El fenómeno conocido por La Niña, opuesto a El Niño, define un enfriamiento anómalo del Pacífico oriental ecuatorial que se extiende hacia el centro del océano. Generalmente, cuando se produce este enfriamiento, la temperatura anual en la Tierra tiende a ser más baja porque se tiene en consideración también la SST (siglas en inglés de temperatura superficial del mar). O solía ser así, mejor dicho. Porque en los últimos años esta afirmación ha dejado de ser válida, también en 2020, uno de los tres años más cálidos registrados.
El 2020 superará en el podio de años más tórridos en la Tierra a otros años en los que se produjo El Niño. ¿Tiene esto sentido? Se entiende cuando tenemos en consideración un detalle fundamental: la concentración de gases de efecto invernadero.
Es cierto que hemos estado confinados a nivel global durante unos meses y el cielo se ha limpiado en ciudades como Nueva Delhi, donde difícilmente se puede respirar ahora que ha vuelto el bullicio habitual. Es cierto también que se ha producido una caída en picado de las emisiones mundiales que no se había registrado nunca, y los registros se remontan a 1900, ha puntualizado el Informe Global sobre la Energía de la Agencia Internacional de la Energía (AIE).
Pero, a pesar del parón, en junio de 2020 se detectó un pico de dióxido de carbono el Observatorio de Mauna Loa, en Hawái, de 418 ppm. Como el metano, este gas de efecto invernadero que contribuye a recalentar la Tierra permanece en la atmósfera varios cientos de años. No es de extrañar que este haya sido el año en que probablemente hayamos tenido la temperatura más alta de todos los tiempos, de 54,4ºC en el Valle de la Muerte californiano, así como un récord de casi 38ºC en el Ártico y de más de 18ºC en la Península Antártica.
La Niña, como su opuesto El Niño, influye en el clima global. Generalmente, coincide con un fortalecimiento de los vientos alisios ecuatoriales, que ayudan a atraer el agua fría del fondo del océano a la superficie. Esto suele acarrear precipitaciones más extremas en Australia, el sureste de Asia y zonas de África, contrastes muy marcados entre el este y el oeste de Estados Unidos en el invierno o un clima más seco en China, entre otras consecuencias.
En cuanto a su papel en la temperatura global, no obstante, la cosa ha cambiado. Prueba de ello es que el 2020 va camino de concluir con una temperatura media anual en la Tierra que supera en 1,2ºC la cifra preindustrial. “Un año con La Niña ahora es más cálido que uno con El Niño en la década de 1980”, apostilla Sarah Keith-Lucas, meteoróloga de la BBC. Lo achaca con determinación a la actividad humana.
En un mundo más caliente, se produce más evaporación, y por tanto hay más humedad disponible en la atmósfera. Esto se traduce en precipitaciones más extremas para algunas regiones del mundo, véase el sureste de Asia, duramente afectado este año, o Somalia, donde el ciclón Gati se consagró como el más fuerte en tocar tierra en el país, desplazando a decenas de miles de personas de sus hogares.
También tendría una influencia en la temporada de huracanes atlánticos, aunque los meteorólogos no tienen del todo claro cómo la moldea. Se sabe, no obstante, que juega un papel en la intensificación de los ciclones, que es claramente más rápido de lo que solía ser, y en la fuerza de las lluvias después de tocar tierra. Buena prueba de ello han dejado Eta e Iota e Centroamérica este otoño.