Jorge Freire, filósofo: “El buen rollo es una de las formas que adopta el consenso para abolir la disidencia”

El mundo moderno está lleno de virtudes cristianas que se han vuelto locas, decía Chesterton. Y Jorge Freire (Madrid, 1985) podría añadir que está lleno de palabras huecas. Son palabras como la empatía, el honor, la honra o el mérito. En general, nos avisa este filósofo, hay mucho buenismo en las palabras y poco bien en los hechos.

Lo denuncia en ‘La banalidad del bien’ (Ed. Páginas de Espuma), un ensayo que desenmascara una enfermedad de nuestro tiempo: la renuncia de las viejas virtudes (que no han cambiado ni pueden cambiar), y su sustitución por los valores (que nadie sabe muy bien lo que son) y por el exhibicionismo moral y la molicie (que nos enviscan y amurrian).

Pregunta: Sostienes que “pensar es siempre pensar contra alguien o pensar contra algo”.

Respuesta: Para definir tu postura, lo más recomendable es empezar criticando. Los teólogos medievales hablaban de la vía negativa: en lugar de decir qué es Dios, decimos lo que no es Dios.

Pregunta: Y así haces con el bien.

Respuesta: En lugar de definir qué es el bien en mayúsculas, que es un tema bastante peliagudo, lo que hago es lanzar todos mis dardos contra el bien y los bienes en minúsculas, contra el buenismo, contra el exhibicionismo moral, contra la conversión del bien en bienes y la venta de bienes al peso. Cuando dejas claro lo que no es el bien, el camino queda despejado.

Pregunta: Hagamos lo mismo con la virtud.

Respuesta: Si tengo que poner un ejemplo de virtud te diría que es el honor. ¿Qué es el honor? Es el respeto a la palabra dada, por uno mismo y por los demás. Es la obligación de comparecer ante tu propia conciencia, no buscar el aplauso de los que te rodean. Es mirarte al espejo y darte cuenta de que lo has hecho bien. El honor es el fulcro en el que se apoya la virtud.

Pregunta: Frente a la virtud de siempre, los valores de ahora. 

Respuesta: La virtud obliga a recorrer un camino solitario y oneroso. Por eso, nuestros coetáneos prefieren los valores, que no obligan a nada. Basta con colgárselos del pecho como si fueran blasones. Yo digo entre bromas y veras que los únicos valores que hay son los valores bursátiles, que buscan un rendimiento y un beneficio. Me visto de buena persona para conseguir algo.

Pregunta: ¿Un ejemplo?

Respuesta: Los departamentos de marketing de las grandes multinacionales, incluso algunas de las más contaminantes del mundo, halagan la buena conciencia de sus consumidores. Así se muestran como adalides de la causa medioambiental. Eso son valores, porque son valores bursátiles. Muestras tus valores si te dueles de la suerte de alguien en redes o firmas un manifiesto. En cambio, las virtudes y los principios te obligan a algo.

Pregunta: ¿Cómo aspirar a la virtud?

Respuesta: San Agustín hablaba del pondus in altum, una especie de fuerza que te impulsa hacia arriba, que te levanta hacia lo alto y te obliga a dar la mejor versión de ti mismo. Algo que te obliga a levantar la cabeza: un horizonte al que seguramente nunca llegues.

Pregunta: Los ideales.

Respuesta: Cuando Julio César llega al templo de Hércules en Cádiz se topa con un busto de Alejandro Magno. Rompe a llorar porque nunca será Alejandro. Nunca llegará hasta el Hindú Kush con 23 años. Su ideal era ese, pero nunca va a alcanzarlo. Tu ideal te obliga a moverte, aunque no lo alcances. Yo creo que eso está muy bien.

Pregunta: Eso fuerza a tener coraje.

