Isabel Díaz Ayuso, 'pongamos que hablo de Madrid'... de momento
La victoria contundente de Ayuso podría eclipsar el liderazgo de Pablo Casado en el PP
Ayuso se ha convertido en el nuevo icono pop de la derecha y acuña el nacionalismo 'cañí'
En dos años de legislatura no podido sacar adelante los presupuestos y sólo ha aprobado la ley del suelo
En plena segunda ola con los contagios descontrolados en Madrid, tras el escándalo de las residencias, y a tortazo limpio con el Gobierno de Pedro Sánchez, el periodista Carlos Alsina le preguntó a una Isabel Díaz Ayuso desbordada y sin apenas experiencia de gestión, si “todo esto no le venía grande”. Entonces nadie daba un duro por ella. Ocho meses después Ayuso está de moda. Le ha ganado el pulso a Sánchez, los hosteleros la adoran y le dedican platos como las "papas a lo Ayuso: pocas papas y muchos huevos"; la prensa internacional habla del “milagro de Madrid”, y “la nueva musa de la derecha” amenaza incluso el liderazgo de Pablo Casado en el Partido Popular.
Si en la política actual lo que manda son las emociones, Ayuso, de la mano de Miguel Ángel Rodríguez, su todopoderoso jefe de gabinete y la persona en la que confía ciegamente, ha sabido con su “vivir a la madrileña” capitalizar el hartazgo con la pandemia, y aglutinar en torno a ella al ‘antisanchismo’. La candidata popular ha conectado con la calle y eso se ha visto en sus mítines. Todo el mundo quiere tocarla, besarla y hacerse una foto con ella, mientras Ayuso abraza niños, perros o se sube con desparpajo a una Harley-Davidson. Es el nuevo icono pop de la derecha y poco importa que en dos años de legislatura haya sido incapaz de aprobar unos presupuestos o haya aprobado una única ley.
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Isabel Natividad Díaz Ayuso, Madrid, 42 años. La casualidad quiso que naciera el mismo día, el 17 de octubre, y el mismo año, 1978, que su némesis Pablo Iglesias. Ayuso es de Chamberí, el lugar donde los madrileños se van de cañas, ¿les suena?, y donde sigue viviendo en un piso heredado. Eso imprime desparpajo y acento cañí.
Licenciada en periodismo y máster en Comunicación Política. Del Real Madrid, Ayuso hizo prácticas en Radio Marca. “Era tan mala que un día decidí no ir más por no estorbar”, ha confesado ella misma. Con la carrera terminada se marchó a trabajar a Ecuador y después a una emisora de música en Dublín.
Su amistad con MAR (el acrónimo de Miguel Ángel Rodríguez y como le conocen amigos y enemigos), surge en esos años, en 1996 cuando Ayuso, una joven estudiante de periodismo, le pide ayuda para finalizar su trabajo de fin de curso sobre la gestión comunicativa del Gobierno de Aznar. Se hicieron amigos y cuando fue designada candidata a la Comunidad de Madrid, él le echó una mano en la campaña electoral. A partir de ahí, la ha modelado hasta convertirla una especie de Esperanza Aguirre 2.0.
Claro que ella ya llevaba lo suyo de serie. Sin complejos, dando todas las batallas y pisando todos los charcos. Desde exhibir un adoquín lanzado contra la policía en la Asamblea regional, plantarse en Barcelona para ponerse ella misma como ejemplo de gestión, fotografiarse con el rimmel corrido en la misa por los fallecidos por la Covid, o defender un menú de pizza y Coca Cola para los niños sin recursos en plena pandemia. Puro PP de Madrid, hasta el punto que la Aguirre original haya caído rendida a sus pies. “Isabel es una crack. Capaz de dar la batalla cultural sin complejos a la izquierda”, dice orgullosa en detrimento de su otro pupilo, Pablo Casado.
En 2005 Isabel Díaz Ayuso se afilió al Partido Popular. Allí se hizo íntima Casado. De su mano entró como becaria en FAES, el think tank de José María Aznar. En 2006, con 27 años ya cobraba del PP y compartía tertulias y cañas con Pablo Iglesias, antes de que éste se encarnara en “el mal”. Responsable de redes sociales con Esperanza Aguirre, -creó y gestionó la cuenta de Twitter de su perro Pecas-, 6 años diputada regional, viceconsejera con Cristina Cifuentes, llegó a la presidencia de Madrid por empeño personal de su amigo Casado, quien apostó por ella como candidata cuando nadie la conocía.
Era 2019 y Ayuso perdió las elecciones ante el socialista Ángel Gabilondo y aun así llegó a presidenta del primer Gobierno de coalición de la región con Ciudadanos y el apoyo externo de Vox, hasta que ella misma decidió dinamitarlo y convocar elecciones anticipadas tras dos años de relación imposible con su vicepresidente Ignacio Aguado.
Amiga de Santiago Abascal desde los tiempos en que ambos fueron voluntarios a la campaña de María San Gil en el País Vasco, los votantes de Vox declaran que la prefieren a ella como presidenta de Madrid antes que a su candidata Rocío Monasterio y Ayuso se deja querer. “Gobernar con Vox no sería el fin del mundo”, proclamaba en la recta final de la campaña.
Una campaña en solitario convertida en casi en un plebiscito, a lo Manuela Malasaña luchando a brazo partido contra “los invasores” Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, y en la que se ha dejado ver poco con Pablo Casado y nada con los barones del PP.
Comunismo o libertad’ es el lema con el que ha cabalgado hasta la victoria final, impulsada por un nuevo nacionalismo formulado como “vivir a la madrileña”. “Madrid es España dentro de España”, un paraíso de “libertad” en el que se pagan menos impuestos, en el que “después de un día sufriendo podemos irnos a una terraza a tomarnos una caña”. Puedes “cambiar de pareja y no encontrarte a tu ex jamás”. Isabel Díaz Ayuso estuvo casada cuatro años con un empresario del mundo del golf. Se divorció y es de suponer según su nuevo mantra, que nunca más le ha vuelto a ver. Hasta hace unos pocos meses mantenía una relación con el peluquero Jairo Alonso, un amigo de la adolescencia, pero eso también terminó.
Le gustaría ser madre, pero confiesa a sus íntimos que tendrá que aparcarlo si repite como presidenta de Madrid. La victoria es sólo suya y está por ver si la compartirá con su amigo Pablo Casado, quien ha ligado su futuro político al de Ayuso.