La legislatura del primer Gobierno de coalición de la historia ya tiene un lema. “No seas cabezón”, que es lo que le dijo María Jesús Montero, portavoz del Gobierno, a ‘su’ vicepresidente, Pablo Iglesias. La imagen de ambos discutiendo, este miércoles, en los pasillos del Congreso es de esas que se imprimen en las camisetas con el lema “Yo sobreviví a…”. En este caso, la legislatura dosmilveinte-dosmilveintialgo, porque aún no se sabe cuánto puede durar la cohabitación entre los actuales inquilinos de Moncloa. Previsiblemente todo.
El caso es que se ha venido a convertir en La Frase (en mayúsculas) de una semana por lo demás plácida en el terreno de los hechos para el Gobierno. Arrancó con el Senado tumbando todas las impugnaciones a los Presupuestos Generales del Estado. Se ha cerrado con la aprobación en el Congreso de una ley histórica, la de la eutanasia. Se debatió, además, sobre el Estado de Alarma sin mayor novedad ni tener que votar nada. Así que el valor sintomático que se la dado a las palabras de Montero no encaja del todo con la supuesta enfermedad del paciente, el Gobierno de coalición, al que bien se le podría aplicar aquello de que sigue estable dentro de la gravedad.
El sarpullido, es verdad, es de los que no cesan. Pero los roces que ya casi se recitan como si fueran la lista de los reyes godos (la enmienda de los desahucios, los comentarios incómodos sobre el Sáhara, el salario mínimo, las posiciones encontradas con respecto a la monarquía…) tienen más de rutinas de pareja de largo recorrido que de tormenta previa a la ruptura. No es que se hayan “naturalizado” las discrepancias propias de un Gobierno de coalición, es que se ha cronificado la dolencia.
Pedro Sánchez, de la necesidad está intentando hacer virtud. Asume un socio inquieto que le deja a los suyos el terreno de la “responsabilidad de Estado” y el espacio más centrado, abierto incluso a posibles nuevas alianzas. Iglesias busca remarcar su identidad frente a los socialistas, y más ahora que ya se han cerrado las cuentas del Estado para el próximo año, según sentencian la mayoría de los analistas. En discrepancia, por cierto, con lo que defienden desde Unidas Podemos. “No son batallas para sacar perfil”, afirman. Todas las medidas “están firmadas y son urgentes por la pandemia”, lo que ocurre es que si no hay presión “no se aceleran”, vienen a decir.
Sea por una cosa u otra, la realidad es que ni siquiera en esta semana dulce se ha frenado el goteo. La razón, esta vez, los cortes de luz y otros suministros. La afectada, la vicepresidenta tercera, Teresa Ribera. La responsable de Transición Ecológica es la última en sumarse a la lista de ministros socialistas que se las han tenido que ver con sus socios de Unidas Podemos.
Tan larga es ya la nómina, que se acaba antes con el recuento de aquellos a los que no les ha pasado. La alineación alcanza la de un equipo de fútbol, con un par de suplentes...
Carmen Calvo. Lo de la vicepresidenta segunda viene de lejos. De justo antes de la pandemia cuando chocó con Irene Montero, ministra de Igualdad, por si tramitar de una manera u otra la ley del “solo el sí es sí”. Es la mano derecha de un presidente al que le ha salido una mano izquierda (Pablo Iglesias), figuradamente hablando. En el entorno de quienes conocen los entresijos del Gobierno, las discrepancias con los ministros de Podemos, que con otros colegas socialistas son “de números” en su caso son casi de piel.
Hay una tensión soterrada y persistente que llega hasta estos días. A Calvo, esta misma semana, se le ocurrió hacer un alegato taurino, y le faltó tiempo al director general de derechos animales, Sergio Torres, un hombre de Iglesias, para llamarle la atención.
Calvo, este viernes, ha sido la que ha hablado de “desajustes” –y por tanto un posible retraso- en el decreto antidesahucios que Podemos daba ya por cerrado. Ella coordina la reunión de subsecretarios que aprueba lo que va o no va a los consejos de ministros. El martes se verá si es el anuncio de un nuevo enfado.