Respuesta: Todo sistema productivo tiene un tipo antropológico. El capitalismo, tal y como lo entendíamos hace décadas, tenía un tipo psicológico basado en el ahorro, en la represión de los sentimientos y en los lazos familiares. Sin embargo, el nuevo capitalismo fabrica otro tipo antropológico: una persona sin ataduras, convencida de que es el único artífice de su ventura, que se basta y sobra, que es el no va más, o como diríamos ahora, el puto amo.

Pregunta: “El hombre sin corazón”, de C. S. Lewis.

Respuesta: Alguien que no debe nada a nadie, que no necesita del concurso de la comunidad para realizarse. El imperativo de autorrealización es un imperativo solitario, solipsista y narcisista. Eso genera personas completamente ajenas a la virtud, que no saben contenerse: la molicie.

Pregunta: Ya hablaste de ello en tu ensayo ‘Hazte quién eres’ (Ed. Deusto).

Respuesta: Sí, el estoicismo es ir a contracorriente de una sociedad que te impele a todo lo contrario. Defiende el autocontrol, el autodominio, que sepas gobernarte. Sin embargo, hoy el sistema busca lo contrario, que nos abandonemos en la corriente, que flotemos en aguas oscuras, que nos dejemos llevar, que no nos anclemos a nada, que no tengamos raíces.

Pregunta: ¿Por qué cunde el desarraigo?

Respuesta: ¿Por qué hoy cada vez más gente se dice presa de la anomia, del aislamiento y de la soledad no deseada? Bueno, pues, entre otras cosas, por el desleimiento del lazo comunitario, por el fin de las redes familiares.

Pregunta: El fin de las obligaciones.

Respuesta: Obligación viene de obligare, de ligazón, o sea, la palabra obligación. Etimológicamente tiene que ver con ligarse a algo, con enraizarse en algo. Ahora el sistema te induce a no tener obligaciones, a ser un adolescente hasta los 50 años, que nada ni nadie dependa de ti, que puedas estar haciendo el gilipollas hasta que tengas canas en la barba.

Pregunta: Antes, el asidero eran las virtudes cristianas.

Respuesta: Efectivamente, pero hoy la virtud es un término proscrito. Está mal vista. El hedonismo a corto plazo es un perverso genio de la lámpara, que promete la satisfacción inmediata de todos tus deseos, de todas tus voliciones. Flaco favor les hacemos a los adolescentes cuando les hacemos pensar que todo lo que deseen lo pueden cumplir de forma instantánea. Freud decía que la civilización es el trecho que media entre un deseo y su satisfacción. Si abolimos ese trecho, si todo deseo se satisface inmediatamente, mal vamos. Como decía el refrán castellano, cuando el camino es corto hasta los burros llegan.

Pregunta: Tampoco lo pone fácil la precarización actual.

Respuesta: Es algo que rebasa el ámbito laboral y afecta a todos los ámbitos de la vida. La precarización, entre otras cosas, es el mandato de disponibilidad constante. La abolición de esa frontera entre ocio y negocio, que hace 30 años creímos muy liberadora, ha derivado en una esclavitud extraordinaria. Al final el mundo del trabajo ha colonizado el mundo de la vida, y nos obligan a estar disponibles constantemente. Eso, sin duda, precariza nuestra vida.

Pregunta: Y padecemos el yugo de la sobreestimulación constante.

Respuesta: La atención se ha reducido a extremos históricos. La gente ya dice que las series de veinte minutos son largas y las ve a doble velocidad. Para muchos la atención es la nueva inteligencia o el nuevo medidor de la inteligencia. Una masa adocenada que no puede detenerse a pensar nunca porque está hiperestimulada es una masa fácil de pastorear.

Pregunta: Frente a ello, en un ensayo anterior, ‘Agitación’, recomiendas el aburrimiento.

Respuesta: Uno de mis maestros, José Bergamín, decía que el aburrimiento de la ostra produce perlas. Si tú no te aburres será muy difícil que pienses. Será muy difícil que no estés embistiendo todo el día los capotes de la publicidad, de la sociedad y de los que te rodean. Por eso aburrirse es muy importante y, en muchas ocasiones, es la condición necesaria para poder pensar.

