Por primera vez, el fin de semana pasado el Servicio Meteorológico estadounidense (NWS, por sus siglas en inglés) activó el aviso por tornado de fuego, un fenómeno que agravó todavía más el incendio en el entorno de Lassen, en el norte de California. Los bomberos se vieron en serios problemas para apagar un fuego que arrasaba ya unas 8.000 hectáreas, y que obligó a cerrar varias carreteras y desalojar a los vecinos.
A esta hora los vecinos de Lassen han vuelto ya a sus hogares, pero no es así en áreas a poco más de 90 km de este condado como Chilcoot. No es de extrañar en vista de las imágenes del ‘firenado’, como lo han bautizado, que tuvo lugar el sábado 15 de agosto después de que se extendiera el incendio del Parque estatal de Lago Tahoe.
El viento se aceleró a casi 100 kilómetros por hora y se formó lo que se llama un pirocúmulo, una nube como las de tormenta, cumulonimbos, pero dentro de una columna de humo procedente de un incendio. Vimos algo parecido en los incendios de Australia de 2019, que dieron lugar a tormentas ígneas con rayos y precipitación en forma de cenizas. También fue similar lo que generó la erupción del volcán Taal en Filipinas en enero de 2020. En estas situaciones, el viento ascendente que se desprende de los incendios se calienta rápidamente y se acelera hasta la atmósfera. Esto es lo que puede desencadenar en tornado.
Al llegar a la atmósfera inferior la humareda se enfría y forma esos pirocúmulos, que pueden generar rayos que desatarían nuevos incendios o avivarían más los activos, y pueden a su vez precipitar cenizas como pasó en Australia. Los tornados de fuego obligan a alejarse a los servicios de bomberos por el riesgo que suponen. Además queda mucho por aprender de este fenómeno.