Tierra quemada en el Congreso: rencor, bronca y división ante el nuevo Gobierno de Sánchez
Sánchez intenta tras dos jornadas de bronca insuflar esperanza y fe ante el nuevo Ejecutivo
La división crece en un Congreso enfrentado y con posiciones encontradas
Si no hay tamayazo, el martes Sánchez será presidente
Pedro Sánchez ha cerrado dos días de investidura hablando de esperanza, de oportunidad histórica, de reto, de hacer historia con el primer Gobierno de coalición frente al Apocalipsis que vaticina la derecha tras su acuerdo con Podemos, independentistas, batasunos y nacionalistas de distinto pelaje. Pero lo cierto es que hemos vivido dos días de investidura más que preocupantes. Se han vivido debates broncos en el Congreso de los Diputados, pero las caras de los diputados en vísperas de la noche de Reyes eran un poema. La tensión en el hemiciclo se ha masticado. No eran enfrentamientos políticos lo que se han vivido, al menos no es eso lo que se ha transmitido. Es más que eso. Hablamos de enfrentamientos que rozan ya lo personal. Se percibe odio, rencor en las miradas. Solo la relación (nadie sabe hasta qué punto impostada), entre Pablo y Pedro, parece haber pasado de las cuchilladas a los abrazos. Una brecha que a día de hoy, esperamos que temporalmente, parece imposible de superar.
El propio Rufián es el que ha hablado del peligro de una sensación de guerracivilismo que se puede trasladar a la calle. El efecto Cataluña, donde las familias ya se enfrentan y muchos amigos aparcan la política para seguir siéndolo parece que se extiende. Los calificativos de los propios diputados al acabar estas dos agotadoras jornadas con más insultos que propuestas son diáfanos: aburrimiento, espectáculo degradante, bochorno, naúsea... No parece el mejor aperitivo para una legislatura que se antoja compleja, donde convivirán dos partidos hasta ahora enfrentados y sostenidos por unos independentistas que no dejarán de presionar al presidente. La angustia para este martes es tal, que el PSOE controla a sus diputados, que nadie descarta al 100% un tamayazo tras el 'efecto Oramas' mientras se habla de intentos de golpe de Estado con más banalidad que nunca.
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En un tiempo en el que se necesitan reformas de alto calado (precariedad, paro, pensiones, Europa vigilando las cuentas, parón económico en ciernes...) la realidad es que vislumbrar una legislatura con pactos de Estado se antoja hoy misión imposible. Y Sánchez sabe que su mayoría es frágil. Muy frágil. Mientras Casado ya piensa en unificar la derecha, Vox habla del ejército y Arrimadas intenta que Ciudadanos no desaparezca, el PSOE mantiene soterradas las voces críticas hasta que salte una espita. Y en estas el independentismo oculta su pelea a cara de perro hasta que se convoquen elecciones en Cataluña. Un hecho que puede hacer saltar todo por los aires. Esa es la realidad que se percibe hoy con unos líderes que han escenificado la realidad de dos Españas, si no más.
Un panorama de tierra quemada del que hemos vivido varios episodios difíciles de olvidar en las últimas 48 horas. Con insultos de brocha gorda contra Sánchez, que contestaba con la risa si no con el desprecio en muchas ocasiones. Con calificativos muy duros sobre los pactos de gobierno, que a fuerza de ser sinceros han sido los más opacos y menos explicados que se recuerdan, con la prensa convertida en espectadora en muchos casos, una costumbre que debería erradicarse ya. Hasta al colectivo de víctimas del terrorismo ha llegado la división, unos denostando el pacto con Bildu mientras que otros lo consideraban una oportunidad.
La bronca ha sido permanente y ha alcanzado su punto culminante con la intervención de Bildu, que no ha dudado en calificar de autoritario al jefe del Estado. Insultos, gritos, y un lenguaje de vencedores y perdedores ha imperado con el hijo de Suárez, el hombre del consenso dando la espalda a la portavoz de Bildu y Abascal abandonando el hemiciclo.
Un día antes este había insultado sin piedad al candidato a presidente mientras este le echaba en cara sus mentiras. La realidad es que esta legislatura supone una aventura plagada de riesgos, con un presidente al mando (si el martes todo se resuelve como está previsto) que ha dicho muchas veces una cosa y la contraria, que se ha adaptado siempre a las circunstancias y del que pocos se fían, aunque la realidad es que la impresión es que nadie se fía de nadie. Y que todos esperan el tropiezo del otro para ocupar su sitio. Con un régimen, el de 78 en el punto de mira, una fragmentación como nunca y una soberanía puesta en duda, los españoles, que perciben el deterioro de las instituciones, ven ahora cómo términos como franquistas, fascistas, traidores se lanzan sin piedad en el Congreso. Puede que estemos ante un juego político y una escenificación que anticipe la calma y la rutina, y quién sabe si llegarán los acuerdos de calado en los temas que realmente preocupan, pero lo cierto es que el odio, la bronca y el rencor han ganado terreno a la esperanza de un nuevo Gobierno. Al menos por ahora. El martes veremos. Sánchez tiene prisa por formar Gobierno. El país dejará de estar paralizado, pero veremos si logra volver a estar unido. Al menos para lo importante.