El viento siempre ha sido protagonista en muchas culturas de las civilizaciones pasadas, presentes y futuras. Teniendo en cuenta que los griegos entendían el aire (o el viento) como uno de los cuatro elementos básicos que forman el cosmos –junto con la tierra, el fuego y el agua–, los vientos no iban a ser menos protagonistas para el mundo clásico, que pronto les proporcionó cualidades divinas y apariencia humana.
Eolo es el dios de todos los vientos, que vivía en la isla de Eolia. Zeus le dio el poder de controlar a los Anemoi, los dioses del viento en la mitología griega, y los tenía encadenados de manera que podía liberarlos cuando quisiera, por eso Eolo era tan temido y respetado. Él era el responsable de controlar las tempestades, incluso algunos dioses le pedían ayuda, como hizo la diosa Hera para impedir que Eneas desembarcara en Troya.
Eolo también prestó ayuda a Ulises, proporcionándole un viento favorable para que su nave pudiera llegar a Ítaca. Eolo le ofreció una bolsa que contenía todos los vientos para que los utilizara con cuidado, pero la tripulación de Ulises pensó que la bolsa contenía oro y la abrió, provocando tempestades. La nave regresó de nuevo a Eolia para volver a pedir la ayuda del dios de los vientos, pero Eolo se negó a ayudarles de nuevo.
Los Anemoi se correspondían con los puntos cardinales desde donde venían –norte, sur, este y oeste y noroeste, noreste, suroeste y sureste– y estaban relacionados con distintas estaciones y fenómenos meteorológicos. La obsesión de los griegos con el bien y el mal hacía que diferenciaran entre cuatro dioses buenos y cuatro malos.
Los anemoi buenos
Según la mitología, los dioses buenos son hijos de Astreo (dios de la astrología) y Eos (diosa de la aurora) y se corresponden con los principales puntos cardinales.
Boreas es el dios del viento norte. Cuenta la leyenda que se enamoró de Oríntia, una bella princesa ateniense, cuyo padre no permitía esta unión debido al frío que reinaba en Tracia, lugar donde vivía Boreas, y por el mal recuerdo que los reyes de este país habían dejado en Atenas. La negativa enfureció a Boreas y levantó torbellinos de viento raptando a la princesa y llevándosela a Tracia, donde reina con él desde entonces.
El dios del viento del sur es Noto y a él se deben las tormentas de finales de verano y de otoño, por lo que es temido como destructor de las cosechas. Su equivalente romano era Austro, la personificación del siroco, que traía densas nubes y niebla o humedad.
Además de a nuestra moneda, el nombre de Euro corresponde al del dios griego del viento del este, que trae calor y lluvia. Su símbolo es una vasija invertida derramando agua. En la Roma clásica su equivalente era Vulturno, un dios tribal de los ríos que más tarde pasaría a ser la deidad del río Tíber.
El último de los dioses del viento buenos es Céfiro, que correspondería al viento del oeste. De él dicen que era el más suave de todos y tenía fama de viento fructificador, mensajero de la primavera. Al parecer tenía varias esposas, una de ellas Iris, la diosa del arcoíris, y también cortejó a varias de sus hermanas.
Otro de los mitos en los que aparece Céfiro es el de Jacinto, un hermoso y atlético príncipe espartano del que se enamoró, al igual que Apolo. Ambos compitieron por su amor y Jacinto eligió a Apolo. Céfiro enloqueció de celos al sorprenderlos jugando al lanzamiento de disco y les envió una ráfaga de viento que provocó que el disco cayera sobre la cabeza de Jacinto y le matara. Con la sangre del muchacho, Apolo crearía la flor del Jacinto.
Los anemoi destructivos
Los vientos malos helénicos son hijos de Tifón, un dios representado como un monstruo alado con un centenar de serpientes repartidas por su cuerpo y que lanza llamas por su boca. Estos eran los vientos que Eolo guardaba atados en sus establos.
El dios del viento del noreste se llama Cecias o Kaikias. Es el encargado de arrojar el granizo, y se le representa como un hombre viejo alado que sostiene entre sus manos una escudo lleno de granizo. En la actualidad se le identifica con el viento gregal.
Apeliotes es el dios del viento del sureste, encargado de hacer madurar las frutas y el trigo, por eso también se le llama “El viento del Otoño”. Vive cerca del palacio de Helios, el dios Sol, por eso se encarga también de guiar los rayos del sol. A Apeliotes se le representa como un joven alado que, en sus manos, lleva un manto con una gran cantidad de frutas.
Coro es el dios del viento del noroeste, en griego antiguo Skiron. Se asocia con el viento frío y seco del inicio del invierno. También en su representación es un hombre viejo alado, pero entre sus brazos lleva una vasija de bronce de la que esparce cenizas ardientes.
Libis es el dios del viento del suroeste, proveniente de África. Su función dentro de la mitología no está muy definida, pero se le representa como un joven alado que tienen en su poder el timón de un barco.
Esta mitología ha dejado su huella en la actualidad. En honor de los Anemoi hemos denominado anemómetros a los instrumentos que se utilizan para obtener la intensidad y la dirección del viento; y también en honor a Eolo, tenemos la energía eólica. Y es que la mitología griega ha ejercido una amplia influencia sobre la cultura, el arte y la literatura de la civilización occidental y sigue siendo parte del patrimonio y del lenguaje cultural occidentales.