Pregunta: Otro maestro, Pascal: nuestros males vienen de nuestra incapacidad de estar a solas en una habitación.

Respuesta: Es muy difícil decir algo que no hubiera dicho Pascal hace cinco siglos o los teólogos medievales hace diez o los sabios griegos hace 23. La condición humana no cambia. Y uno de los mitos de nuestro tiempo es pensar que se puede rectificar la naturaleza humana. Uno no puede saltar por fuera de su propia sombra, como dice el proverbio árabe.

Pregunta: Volvamos a los ejemplos.

Respuesta: ¿Tú recuerdas cuando nos enchiqueraron a todos en casa durante el confinamiento, cuando había algunos optimistas que decían que eso nos iba a enseñar las virtudes del dolce far niente e íbamos a aprender a estarnos tranquilitos y a tomarnos la vida con más calma? Luego nos volvíamos locos cuando el wifi se caía durante tres minutos.

Pregunta: Denuncias al “Dios del consensualismo democrático”.

Respuesta: Los existencialistas decían que, si Dios no existe, todo está permitido. Se equivocaban, porque es al revés. Si dios existe, todo está permitido. Si tú suscribes el discurso de valores dominante, puedes hacer lo que te dé la gana. Lo único que debes pagar es el peaje del consenso, que por definición es un chantaje. El consenso presupone que hay una serie de verdades que no se pueden tocar ni cuestionar.

Pregunta: ¿Y si lo haces?

Respuesta: Si lo haces te conviertes en un aguafiestas o un cortarrollos, que es lo peor que uno puede ser hoy. Es interesante la etimología de rollo, que viene de rodillo. El rollo es un rodillo porque te arrolla. O te enrollas y eres muy divertido o te arrolla. El buen rollo es una de esas formas que adopta el consenso para abolir la disidencia. Hay ciertas cosas que es mejor no sacar, es mejor no meter el dedo en nuestras llagas. El intelectual, el filósofo, el escritor, tiene hablar de esas cosas de las que no se pueden hablar.

Pregunta: ¿Y el consenso en política?

Respuesta: Yo no estoy en contra de que haya grandes acuerdos en el Parlamento. La política es por definición fragmentación, discordia, desunión, disenso. Lo peligroso es que haya un consenso, lo peligroso es que haya cuarenta años de paz. Frente al consenso lo que tiene que haber es concordia, que es el acercamiento de los corazones, la voluntad de encuentro entre quienes piensan diferente. La concordia no exige que todos pensemos lo mismo. Exige que nos llevemos bien a pesar de que pensemos diferente. 

Pregunta: Escribes: “Obvia es la entraña protestante del movimiento woke”.

Respuesta: En Estados Unidos, a partir de los años 70, la religión protestante va periclitando y en los campus estadounidenses aparece el posmodernismo. Fue una especie de reacción escéptica a los grandes relatos y, andando el tiempo, terminó convirtiéndose en un nuevo dogmatismo. Estableció una serie de verdades apodícticas, indudables. En la cultura de los últimos años el perdón ha quedado proscrito, ya no existe. Una persona a la que se descubra una opinión recusable manifestada hace 15 años está condenada para siempre.

Pregunta: La cancelación.

Respuesta: Hay una intención destructiva en todas las cancelaciones. De hecho, cancelar a alguien es un error gramatical, porque es imposible. Se puede cancelar un viaje, una cuenta, una reserva, que es mandar todas esas cosas al olvido. Pero ¿mandar una persona a olvido no es una muerte civil? La cultura woke es una suerte de puritanismo porque es la idea más pura del fanatismo. Fanatismo viene de fanum, que significa templo, y precisamente el fanático no quiere mancharse con las impurezas que hay extramuros del templo. Por eso se mantiene en un circuito impermeabilizado a toda disidencia.

