¿Oyen ese ruido?

  • Cuatro antecedentes y un dato que Sánchez debería tener en cuenta antes de lanzarse a la repetición electoral

En Brexit: la guerra incivil, Benedict Cumberbatch encarna de manera brillante al cerebro oscuro del Brexit, Dominc Cummings, quien, por cierto, ha vuelto recientemente a la luz como asesor en jefe del primer ministro Boris Johnson. La película retrata a Cummings como un cruce entre un Maquiavelo místico y uno de esos spin doctors tan seguros de sí mismos que protagonizan las campañas electorales americanas.

Desde la primera escena, Cummings aparece obsesionado por un ruido. Un zumbido sordo y de fondo que sólo él parece percibir. “Gran Bretaña hace un ruido”. Durante la visita a una familia castigada por la crisis, Cummings escucha el ruido. Sólo él lo oye ¿De dónde viene? Sale de la vivienda. A ambos lados de la calle, ve hileras de casas baratas de una planta. Mira alrededor, se agacha, se tumba, pega el oído al asfalto…

El ruido procede de la profundidad oscura del subsuelo británico; el ruido como metáfora del clamor de los que nadie escucha, de los abandonados por la globalización, de los que van a dar una patada colosal a la élites cosmopolitas de Londres, a Europa y al sistema político británico. Apenas unos pocos sondeos lo detectaron y sólo en la recta final del referéndum. La salida de la UE ganó con 51,9% del voto.

Todas las encuestas auguran una victoria del PSOE, pero hay que estar atento al ruido de fondo que se escapa a los sondeos

Ahora, en España, otoño del 2019, todas las encuestas. Pero Pedro Sánchez debería estar atento a ese ruido que, como en el Brexit, a veces no detectan los sondeos con los que se decide convocar a los votantes antes de tiempo. Un ruido de fondo que ha deparado batacazos históricos en el pasado y aun en estos tiempos más recientes pese al Big Data. La socorrida "volatilidad" que argumentan al día siguiente los encuestadores.

Bofetada a Chirac

En 1997, el presidente francés, Jacques Chirac, adelantó un año las elecciones parlamentarias, pese a contar con una amplia mayoría de la derecha en el parlamento. Chirac temía que los recortes para entrar en el euro le pasaran factura más adelante. Ningún sondeo daba la victoria a la izquierda y el presidente quiso pillar por sorpresa a la oposición socialista.

La sorpresa se la llevó él. Ganó la izquierda, la derecha sufrió la mayor derrota de la V República y Chirac tuvo que cohabitar con el primer ministro Lionel Jospin durante cinco años.

El gafe de Theresa May

Theresa May heredó la mayoría absoluta que le dejó David Cameron antes de dimitir por el referéndum del Brexit. Cuando adelantó las elecciones -en junio de 2017- le quedaban nada menos que tres años de mandato, disfrutaba de un nivel de valoración personal altísima y una ventaja aparentemente insuperable en las encuestas.

La campaña fue un desastre. No acudió a los debates, despreció al laborista Jeremy Corbyn e iba tan sobrada en la campaña que se lanzó a anunciar reformas impopulares como el llamado “impuesto de la demencia”: una medida que obligaría a los mayores a vender sus casas para pagarse la asistencia social.

May perdió la mayoría absoluta. Lo que vino después fue un rápido descenso al caos de la política británica del que aún no ha salido.

Mas es menos

Cataluña, 2012. Artur Mas tuvo una revelación al ver la multitudinaria Diada del 11 de septiembre. Lanzó por la borda la moderación histórica de su partido y se subió al carro independentista. Decidió anticipar dos años las elecciones en busca de un mandato: “Ha llegado el momento de que el pueblo de Cataluña ejerza el derecho a la autodeterminación", dijo en el Parlament.

Mas quería borrar la imagen del president de los recortes que un día necesitó un helicóptero para llegar a un Parlament sitiado por los indignados. “No son tiempos de comodidad institucional. Son tiempos de jugársela”, dijo. Y se la jugó. CiU no sólo se quedó sin la mayoría absoluta que pedía Mas, también perdió 12 escaños y Cataluña entró en el periodo más convulso de su historia reciente.

Susana se da un castañazo

Y la lección más reciente. 2 de diciembre de 2018. Susana Díaz anticipó las elecciones de Andalucía confiada en la ventaja que le otorgaban los sondeos. Ninguno predijo el descalabro socialista, ninguno la fuerte entrada de Vox. La derecha más extrema duplicó en las urnas el dato de las encuestas y el partido socialista cayó por debajo del 30%, algo que, salvo un sondeo, nadie esperaba. Y menos que nadie, el CIS de Tezanos, que se equivocó a lo grande. El partido socialista perdió de manera inesperada una región que llevaba gobernando 36 años. La culpa, dijeron los socialistas, fue de la baja participación y de la desmovilización de la izquierda.

El 28 de abril los bloques de derecha e izquierda prácticamente empataron con una movilización que no se repetirá

Y algún dato

El 28 de abril de 2019 los bloques de la derecha y la izquierda quedaron prácticamente empatados en votos, que no en escaños. Si dejamos a un lado a nacionalistas e independentistas, ambos bloques rondaron 11,3 millones de votos con una movilización fue extraordinaria, la más alta en 15 años. Difícilmente se repetirá.

El ruido de fondo

Desde hace semanas no es difícil escuchar en las calles y las ondas a votantes de izquierda, votantes históricos del PSOE, más que enfadados con lo que está pasando, más que cabreados con la posible repetición electoral. No tiene valor estadístico. Lo sabemos: nunca hagas demoscopia con tu familia y amigos. Pero tampoco lo fíen todo a las encuestas que estamos viendo.

Ese ruido… ¿Oyen ese ruido? ¿Habrá pegado la oreja al asfalto el Dominic Cummings de Moncloa?