Los servicios de inteligencia británicos se sirvieron de esta cooperación entre franquistas y nazis para hacer creer a los alemanes que iban a invadir en 1943 Grecia, Cerdeña y la Costa Azul en lugar de Sicilia, según esta obra, de la que The Times publicó un fragmento el pasado jueves.
El ardid fue todo un éxito para las potencias aliadas, que tomaron la isla italiana con sólo 7.000 víctimas, muchas menos de las que hubieran sufrido si el Eje no hubiera dividido sus tropas.
Franquismo colaboracionista
Este episodio no constituye más que un hito solitario en "la larga historia de colaboración española con el Reich entre 1940 y 1943, y aún hasta el 44", afirma el historiador Stanley Payne. En definitiva, "la neutralidad es el gran mito de la extrema derecha, como la República democrática es el de la izquierda".
La leyenda "de la prudente neutralidad de Franco durante la Segunda Guerra Mundial hace tiempo que necesitaba ser definitivamente enterrada", ha llegado a señalar Manuel Ros Agudo. El profesor afirma que este conflicto presenta la posibilidad de "invertir el reparto colonial que, desde el siglo XIX, había estado dominado por ingleses y franceses. La oportunidad parecía única para entrar en la guerra en el último momento, asestar el golpe definitivo a Gran Bretaña en Gibraltar y beneficiarse del nuevo reparto colonial". Según esta visión, Franco se habría planteado invadir Gibraltar, el Marruecos francés y también Portugal.
Por su parte, Paul Preston esgrime que, aunque el Generalísimo no entró participó en las batallas porque Hitler no cedió a sus pretensiones, no se mantuvo totalmente neutral. "Tenía grandes ilusiones en que el Eje ganara la guerra", porque soñaba en hacer de España y Marruecos un gran imperio español, recalca este experto en su libro Franco: Caudillo de España.
El especialista Santos Juliá apunta que "el franquismo, esa dictadura de tipo cesarista, tuvo un componente fascista que no determinó por completo la naturaleza del régimen". Sin embargo, como Ian Gibson, prefiere no pronunciarse sobre el libro, ya que aún no ha tenido la oportunidad de estudiarlo.
El plan del espionaje londinense era colar unos documentos falsos en España, confiando en que Madrid se los filtrara a Berlín y así engañar al nazismo.
Para ello, arrojaron al agua de la costa onubense el cadáver de un ficticio comandante William Martin (en realidad, el finado era el vagabundo galés Welshman Glyndwr). El 30 de abril de 1943, José Antonio Rey María, un pescador de origen portugués, recuperó el cuerpo sin vida que, uniformado de oficial de los Royal Marines, tenía una cartera atada a su muñeca.
Los espías nazis que operaban en España, dirigidos por el mayor Karl-Erich Kuhlenthal, lucharon con denuedo por hacerse con esos papeles sobre la supuesta invasión que habían aparecido en Punta Umbría. Para dar más verosimilitud a la estratagema, los británicos publicaron en The Times la esquela de William Martin, sabiendo que los nazis leerían el rotativo londinense para confirmar el fallecimiento.
El pez mordió el anzuelo y la operación Mincemeat estaba lanzada: ya sólo quedaba que la dictadura española diera un paso adelante para tratar de que Hitler ganara la contienda. Y claro que lo hizo.
Según sostiene Macintyre, dos altos mandos de Franco filtraron al ejército alemán los papeles sin saber que el cadáver y los documentos eran en realidad un gancho de la Inteligencia británica para confundir al nazismo.
Barrón Cerruti y Pardo
La novedad de este nuevo libro, Operation Mincemeat, es que cita por primera vez con nombre y apellidos a los militares que violaron la supuesta neutralidad española para ayudar a la Alemania hitleriana. Los hechos, además, se produjeron tres años después de la entrevista de Hendaya entre ambos dirigentes, que distanció a España del III Reich.
El coronel José López Barrón Cerruti, policía secreto y simpatizante nazi, logró rastrear los documentos y el teniente coronel Ramón Pardo Suárez, miembro del Alto Estado Mayor, se los entregó a los alemanes.
Los nazis también contaron con el apoyo del almirante Salvador Moreno, ministro de Marina, y de Francisco Gómez Jordana y Souza, ministro de Exteriores, que ayudaron a verificar los papeles interceptados.
Los documentos fueron fotocopiados en la embajada alemana antes de que técnicos españoles los reintrodujeran en sobres, volvieran a depositarlos en agua salada durante 24 horas y se los devolvieran a los británicos, haciéndoles creer que se los entregaban tal y como los habían encontrado en el mar. El almirante Alfonso Arriago Adam, jefe del Estado Mayor de la Armada, fue el encargado de llevarlos a la embajada.
El especialista Gabriel Cardona, consultado por The Times, señala que la cooperación obedecía a órdenes directas de Franco. "Estoy seguro de que Franco vio esos documentos. Las gentes como Pardo le veneraban como si fuese un dios. Nada ocurría dentro del estamento militar sin su conocimiento", argumenta este historiador.
Las fotografías se enviaron con toda rapidez a Berlín, para que los nazis pudieran estudiarlas. Mientras, los británicos se frotaban las manos. "Mincemeat Swallowed Whole" ("Se tragaron toda la carne picada"), el telegrama que recibió Winston Churchill sobre los avances de la operación, confirma esta euforia.
Dos pájaros de un tiro
Los británicos no se enteraron de quién había pasado los documentos a los alemanes hasta abril de 1945, cuando un grupo de comandos, creado por Ian Fleming (el autor de la serie de James Bond), se hizo con el archivo del Almirantazgo alemán, en el castillo de Tambach.James Bond), se hizo con el archivo del Almirantazgo alemán, en el castillo de Tambach.
El plan había sido un éxito para los aliados. IUL
El propio Adolf Hitler envió a Atenas a dos divisiones Panzer y al mariscal Erwin Rommel, cuya misión era supervisar la defensa de esta plaza. La operación Husky empezó el 9 de julio y los nazis, convenidos de que era una maniobra de despiste, no reaccionaron: en un mes se conquistó este enclave italiano. Este golpe, con la posterior toma de Palermo, provocó un golpe de estado que derrocó a Benito Mussolini, el 27 de julio. A los tres días, Londres recibía un telegrama del agregado naval en Madrid con la noticia del descubrimiento del cadáver. El cuerpo se enterraría con honores militares el 4 de mayo, en el camposanto de Huelva. Además, el Almirantazgo del Reino Unido remitió varios mensajes urgentes a sus agentes en Madrid, reclamando la devolución de los documentos. La clave de estos envios, con un bajo nivel de cifrado, garantizaba que el mensaje llegara a su verdadero destinatario, las autoridades españolas.
Entre esos legajos figuraba uno en el que se revelaba la identidad del miembro del Alto Estado Mayor que había entregado los documentos al contraespionaje alemán, la de Ramón Pardo Suárez.
Según Pyane, incluso el Gobierno alemán "abrió luego una investigación, para determinar si los españoles habían participado en la trampa o si habían sido engañados también, como realmente sucedió".