"Ante los rumores, publicaciones contradictorias y los deseos de información de tanta buena gente que se ha interesado por mi salud, debo informar que este sábado ante el hinchazón que se me había producido en el gemelo izquierdo, fui ingresado de urgencias en el hospital. Tras la analítica y los estudios correspondientes, me han detectado varios trombos en la pierna y en los pulmones como uno de los graves efectos que puede provocar el coronavirus que tuve. Me encuentro con ánimo pero bajo observación médica". Es el testimonio de Ortega Smit,h que muestra secuelas que se producen una vez superado el coronavirus. Es esta otra de las grandes preocupaciones de los expertos, lo que el coronavirus provoca en el cuerpo una vez pasado.
El 15 de abril Ortega Smith confirmaba que había superado el coronavirus en un mensaje en sus redes sociales. Doy gracias a Dios por haberlo superado y rezo por quienes desgraciadamente no lo consiguieron y por el dolor de sus familias y amigos. También por aquellos que todavía siguen luchando por superarlo", decía entonces.
Ortega Smith fue el primer político del Congreso de España que dio positivo por coronavirus. Su contagio se conoció el pasado 10 de marzo, como consecuencia de un viaje a Milán días antes, y después de haber acudido a la multitudinaria asamblea general del partido en el palacio madrileño de Vistalegre.
"Es pronto para saber cuántos pacientes pueden tener secuelas, pero debemos estar prevenidos ante dos de tipo respiratorio: fibrosis y embolias pulmonares”, explica el jefe del Servicio de Neumología del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid, David Jiménez.
En la fase grave de la COVID-19, si el sistema inmunitario no es capaz de frenar al virus se genera una respuesta inmune desmedida, mediante la producción de unas sustancias denominadas citoquinas, las causantes de una inflamación en las vías respiratorias que se puede extender a otras partes del organismo.
"Esa respuesta inmunológica desproporcionada pone en marcha todos los mecanismos de reparación que tiene el pulmón y uno de ellos es la fibrosis"", señala el neumólogo. La fibrosis es una especie de cicatriz que dificulta la función del pulmón, conseguir oxígeno y eliminar anhídrido carbónico. "Nos preocupan esas cicatrices -apunta- pero todavía no sabemos en qué grado los pacientes van a desarrollar fibrosis y eso nos obliga a seguir con detalle a aquellos con radiografías de tórax todavía no normalizadas".
Otra de las consecuencias de la infección por coronavirus podría ser la embolia pulmonar, cuando se forman coágulos en las arterias de los pulmones, como ocurre en otras neumonías. Infartos cerebrales, cuadros neurológicos por minitrombos a nivel cerebral, encefalitis leves tampoco se descartan porque se dan en casos que han superado el coronavirus.
A la vista está que la infección no finaliza con el alta médica. Más del 60% de los pacientes graves, los que requieren hospitalización, sufren secuelas que afectan, en muchos casos de manera irreversible, a la función muscular, la respiratoria, el buen funcionamiento del cerebro y también a la salud mental.
La situación resulta especialmente complicada para los que acaban teniendo que ser atendidos en una unidad de cuidados intensivos (UCI), que se estima que vienen a ser entre el 10% el 15% de los ingresados. La única opción de supervivencia, por tanto, para uno de cada diez enfermos graves pasa por ser intubado y sometido a ventilación mecánica y otras medidas de soporte vital, que se prolongan por término medio entre 12 días y dos semanas.
La infección por COVID-19 multiplica además por cuatro el riesgo de padecer enfermedades cardiacas porque genera inflamación en el corazón. La miocarditis, que así se denomina, favorece a su vez la aparición de insuficiencia cardíaca. El virus, según se ha descubierto, penetra en las células a través de una proteína llamada ACE2, presente sobre todo en los pulmones, el corazón y los riñones, que son el tercer órgano noble cuya función puede verse condicionada por la infección.
El síndrome respiratorio agudo severo (SARS) de 2002 dejó en algunos afectados un cuadro similar al de fatiga crónica, que se ignora si desarrollará el coronavirus.