Examen fin de curso: el desliz de Escrivá y otros borrones en los expedientes de los ministros

  • "No es una prioridad": el presidente sortea con evasivas la expectativa de cambios en su gabinete

Cada vez que a Pedro Sánchez le preguntan si habrá o no remodelación de Gobierno la respuesta es la misma: “No es una prioridad”. Y no se sabe si es un desmentido o una confirmación. Es la tradicional respuesta multiusos que ni te compromete a dar el paso ni te penaliza si tomas la decisión.

El presidente ha sorteado con esa muletilla el interés por el asunto de los primeros momentos. Pero el fin de curso acrecienta las expectativas y, por tanto, la presión. Más aún cuando para el Gobierno de coalición este fin de curso es mucho más que eso, es una especie de fin de ciclo una vez superada la pandemia, amarrados los fondos europeos y, en lo doméstico, concedidos los indultos, una de esas decisiones de las que marcan un antes y un después.

Esa es la idea, un antes y un después. Lo que queda de legislatura -oficialmente la mitad, dos años- no es un segundo tiempo, ni una prórroga. Es un nuevo partido que, por lógica, suele acompañarse con una nueva alineación. La crisis de Gobierno no será una “prioridad”, pero a estas alturas se da como un hecho. La metáfora del fin de curso anima al examen.

Señalados para mal

Entre los señalados, para mal, José Luis Escrivá ha tenido la mala fortuna de tomar una mala decisión en un mal momento. Su desliz con las pensiones fue de las graves: estropeó una foto, ha disgustado a sindicatos y patronal. Y, lo que es menos perceptible pero probablemente peor para los intereses de Sánchez, ha sembrado el miedo en la generación más multitudinaria de la historia. No tenía necesidad ni obligación de avisarles de que, igual, llegado el momento se les recortan las pensiones. Ya lo dijo él: “No tuve el mejor día”.

El ministro de Seguridad Social arrastraba ya el hándicap de la irregular implantación del Ingreso Mínimo Vital, criticado incluso por sus compañeros de gabinete de Podemos que siempre han querido más. Lo del desliz de las pensiones ha venido a ser un mal remate para un ejercicio complicado para él, aunque no es el único con borrones notables en su expediente.

A medida que ha ido avanzando, la legislatura ha ido acumulando ministros marcados por sus errores, o lo que otros han entendido como errores, que pueden resultar decisivos llegados al punto de inflexión: ante la nota de corte.

Arantxa González Laya, Exteriores, tiene aún reciente y sin resolver la crisis con Marruecos, propiciada por la visita incómoda y quizás mal gestionada de un líder del Frente Polisario. En algún sector de la diplomacia molestó también el retraso en el relevo de embajadores.

En el currículum de Fernando Grande-Marlaska, Interior, pesa también lo de Marruecos, por la complicada atención a los menores no acompañados y el siempre delicado asunto de las devoluciones en caliente. Sus detractores más detractores le afean, además, la ‘fallida’ destitución del coronel Pérez de los Cobos y el acercamiento de etarras al País Vasco.

También con varios, sonados puntos negros en su haber está Carolina Darias, Sanidad, aun habiendo aterrizado en la pandemia cuando ya se veía la luz al final del túnel. Pues bien, le atropellaron varios trenes: el galimatías de las medidas del fin de la desescalada, el de la segunda dosis de AstraZeneca, y hasta el enredo con las vacunas de la selección española de fútbol. A Darias le ha perjudicado, más allá de la gravedad en sí de los asuntos, el manejarse en un territorio del que estaba pendiente todo el mundo.

Un poco al contrario de lo que le ha pasado a Reyes Maroto. En su caso la tarea no reclama mucho foco, y su mayor contratiempo ha sido quizás el supuesto retraso en las ayudas directas a sectores directamente afectados por la crisis. Sin embargo, el hecho de que el propio Sánchez la declarara transferible, como posible vicepresidenta de Madrid si ganaba Gabilondo, la sitúan ya más fuera que dentro llegada la crisis. “Que no es una prioridad”, dice el presidente.

Los aventajados de la clase

Como contrapunto a estos casos, hay ministros que han mantenido y mantienen un cierto status de aventajados de la clase. Margarita Robles, Defensa, es una de ellas. En una gestión sin mayores contratiempos, las pocas veces que ha tenido cierto eco ha sido al llamar al orden a sus compañeros de filas de Podemos. Y eso puntúa, en principio para bien. Es la ministra más valorada. Por los ciudadanos, en las encuestas.

En este mismo grupo está Carmen Calvo. En su papel de delegada de Sánchez ha tenido alguna sombra, como el haber prometido una legislación alternativa al estado de alarma que nunca vio la luz, y otras menores como cuando dijo lo de que el “temazo” no era “a qué hora se plancha si no quién plancha” con el público temblando por la subida. Ninguno de sus errores la ha puesto en todo caso en cuestión.

Forma parte del grupo de confianza del presidente, en el que también se presume que están María Jesús Montero, Hacienda, la de los Presupuestos, que es mucho decir, y José Luis Ábalos, ministro de Transportes y secretario de Organización del PSOE. Ábalos ha pasado sus apuros -el caso Delcy; el Plus Ultra, o la inacabable batalla con Podemos por la ley de vivienda- pero su nota no parece que peligre.

El curso llega a su fin, además, con ministros como se suele decir de los alumnos del montón. Isabel Celáa, Educación, ha aprobado su ley y ya. Luis Planas, Agricultura, ha tenido al campo enfadado, pero no ha pasado a mayores. Iván Duque ha ido de más a menos hasta casi la desaparición… Tampoco Manuel Uribes, Cultura, ni Manuel Campo, Justicia, han tenido mayores incidencias. A éste último le ha tocado el delicado papel de vestir los expedientes de los indultos, pero lo ha hecho desde un segundo plano, casi estrictamente técnico.

El caso de las 'vices'

Los casos de las otras dos vicepresidentas socialistas tienen sus particularidades. Teresa Ribera, la cuarta, de Transición Ecológica, presenta un historial sin mayores contratiempos y está en un departamento estratégico en la España pospandemia que pretende Sánchez. Punto para ella.

La de Nadia Calviño, la tercera, Economía, el panorama se presenta incierto aun después de haber capeado el temporal de la crisis y haber superado con nota el examen europeo del plan español para captar los fondos de recuperación. Si le va mal puede que sea no tanto por sus errores -que alguno hay como el de la supuesta errata en el documento remitido a Bruselas - si no porque Sánchez entienda que necesita otro perfil para otro tiempo en el que, entre otras cosas, está por ver qué pasa con la derogación, o no, de la reforma laboral.

Garzón y Castells, inadvertidos

Y a todo esto, están también los ministros de Podemos. Para Yolanda Díaz, vicepresidenta tercera, Trabajo, el curso ha sido casi un paseo. De foto en foto con patronal y sindicatos, ha armado un expediente envidiable para muchos de sus compañeros. A Irene Montero, Igualdad, le ha costado un triunfo, algún enfado y varios revolcones sacar adelante sus proyectos: entre ellas la ley trans que al final no le ha salido mal.

Ione Belarra, Asuntos Sociales, conserva aún el beneficio de la presunción de inocencia. Acaba de llegar, lo mismo que el socialista Miquel Iceta, Política Territorial. De Manuel Castells, Universidades, y Alberto Garzón, Consumo, lo más destacado ha sido que han pasado el curso casi desde el anonimato. Sin pena ni gloria.