Una vida en la sombra, la de un hombre que por primera vez se muestra en público, en la presentación del libro que ha escrito junto al periodista Fernando Rueda, uno de los máximos expertos sobre la labor del Centro Nacional de Inteligencia. Hace 50 años, el germen de lo que sería el CNI captó a un joven vasco para que se infiltrara en ETA. Era Mikel Lejarza Egia.
"Siempre te sientes vigilado. Qué más quisiera yo sin tener que estar pendiente de que se me caiga la barba o la peluca", relata el ya exespía. Así desde 1975, cuando la banda terrorista sufrió su mayor golpe y lo sentenció a muerte.
"Todos los comandos debían de llevar una bala para acabar con Mikel si se lo encontraban", explica Rueda con esa misma munición en la mano, de fabricación casera y exclusivamente realizada para ese fin, que se incautó a uno de los pistoleros detenidos hace unos años.
Por su labor, cayó la cúpula y 150 etarras fueron detenidos. "A mí lo único que me falló es que lo que yo quería no lo terminé de hacer, porque lo que yo quería era terminar totalmente con ETA. Pero hubo un momento en que me dijeron que no, que ya habíamos hecho más de lo que pensábamos", recuerda El Lobo.
La serpiente logró recomponerse. "Ojalá hubiera recibido una bala yo bien a gusto en mi cabeza si hubiera evitado lo que ocurrió después de la Operación Lobo", se sincera Mikel Lejarza.
Décadas de atentados que ya han quedado atrás. "Pero bueno, ahí queda la simiente y esa simiente será muy difícil que desaparezca". Mensaje incómodo, como ha sido su propia existencia. "Las sombras del pasado te persiguen. A mí me cuesta mucho rememorar, volver la vista atrás". Pero lo ha hecho, por su historia y por las víctimas. Secretos de confesión para no olvidar.