos dice que todo está bien, si bien acaba. La promesa incumplida se olvida cuando llega el juicio de las urnas si el político puede ofrecer un bien mayor, “porque el vulgo siempre se deja llevar por la apariencia y por el éxito del acontecimiento”, escribió el florentino. Ese es el difícil reto de Sánchez. Si esto no le sale bien a la izquierda, comentaba el otro día Iñaki Gabilondo, “la derecha estará en el poder hasta que la princesa Leonor tenga nietos”.
Los ciudadanos suelen quejarse de la hipocresía y las mentiras de los políticos. Su falsedad es un lugar común: '¿Le comprarías un coche a Richard Nixon?', preguntaban los demócratas en la campaña del 60. Sin embargo, los resultados del 10-N nos dan otra lección sobre el dudoso valor de mantener la palabra en política. Albert Rivera, el candidato que se empeñó en cumplir su promesa electoral -no votar a Sánchez- contra el viento del Ibex y la marea de los sondeos ha sido expulsado del escenario. Últimamente se le ha visto desayunando en un bar de la carretera de Extremadura.