En septiembre de 2017, una encuesta realizada a universitarios vascos revelaba que el 47% de ellos desconocía el nombre de Miguel Ángel Blanco, mientras que el 56% no sabía lo que era el atentado de Hipercor.
Las nuevas generaciones de jóvenes vascos crecen, diez años después del fin de la violencia de ETA, alejadas de los traumas que marcaron a la generación anterior, a pesar de que las siglas de la organización terrorista siguen presentes en el debate político de Euskadi y del resto de España.
Diez años que el País Vasco ha pasado entre dos grandes crisis, la financiera de 2008, que supuso un durísimo impacto que situó la tasa de paro vasca en el 14% en el momento en el que ETA puso fin a su actividad, y la de la covid-19, de la que la economía vasca parece estar recuperándose en los últimos meses.
Para cuando ETA hizo su histórico comunicado, el 20 de octubre de 2011, en el que anunciaba el "cese definitivo" de su actividad terrorista, los vascos habían descontado ya de entre sus mayores preocupaciones a una banda que no asesinaba desde marzo de 2010, cuando mató al policía francés Jean Serge Nèrin.
La situación económica, en concreto el desempleo, ocupaba en todas las encuestas el primer lugar entre las preocupaciones de los vascos, que acogieron el anuncio de ETA divididos entre la ilusión y el escepticismo.
Diez años después, completado el desarme de ETA en 2017 y su disolución definitiva en 2018, los vascos se encuentran inmersos en una nueva crisis, esta vez sanitaria y económica, que ha vuelto a hacer caer el PIB per cápita de Euskadi hasta los 32.504 euros en 2020, una cifra aún superior a la de 30.775 que se registró en 2011, cuando la crisis financiera aún no había tocado fondo.
El paro, cuando ETA dejó de matar, se situaba en el 14% (151.377), en una cuesta abajo que culminó en 2013, con un 17% (179.327), mientras que, en la salida de la pandemia, el número de desempleados actuales en Euskadi es de 119.492, con una tasa que ronda el 11%.
El País Vasco logró salir con fuerza de la crisis financiera, aupada por una estructura económica basada en la industria y con ayuda de otros sectores que se vieron impulsados por la desaparición de la violencia, como el turismo, que en esta década ha arrojado datos récord año tras año hasta el parón por la covid-19.
La pujanza económica de Euskadi llevó a lograr máximos de recaudación en 2019, cuando las haciendas vascas ingresaron 15.469,5 millones de euros. El crecimiento se estancó por la covid-19, pero la recuperación parece firme y rápida, con previsiones de recaudación históricas para el cierre de este 2021, cuando se pueden alcanzar los 15.578,8 millones.
Las dos crisis tuvieron su reflejo en el debate político, que situó tanto en 2011 como en 2021 la recuperación en el primer plano, mientras que otras cuestiones, como el terrorismo o el autogobierno, se fueron enfriando, también afectados por el procés catalán, que ningún partido vasco ha pretendido trasladar a una Euskadi en fase de distensión tras décadas de violencia.
De hecho, el último Sociómetro -una prospección sociológica que realiza el Gobierno Vasco- establece que el 21% de los vascos está totalmente de acuerdo con la independencia de Euskadi, mientras que el 32% lo podría estar "según las circunstancias" y el 41% se manifiesta abiertamente en contra.
En la encuesta de 2013, la primera que se hizo tras el anuncio de ETA, el 27% de los vascos se declaraban abiertamente independentistas y el 30% se mostraba en desacuerdo, según los datos del Gobierno Vasco.
Lo que se mantiene invariable es la confianza de una importante parte de los vascos en el PNV, que sigue siendo hegemónico en un tablero político afectado por la incorporación de la izquierda abertzale tras la fase de las ilegalizaciones y, en menos medida, por la irrupción de nuevos partidos como Podemos y Vox.
Estas sacudidas electorales no afectan al PNV, fuerza mayoritaria en Euskadi el 20 de octubre de 2011 con 30 escaños y el respaldo de 399.600 vascos (el 38,5 % de los votos), aunque estaba en la oposición al gobierno del entonces lehendakari Patxi López (PSE-EE), a quien sostenía el PP.
En 2012, con EH Bildu ya en juego, el PNV recuperó el Gobierno Vasco, que sigue liderando ahora, eso sí, junto con el PSE-EE, con 31 parlamentarios logrados con el apoyo de 349.960 electores, el 39.07 %.
En esta década, EH Bildu se ha consolidado como primera fuerza de la oposición, con 21 escaños logrados en julio del pasado año, e incluso con una importante experiencia en la gestión tras gobernar Gipuzkoa y el Ayuntamiento de San Sebastián entre 2011 y 2015, aupada por el impulso del fin del terrorismo y la legalización.
Su pujanza ha inclinado la balanza vasca hacia mayorías nacionalistas, a la vez que las fuerzas constitucionalistas han perdido terreno, pese a lo que la reclamación independentista continúa en horas bajas.
La izquierda abertzale no solo ejerce un papel fundamental en la política vasca, a pesar de los continuos llamamientos del resto de partidos para que asuma una autocrítica sincera de su papel en el terrorismo de ETA, sino que también ha decidido jugar la partida en el Congreso de los Diputados, donde participó en la moción de censura contra Mariano Rajoy y ha servido de aliado en determinadas decisiones del actual Gobierno de Pedro Sánchez.
Precisamente, las filas socialistas, y también las de Podemos (socio del ejecutivo central), han acogido con satisfacción la declaración de Arnaldo Otegi este lunes sobre las víctimas de ETA: "sentimos su dolor y desde ese sentimiento sincero afirmamos que el mismo nunca debió haberse producido".
Podemos no existía en el arco político vasco cuando ETA dejó de matar y, tras una fortísima irrupción, con una histórica victoria electoral en las generales de 2016, actualmente se sitúa como cuarta fuerza política vasca, claramente por detrás de los socialistas y muy lejos de EH Bildu, pero con el nada desdeñable apoyo de 72.113 vascos que sentaron en el Parlamento a seis de sus representantes.
Mientras sobreviven a las dos crisis y observan la reconfiguración del tablero político, los vascos intentan cerrar heridas y construir la memoria, que se va plasmando sobre todo en la cultura, con fenómenos de masas como "Patria" o "Maixabel", entre otros, dejando testimonio de lo vivido en décadas de violencia y dolor.