El calor extremo está haciendo mella en la población mundial, según revela un nuevo estudio de la prestigiosa revista científica The Lancet. El dato es alarmante: más de 350.000 personas mueren cada año por las altas temperaturas, y la cifra podría aumentar si no hacemos frente al cambio climático de manera urgente.
Las muertes relacionadas con el calor han aumentado un 68 % entre 2017 y 2021, si las comparamos con las muertes por el mismo motivo entre 2000 y 2004. Y esas no son las únicas malas noticias informe titulado Countdown on Health and Climate Change (Cuenta atrás sobre la salud y el cambio climático), también se están agravando las enfermedades provocadas por el calor, y se están propagando más enfermedades infecciosas.
Debido a la actividad humana, la temperatura superficial media global es 1,1 °C más alta que el promedio preindustrial, y los últimos siete años fueron los más cálidos registrados. Hemos visto temperaturas récord de casi 50 °C en la Columbia Británica, en Canadá, durante una ola de calor que se cobró 570 vidas. Algo totalmente disparatado y que supera todas las expectativas del cambio climático. En India y Pakistán, en marzo y abril de 2022 se vivió la peor ola de calor jamás registrada, provocando fallecimientos y mermando las cosechas de trigo a niveles dramáticos. También en España encontramos ejemplos de clima extremo, con una sequía devastadora y un verano de 2022 con 42 días de ola de calor.
Y la lista sigue, porque este año se han registrado temperaturas récord en muchos países, incluidos Australia, Canadá, Italia, Omán, Turquía y el Reino Unido, entre otros.
Además, el cambio climático está provocando inundaciones que se cobran miles de vidas y desplazan a millones de personas, como las que hemos vivido recientemente en Australia, Brasil, China, Europa occidental, Malasia, Pakistán, Sudáfrica y Sudán del Sur. Y otra terrible causa que se ha convertido ya en la normalidad no solo de los veranos sino también fuera e temporada son los incendios forestales, que cada vez se ceban más con las regiones secas y abrasadoras de Estados Unidos, Grecia, Italia, España o Turquía.
La sequía ha afectado al 29 por ciento de la superficie de la Tierra entre 2012 y 2021, en comparación con el período de 1951-1960, lo que causa inseguridad hídrica y alimentaria.
Las pérdidas económicas asociadas con los impactos del cambio climático también están aumentando la presión sobre las familias y las economías que ya se enfrentan a los efectos sinérgicos de la pandemia de COVID-19 y las crisis energéticas y del costo de vida internacional, socavando aún más los determinantes socioeconómicos de los que depende la buena salud.
La exposición al calor condujo a 470.000 millones de horas de trabajo potenciales perdidas a nivel mundial en 2021, según el estudio de The Lancet, con pérdidas de ingresos potenciales equivalentes al 0,72 % de la producción económica mundial. Mientras tanto, los fenómenos meteorológicos extremos causaron daños por valor de 253.000 millones de dólares en 2021.
La intensidad de carbono del sistema energético global ha disminuido en menos del 1 % desde que se estableció la CMNUCC (Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático), y la generación de electricidad global todavía está dominada por los combustibles fósiles, con la energía renovable contribuyendo solo con el 8,2 % del total global.
Las políticas actuales encaminan al mundo hacia un aumento catastrófico de 2,7 °C para fines de siglo, dice tajante el estudio.
En este momento crucial, una respuesta centrada en la salud a las crisis actuales aún brindaría la oportunidad de un futuro resiliente y bajo en carbono, que evite los daños para la salud del cambio climático acelerado. Tal respuesta haría que los países se alejaran rápidamente de los combustibles fósiles, reduciendo su dependencia de los frágiles mercados internacionales de petróleo y gas, y acelerando una transición justa hacia fuentes de energía limpia.
En el sector alimentario, una transición acelerada hacia dietas balanceadas y más basadas en plantas no solo ayudaría a reducir el 55 % de las emisiones del sector agrícola provenientes de la producción de carne roja y leche, sino que también evitaría hasta 11,5 millones de muertes anuales relacionadas con la dieta y reduciría sustancialmente el riesgo de enfermedades zoonóticas. Estos cambios centrados en la salud reducirían la carga de enfermedades transmisibles y no transmisibles.