Este 20 de octubre se han cumplido 13 años del comunicado del cese definitivo de ETA, un aniversario que coincide estos días con la polémica por la reducción de penas de la que van a poder beneficiarse algunos etarras. Además, aún hay otra realidad muy dolorosa para los familiares de las víctimas: los asesinos que nunca han pisado la cárcel por sus muertes, con casi 400 asesinatos sin resolver, como informa en el vídeo Gabriel Cruz.
Hace 13 años, la banda terrorista se disolvía: “Un alto al fuego, permanente y de carácter general”, anunciaban.
ETA asesinó a 853 personas, entre ellas 22 niños. En su comunicado, pidió al Gobierno español y francés dar una salida a los presos. Nada se dijo entonces, ni ahora, de resolver los 373 asesinatos sin culpables, más del 40% de los que cometió.
“Ha sido todo tan injusto”, cuenta Blanca Condado, viuda por el atentado impune que acabó con la vida de su marido, el cocinero del restaurante Rolando, donde se cometió la primera masacre de ETA en 1974.
Una de las participantes fue Eva Forest: “Ella fue detenida al principio, pero después, con la ley de amnistía, le fueron perdonadas todas las penas, nunca fue inculpada ni juzgada y se convirtió en una activista de los derechos humanos”, cuenta ante nuestras cámaras Ana Escauriaza, investigadora de la Universidad de Navarra.
Denunciando lo injusto de todo, a la frustración de no castigar al culpable, los familiares de las víctimas suman que la indemnización que les da el Estado es paradójicamente la mitad que si el culpable hubiese sido condenado.
“Como no ha habido una sentencia, no se cogió a los culpables, no se les ha juzgado, se cobra menos”, explica Alicia Gómez, hija de Francisco, víctima de otro asesinato impune de ETA.
La amnistía que perdonó a los asesinos dejó 63 asesinatos sin sentencia, sin resolver. Se creyó que con el perdón ETA dejaría de matar. Todo lo contrario, en democracia mató más que nunca: tras la amnistía se quedaron sin resolver 311 asesinatos.
“Salían de un bar, mi padre primero. Nada más salir, le pegaron un tiro en la nuca. Mi madre venía justo detrás, vio la cara de la persona, obviamente, y entonces le pegó dos tiros en el pecho. Llegó la ambulancia y ya estaba muerta”, relata Tamara Paredes, huérfana tras otro crimen impune de la banda terrorista.
Era 1990. Mataron a sus padres cuando ella tenía cinco años y su hermana siete. Solo en el País Vasco, ETA ha dejado más de 1.000 huérfanos.
La banda terrorista quería la independencia del País Vasco. Daba igual a quien matase. Así, a los 22 niños que asesinó le llamaron ‘socialización del sufrimiento’.
“Impotencia y rabia. Cuando yo intenté reabrir el caso, la respuesta fue que ya había prescrito”, lamenta Tamara Paredes.
En la fachada del local donde mataron a sus padres pusieron placas conmemorativas que eran arrancadas poco después. Hace un año las fijaron en el suelo intentando que no se borre su memoria.
“La nuestra será una democracia sin terrorismo, pero no una democracia sin memoria”, manifestaba José Luis Rodríguez Zapatero aquel 20 de octubre de 2011 en que la banda anunciaba el cese definitivo.
La mayoría de asesinatos sin resolver se cometieron en la década de 1980. “Son crímenes que ocurren en 'los años de plomo'. Las fuerzas de seguridad están acosadas en esos años. ETA tiene muchos miembros, tiene un gran apoyo social y tiene una sociedad atemorizada que no colabora con las fuerzas de seguridad, los testigos no ven nunca nada… “, explica Florencio Domínguez, director del centro de víctimas del terrorismo.
Ahondando en ese contexto, añade: “Luego, ha habido países que han dado refugio a miembros de ETA. Por ejemplo, Venezuela, Francia durante una época”.
En el centro memorial de Vitoria se pueden ver las fichas que los jefes etarras tenían de sus subordinados. “Pertenecían a entornos donde no se sentían nadie. De repente, el sentido de pertenencia a un grupo les hacía tener una conciencia sobre ellos un poco más importante. A ellos les convencían de que el Estado tenía la culpa de todos sus estúpidos males”, explica Nerea Barrios. Su padre era dueño de un restaurante. “Salió a por unos cafés o algo y al girarse le dieron un tiro en la nuca”, cuenta, relatando otro asesinato impune.
Como en su caso, al padre de Francisco Sáenz, vigilante en una fábrica, le mataron la víspera de Nochevieja y el mismo día de su jubilación: “Por la espalda, se acercaron dos individuos, le dispararon en la nuca y una vez que cayó al suelo, le remataron y se fueron y nunca más se supo, porque es un caso sin resolver”, cuenta.
Tras el asesinato venía el aislamiento social: “Me quedé sin amigos. Dejaron de salir con nosotros”, cuenta Nerea Barrios. Y Sáenz lo ratifica: “La inmensa mayoría de la gente te rehuía y no te hablaba, cruzaba la acera”.
En los últimos tres años se han concedido 66 semilibertades a etarras. Ninguno ha colaborado para esclarecer ningún crimen, pese a que no les pasaría nada, pues la mayoría prescribieron.
También ha habido auténticas chapuzas judiciales. Al padre de Antonia de Frutos lo mataron en 1976 y nunca se encontró al culpable “porque el expediente y el sumario se ha perdido”. “No sabemos nada”, denuncia.
A Basilio Altuna le asesinaron a la vista de todos en las fiestas del pueblo. El sumario se abrió y cerró en un solo día, sin más. Con su hijo Fernando hablamos hace varios años: “Yo he sido vencido”, lamentó. Después, se suicidó.
Los últimos ejecutados por ETA fueron dos guardias civiles en 2009, también impunes, como el 40% de sus asesinatos.
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