Iglesias deja el moño y vuelve a la coleta
La acción de Gobierno y el corsé de la Administración ha parecido que suponían a Pablo Iglesias una jaula
¿Qué lleva a un político que desempeña el cargo de vicepresidente del Gobierno de un país a dejarlo todo para embarcarse en una pugna electoral de incierto futuro? Pues no tengo ni la menor idea. Es decir, no tengo información de por qué lo ha hecho. Si tuviera oportunidad de preguntárselo estoy convencido de que me daría una respuesta bien elaborada, porque él, en esto del discurso y el relato, es probablemente el mejor político de este país. Como no he tenido esa oportunidad voy a intentar explicar las razones que creo que le mueven, que no están basadas en información (insisto) sino en la mera observación.
En el verano pasado, Iglesias decidió recoger su coleta en un moño: "Entre la ola de calor y que mis hijos me tiran del pelo... tocaba nuevo look". Si quisiéramos trasladar a la política ese gesto, podríamos decir que Iglesias se recogió el pelo cuando comprobó que su acción política dentro del Gobierno debía ser más comedida. El Iglesias del Gobierno no ha sido el mismo que el de los mítines o las tertulias. Ahí se siente más libre, sin las ataduras que suponen guardar y hacer guardar las deliberaciones del Consejo de ministros.
La andanada de Rufián
En aquellos momentos, aún no se habían mostrado crudamente las disensiones entre los dos miembros de la coalición, que se han acentuado en los últimos meses. Iglesias ha reemprendido una cruzada contra los dueños de los medios de comunicación, los bancos y los “poderosos”, intentado lanzar el mensaje a los suyos de que no se han olvidado de sus orígenes, por mucha moqueta que pise. Y lo hace consciente de que cuanto más le ataquen por ese flanco, más le debilitan. Como cuando Rufián le dijo en la tribuna del Congreso: “Aparte de Twitter tienen el BOE. Tuitear cuando se puede legislar no es solidaridad, es cinismo” (17 febrero 2021). Esa frase atronó en la izquierda en medio de la polémica por el encarcelamiento de Hasel e Iglesias, que tiene un gran olfato político, pudo apreciar que el argumento les colocaba en una situación incómoda. A Podemos eso de llamarles comunistas, bolcheviques, bolivarianos, etc., no les desgasta nada. Pero acusarles de inacción por estar cómodamente instalados en el poder mientras encarcelan a un cantante por injurias al rey, es otra muy distinta.
Por esos días, el columnista Ignacio Varela definió de manera certera la situación: “Sánchez permite todo a Iglesias, excepto gobernar”. Las disensiones en el seno del Gobierno eran constantes y se aireaban sin pudor. Sánchez permitía todo tipo de declaraciones y mensajes de sus compañeros de coalición sin poner orden. ¿Para qué, pensaría el presidente? Mejor que se desahoguen fuera si me siguen apoyando dentro del Parlamento. Seguro que Sánchez ha pasado malas noches en La Moncloa por meter en el Gobierno a Iglesias, tal y como vaticinó, pero no tantas como las que ha debido de sufrir el líder de Podemos.
La acción de Gobierno y el corsé de la Administración ha parecido que suponían a Pablo Iglesias una jaula. Sólo en las sesiones de control del Congreso podía explayarse y saciar su hambre de debate. En medio de esta frustración ha llegado la audacia de Isabel Díaz Ayuso. Un movimiento osado para lograr más poder todavía en Madrid. ¿Y yo lo voy a ver como espectador sin hacer nada? No sé si el vicepresidente se puso el discurso de la abuela de la serie “Years and years”, que en el último capítulo echa en cara a toda su familia no haber hecho nada para frenar la locura en la que se desarrolla la distopía que narra, pero ha actuado como si lo hubiese hecho. Y en un acto a caballo entre el “sujétame el cubata” y “es la hora de los valientes”, Iglesias decide quitarse el moño y volver a la coleta. Adiós al corsé, la moqueta y la moderación y hola al puño en alto, la calle y la hipérbole. Vuelve. ¡Cómo le gusta volver!