Nadia Calviño. A la vicepresidenta tercera ya le cansa que cada una de sus citas con periodistas empiece con pregunta sobre sus disensiones con Podemos. En una de ellas se permitió el desahogo de confesarlo. Calviño representa el papel antagónico a Iglesias, la villana necesaria en la película de la gestión que se hacen en Podemos. A nada que se ha hablado de la banca, los alquileres o el SMI han salido a relucir las diferencias.
María Jesús Montero. Todos los Gobiernos son un Gobierno de coalición de su ministro de Hacienda con el resto del gabinete, dijo Pedro Solbes que ocupó ese cargo. En el caso de Montero, por partida doble. Podemos forzó que tuviera que pactar los Presupuestos Generales del Estado con su propio ejecutivo, con un hombre de Iglesias, Nacho Álvarez. Y que el vicepresidente le montara negociaciones paralelas en su intento de cerrar la vía Ciudadanos.
En lo concreto, y de cara al público, el choque mayor fue el asunto de los “remanentes” de los ayuntamientos, que le hizo protagonizar la gran derrota parlamentaria de los socialistas de la legislatura. Montero es la del “No seas cabezón” de esta semana. Y la que advirtió a Iglesias –cuando deslizó, mientras se celebraba un Consejo de Ministros, que Ribera se estaba retrasando con lo de la prohibición de cortar- que ellos, los socialistas, nunca lo harían. Como el anuncio.
José Luis Escrivá. Para el ministro de Seguridad Social ha tenido que ser poco menos que una pesadilla poner en marcha el Salario Mínimo Vital con el aliento en la nuca del vicepresidente segundo. Antes, durante, y después de su presentación en sociedad, el SMI ha generado tiranteces entre Escrivá e Iglesias. Las quejas de éste –porque no arranca, porque no alcanza- han sido reiteradas. No solo eso, el debate de las pensiones es otro asunto en el que se anuncian turbulencias.
Margarita Robles. “La ministra favorita de los poderes que quieren que Gobierne el PP con Vox”. Esta definición de la ministra de Defensa es de Ione Belarra, secretaria de Estado de Agenda 2030, de la vicepresidencia de Iglesias. Y está en lo más alto del ranking de choques entre los socios de Gobierno. Las diferencias que en otros casos se buscan entre líneas, aquí aparecen, sin embargo, en trazo grueso. El Sáhara, la monarquía... por asuntos como estos, Robles ha pedido a los ministros de Podemos, tan públicamente como Belarra se ha dirigido a ella, que recuerden que gobiernan para todos y le ha dicho Iglesias que no olvide que el presidente es Sánchez. Lo dicho, una pelea a cielo abierto.
José Luis Ábalos. Su responsabilidad en el tema de Vivienda le ha supuesto verse cara a cara con sus socios en el espinoso tema de los desahucios. Las urgencias de Podemos por sacar adelante un decreto ha transmitido sensación de estar en el tira y afloja a un ministro, por lo demás, con cierta sintonía con los de Iglesias. Salvo, eso sí, que como Calvo, también es de los que le gustan los toros.
En apenas un año, la lista se hace inacabable. Porque en ese mismo camarote de agravios se acumulan el cruce de palabras de Planas con Díaz por los de los “esclavos del campo”; los recados a Marlaska por la construcción del CIR de Algeciras; el agitado viaje a Bolivia de González Laya, al que Iglesias le acompañó con agenda propia; el “A veces hacemos las cosas mal”, con el que Iglesias pidió disculpas, en nombre de Salvador Illa, por la confusión de si los niños podían salir o no a pasear; lo de Ribera de este martes.
Si los han contado son trece. En un repaso que no pretende ser exhaustivo, pero sí lo más elocuente posible de lo universal que está llegando a ser el martilleo de Podemos a sus socios de Gobierno. Pero como dicen en Moncloa, en la parte que no es de Podemos, una cosa es el ruido, otra la señal. Contando como señales esas buenas noticias que el Gobierno de Sánchez ha cosechado en esta semana del ‘noseascabezón’.
¿Riesgo de ruptura? No parece ¿Erosión? Probablemente. Pero como decía también aquel lo que de verdad desgasta es la oposición. Y sí, Sánchez se enfrenta a la gestión de una izquierda dividida, pero reunida en el perímetro de Moncloa. Frente a una derecha a la que además le ocurre algo parecido, a campo abierto. Sin el factor de cohesión del poder.