Si algo aprendimos de Frozen es que el frío puede ser muy bello. Ejemplo de ello son las cencelladas, ese hielo que se adhiere a las plantas y superficies como dibujando un cristal a su alrededor. En invierno y la etapa más gélida del otoño, este fenómeno se forma a partir de gotitas de niebla si las condiciones son las óptimas.
Las cencelladas son, técnicamente, hidrometeoros que se forman por la congelación de “gotitas de niebla o de nubes subfundidas (en estado líquido a temperaturas inferiores a 0ºC)”, explica la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). Se adquieren a objetos o plantas cuya superficie está a una temperatura inferior o ligeramente superior a 0°C.
Las candidatas más frecuentes a registrar cencelladas en España suelen ser las regiones próximas a un río o embalse, que inyectan esa humedad al ambiente. En Castilla y León, por ejemplo, las noches tienden a ser muy frías en condiciones anticiclónicas en contraste con el día, y la niebla se forma cuando reina la humedad, como ocurre estos días.
Lo que hace a la cencellada diferente a la escarcha es que en esta última se pasa directamente del estado de vapor de agua al estado sólido. Además su aspecto no es el mismo.
Con viento flojo o en calma, se suele formar cencellada blanca, formada por plumas y agujas de hielo de color blanco que confieren un aspecto similar al de una nevada. Con vientos más intensos y en general temperaturas bastante negativas, más habituales en zonas de montaña y altas latitudes, se forma cencellada dura, formada por un hielo duro y opaco a barlovento de los árboles y otras superficies verticales, creando láminas de hielo a modo de peines y banderas, con estructuras muy espectaculares.