La rapidez con la que ha crecido la quinta ola del coronavirus en España y la elevadísima transmisión del coronavirus que ha ocasionado, con incidencias que llegaron a superar los 700 (si bien ahora está descendiendo), ha terminado por tener también un impacto en las residencias, donde antes de la irrupción de esta última onda epidemiológica la situación permanecía más controlada.
Diversos brotes, como el que ha sacudido a una residencia de mayores en Lorca, Murcia, –con 16 ancianos con covid, uno de ellos con patologías previas más graves, además de 3 trabajadores---, o los que han obligado a Madrid a suspender las visitas en ocho centros y poner a 166 mayores y 56 trabajadores en cuarentena, han vuelto a activar las alarmas y a generar preocupación, con algunas voces encendiendo incluso el debate de si debería obligarse a los trabajadores de estos centros a estar vacunados, si bien cabe subrayar que, –de forma claramente mayoritaria–, la gran parte cuenta con la pauta completa desde el primer momento en que tuvieron acceso a ella.
De hecho, esta quinta ola está resultando también para esa gran mayoría demoledora, con los trabajadores y los propios residentes, quienes en ocasiones llegan a convertirse prácticamente en parte de su familia, reviviendo otra vez una pesadilla de la que poco a poco tenían la esperanza de ir saliendo. Ahora, enfrentarse otra vez a nuevos brotes, al adiós a las visitas, a no volver a ver y sentir a los familiares, a vivir entre EPIS y estrictos protocolos… es un regreso al dolor y a ese infierno que trajo el covid y que no se ha ido; un dolor que comparten tanto los unos como los otros.
Con todo, y pese a los esfuerzos de ese núcleo de trabajadores comprometidos que llevan más de un año y medio de pandemia dando todo en su cuidado de los más vulnerables, a veces el foco se dirige hacia aquellos pocos que injusta e irresponsablemente parecen tirar por tierra todo su sacrificio; hacia quienes provocan, por esos instantes en que centran la atención, que esa sea la imagen, manchando todo lo bueno que hay detrás.
Concretamente, algunos familiares de residentes están denunciando estos días que “empleados sin vacunas son el paciente cero en muchos centros de mayores”, si bien la vacuna, como ha destacado Sanidad en diversas ocasiones, no cierra la puerta a la transmisión y donde brilla su eficiencia es en proteger ante cuadros de enfermedad grave por covid-19, y por tanto ante la muerte.
“Los contagios entraron en las residencias básicamente, y empezó así, por trabajadores sin vacunar”, afirma María José Cercelén, coordinadora de Residencias 5+1.
En Andalucía es cerca de un 3% el porcentaje de trabajadores que se niega a vacunarse. “Significa 1.009 personas. Hay un informe del Centro Europeo de Prevención de Enfermedades, donde la primera recomendación que te dan es que hay que vacunar a todos los trabajadores que trabajan en residencias”, señala Martín Durán, presidente de la Federación de Organizaciones Andaluzas de Mayores.
En Cataluña, la cifra ronda el 12%, y según dice el Presidente de Pequeñas y Medianas Residencias UPIMIR, Vicente Bonilla, los argumentos principales son “miedo, desinformación y, aunque parezca imposible, que hay centros que son negacionistas”. “Os garantizo que es verdad”, asegura.
Algunas asociaciones exigen que la doble pauta sea obligatoria y el Gobierno de Murcia ha anunciado que lo va a solicitar al Ministerio de Sanidad.
Mientras, en Madrid, ya son más de 200 casos asociados a residencias: de los contagiados 156 son residentes y 56 son trabajadores. Todos ellos contaban con la pauta de vacunación completa.
Para evitar que el virus se siga propagando, en ocho centros les han prohibido las visitas a los familiares; medidas que se están tomando por los brotes que vuelven a afectar a las residencias de mayores y para las que la Comunidad de Madrid sacará mañana un nuevo protocolo que entrará en vigor y que, entre otras cosas, obligan a los visitantes (en aquellos centros donde están permitidas) a usar la mascarilla en todo momento y a mantener la distancia de seguridad.
En esta situación, resurge el miedo a que el virus vuelva a cebarse con los más vulnerables. Las restricciones han caído como un jarro de agua fría: “No sé hasta qué punto es bueno que no vean a la familia”. “La soledad es muy mala”, valora algunos entrevistados por Informativos Telecinco.