Hay un curioso efecto que se repite en el interior de los potentes huracanes de categoría 3 o superior. Alrededor de su ojo, todo es destrucción por los fuertes vientos, las lluvias y la marejada que provocan en el mar, capaz de tragarse kilómetros de costa. Pero dentro, entre las paredes del núcleo de la tormenta, se hace la calma. Es lo que se conoce por ‘efecto estadio’, que se ha producido esta madrugada en las tripas del peligroso huracán Iota.
Lo vimos con el huracán Laura, con Epsilon o con Dorian. El helicóptero 'cazatormentas’ de la NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica estadounidense) se adentra en las entrañas de los grandes huracanes (categoría 3 o superior), atravesando a máxima potencia sus paredes de vientos destructivos. De repente, de la turbulencia la tripulación pasa a la más absoluta estabilidad en el vacío que se genera en el interior del ciclón.
Es la belleza del ojo del huracán, contrapuesta a la devastación que causa en tierra. Se forma por la sincronía de los vientos giratorios. En el caso de Iota la organización no ha sido tan definida como por ejemplo con Dorian. Se producía “un efecto de inodoro en forma de remolino en las nubes bajas”, ha detallado con imágenes este ‘cazahuracanes’ de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, que también se arrojó al interior de Isaías en agosto de 2020.
Iota es el huracán más fuerte registrado que ha tocado tierra en Nicaragua, y uno de los más tardíos de categoría 5 de la historia. A su paso está dejando un reguero de destrucción. Sus vientos han arrastrado tejados, árboles y postes de electricidad y las precipitaciones han inundado ciudades enteras con la ayuda de una subida de hasta 6 metros del nivel del mar. Varios países de Centroamérica se enfrentan a una grave crisis humanitaria después de la temporada de ciclones tropicales atlánticos más frenética de los registros.