Alberto Garzón igual ni se acordaba, recién estrenado 2022, de aquella entrevista que había concedido al diario británico The Guardian casi tres semanas antes. La que hizo, según dice, el 14 de diciembre, se publicó el día 26, en esos días valle informativamente hablando entre nochebuena y nochevieja y que a eso del tres de enero, técnicamente el año siguiente, vino a estallar como una bomba con temporizador, colocándole en el epicentro de la primera gran polémica de la temporada. De consecuencias, por ahora, impredecibles.
Pero si antes no se acordaba, ahora es probable que no la olvide nunca.
Coincidiendo con el aniversario de la tormenta Filomena, el ministro de Consumo ha tenido la suya propia, por culpa de un comentario sobre la ganadería y su consecuente efecto bola de nieve. Alguien lo echó a rodar (un lobby del sector, según el ministro perjudicado) y lo que parecían unas inocentes palabras no han dejado de engordar la polémica, crecida hasta convertirse en un enorme alud.
La avalancha de reacciones está en las antípodas de un ministro de su calibre, el último de hecho en el escalafón. Y el fondo en sí de lo que dijo tampoco explica por sí mismo la envergadura del follón que se ha montado. En concreto, Garzón, como él ha tratado de aclarar sin encontrar mucho eco, apuntó en esa entrevista que hay diferencias de calidad entre la carne que se produce de manera extensiva y la que procede del método intensivo, en las llamadas macrogranjas.
Poco o mucho decir, fue en todo caso lo suficiente para que el sector ganadero -o al menos la parte que se dedica a este tipo de explotaciones, porque hay otra parte que las ha puesto en cuestión- pusiera el grito en el cielo. Los interesados concluyeron que el ministro decía que España exporta carne de mala calidad, y a partir de ahí todo lo demás. Hasta el punto de que casi una semana después, se sigue sin casi hablar de otra cosa. Ha sido lo que se llama una tormenta perfecta, que solo se explica en la suma de muchos elementos.
Nada de lo ocurrido hubiera pasado, desde luego si Garzón, no hubiera dicho lo que dijo. "Encuentran un pueblo en la España vaciada e instalan 4.000, 5.000 o 10.000 cabezas de ganado. Contaminan el suelo, el agua y exportan esa carne de mala calidad de animales maltratados". Este ese el textual del diario británico. Garzón dice que nunca habló de mala calidad, sino de peor calidad. Que la entrevista está recortada. Y que elogió expresamente el tipo de ganadería extensiva que es mayoritaria en Castilla y León. En definitiva, ha insistido en que sus palabras fueron "impecables". Eso sí, cuando el tsunami ya estaba en marcha, imposible de detener.
El ministro puede haber sido políticamente correcto, en la medida en que la crítica a las macrogranjas no solamente es legítima sino que está extendida y la comparten o han compartido en sectores desde los que ahora se le acusa. Lo que se ha cuestionado es, sin embargo la oportunidad. Que en su calidad de ministro haya transmitido la idea de que se exporta carne que no es de primera. Más aún en plena crisis postpandemia y en vísperas de las elecciones en Castilla y León, en las que la izquierda lo tiene complicado.
Si no se percató de que con ello concedía munición al rival -en un escenario a su favor, además, y en un momento clave- ahora que seguro lo sabe.
No es además la primera vez. El sector cárnico ya le tenía a Garzón el punto de mira desde que hace unos meses recomendó consumir menos carne roja. También entonces por causas en principio plausibles: cuidar la salud y el medio ambiente. También entonces sus palabras podían ser correctas, pero se vieron inoportunas.
Todo incendio necesita oxígeno para mantenerse. En este caso, ese oxígeno ha sido el contexto electoral. El PP lo vio claro de primeras y salió en tromba. A la cabeza, Alfonso Fernández Mañueco, presidente de Castilla La Mancha y ahora candidato popular a la reelección, que ya lleva unas cuantas peticiones de dimisión del ministro de Consumo.
Para los de Casado, Garzón ha hecho saltar la chispa de una batalla que les interesa y piensan mantener a largo plazo. Para el PP les vale para competir en Castilla La Mancha no solo contra el PSOE, sino también contra VOX y todos esos partidos de la España vaciada que son la novedad en el escenario político.
Casado quiere hacerse fuerte en el mundo rural y apoyarse en él para acceder a la Moncloa. Con esto de Garzón ha decidido presentar mociones contra él en ayuntamientos, diputaciones y parlamentos regionales. Convertirlo en una especie de macrodebate permanente de aquí al 13-F: política alimentaria, defensa animal, transición ecológica, modos de vida, incluso.
El Gobierno se ha movido incómodo en una polémica en la que tiene mucho que perder y nada que ganar. De hecho, se desmarcó desde el inicio de las palabras de Garzón, señalando que hablaba a título personal, un casi imposible en lo que venía a ser una entrevista a un ministro de España en un medio extranjero. Además, el intento de dejarle solo no ha hecho sino hacer ver las costuras con sus socios de Podemos, cosa que tampoco le viene bien. Del gabinete, solo ha salido en defensa del ministro de consumo la vicepresidenta Yolanda Díaz. Y de aquella manera. Con la que está cayendo, apenas se refirió al asunto en un tuit aislado, sin citarle y poniendo el acento en la apuesta por la ganadería sostenible.
Sánchez ha vuelto así, a tropezar en la piedra de Garzón, después del famoso episodio de la carne. Esta vez, sin embargo, eludía entrar al choque, como hizo entonces con lo de que el "chuletón al punto es imbatible". Se limitaba a repetir que el Gobierno "cumple con los ganaderos".
Es la postura oficial de Moncloa, distancia y mirada hacia otra parte. Pero no del socialismo en su conjunto. Entre los muchos elementos que han convertido lo que era una frase suelta en un serial está el protagonismo que han tenido algunos barones socialistas. Lo de Luis Tudanca era de esperar, se la juega en las urnas con Mañueco, que ha ejercido como ariete del PP en este asunto.
Los más incendiarios, y no es la primera vez, han sido el aragonés Javier Lambán y el castellano manchego Emiliano García-Page. Lambán ha pedido la dimisión de Garzón. Page, en un arrebato, ha dicho de él: "El diablo cuando no tiene nada que hacer mata moscas con el rabo". Una forma de cuestionar la utilidad del departamento de Garzón, que quizás no ha reparado, pero es un ministerio por decisión de Sánchez. Todo muy loco.