Pregunta: ¿Afecta a España?

Respuesta: Reconozcamos que toda la chatarrita averiada de Estados Unidos la acogemos en España a brazos llenos. Hay un libro clarividente, ‘La transformación de la mente moderna’, de Greg Lukianoff y Jonathan Haidt, en cuyo prólogo a la edición española leemos: “Querido lector español, pon escolleras, pon diques en tus costas, porque todo esto que te estoy contando, estos desvaríos en los campus estadounidenses no tardarán en llegar a tu país”. Los peores dislates que se cuecen en las marmitas estadounidenses llegan a España y nos los metemos hasta el fajín.

Pregunta: Leo en ‘Agitación’: “Perder el miedo a la muerte es condición necesaria para gozar la existencia”.

Respuesta: Freud decía que detrás de todos nuestros miedos siempre hay un miedo grande, que es el miedo a la muerte. Muchas de las neurosis y de los dolores del alma que nos acucian son concomitancias de este miedo a la muerte. Y eso está claro en nuestra época, que le gusta hacer las paces con nuestra naturaleza contingente, con nuestra naturaleza finita. A nuestra época le parece intolerable hablar de la muerte.

Pregunta: El nuevo tabú.

Respuesta: Desde hace unas cuantas décadas el tabú ya no es el sexo, sino la muerte. Y esto lleva auténticos dislates como el culto a la juventud. Hay gente que piensa que va a vivir eternamente. Viven amurriados y consternados porque no quieren asumir que la vida se acaba. Toda esta gente que promete la juventud eterna, que es como la taxidermia, se está ocupando de embalsamarnos y convertirnos en un bonito cadáver. En lugar de veinte años vamos a tener cuarenta años de ataques, alifafes, dolor de huesos y diferentes sinsabores. Hay que pensar si esto nos compensa.

Pregunta: Seguiremos enganchados a la misma agitación.

Respuesta: Lo del miedo a la muerte lo empecé a pensar de una forma muy prosaica. Surgió de conversaciones con mis amigos sobre sus planes veraniegos. Me di cuenta de que todos tenían programas absolutamente extenuantes. En sus cuatro días de vacaciones uno se iba al sudeste asiático a hacer penduling, una variante extrema del puenting, a quedarse colgado como un chorizo. Otro se iba a descender el Sella en kayak disfrazado de Doraemon, porque le hizo una promesa a su abuelo. Eran cosas auténticamente enloquecidas, que exigían unas nuevas vacaciones a la vuelta porque volvían rendidos.

Pregunta: ¿Así surgió ‘Agitación’?

Respuesta: Me obligó a plantear una hipótesis: ¿por qué estamos todo el tiempo haciendo cosas? ¿Por qué nunca podemos detenernos? ¿Por qué estamos siempre encomendándonos la tarea de no parar nunca? Bueno, quizá, porque no queremos quedarnos a solas con nosotros mismos, porque nos da miedo ver esa parte en sombra que solemos soslayar cuando nos vemos en el espejo, porque en el fondo no queremos reconocer que el tiempo se nos acaba y que al final lo único que da sentido a las cosas es lo significativo y que al final reconocer que somos mortales no supone tampoco un desdoro a nuestra naturaleza.

Pregunta: Volvemos a Pascal.

Respuesta: Hubo una eternidad de nada antes de nosotros y otra eternidad después, pero eso no nos resta ni un ápice de dignidad. Para abolir el gran mal del alma que sufrimos deberíamos hacer las paces con nuestra propia naturaleza contingente.

Pregunta: Aspirar a la “esperanza que nada espera”, de María Zambrano, que citas en el libro.

Respuesta: Confundimos la esperanza con el optimismo. El optimismo no es más que una variante de la fe del carbonero. Es el campesino que ni riega, ni mira al cielo. Una cosa muy distinta es esta esperanza que nada espera. Aquí lo importante es vivir y vivir dignamente.