Esta semana hemos conocido que las escuelas suecas dan marcha atrás en el uso de las pantallas y vuelven a los libros de texto. El país nórdico llevaba meses debatiendo y cuestionando el papel de los ordenadores y las tabletas en las aulas. Los resultados en el último informe Pirls (sobre compresión lectora) han hecho saltar las alarmas.
Suecia, un país de 10 millones de habitantes, obtuvo una puntuación de 544, 11 puntos menos que en la anterior evaluación, de 2016. “El informe Pirls es una señal de que tenemos una crisis de lectura en las escuelas suecas. En el futuro, el Gobierno quiere ver más libros de texto y menos tiempo de pantalla en la escuela”, ha defendido la ministra de Educación, Lotta Edholm, del ejecutivo conservador de Ulf Kristersson.
El hecho de que Suecia, que fue pionera en la digitalización de las aulas, eche el freno ahora y decida no invertir más en tecnología y poner el énfasis en el papel plantea el interrogante de si es el comienzo de un cambio de tendencia generalizado en toda Europa.
El resultado de España en el informe Pirls fue peor que el de Suecia. Nuestros estudiantes obtuvieron 521 puntos, siete menos que en 2016, lo que deja a España por debajo de la media del conjunto de los países de la OCDE, a siete puntos del promedio de la Unión Europea, y muy lejos de los primeros puestos.
El debate sobre si es conveniente o no la digitalización de las aulas está en la calle y son cada vez más los colegios e institutos españoles que están optando por abandonar las tablets y recuperar los libros de texto.
Uno de los que ha tomado la misma decisión que el Gobierno sueco es el Instituto Pintor Antonio López de Tres Cantos, en Madrid. Marcos, padre de 3 hijos, vivió desde el principio la introducción de las tablets en este centro. “Fue una apuesta decidida. Adiós a los libros de texto”. Pero este jueves el centro le envió una circular en la que, después de tres años, le anunciaba el fin de esa apuesta. Todos los alumnos vuelven el curso que viene a los libros de papel y se destierran las tablets.
El instituto ha analizado año tras año los resultados en todas las materias y niveles y ha llegado a la conclusión de que “los problemas ocasionados por el formato digital han superado sus ventajas”.
“Estaban ya acostumbrados y creo que era más cómodo para los alumnos porque no tenían que cargar con el peso de los libros”, comenta Marcos, que reconoce que el debate sobre las tablets ha sido dominante durante este tiempo en las reuniones de padres. “Algunos decían que era necesario adaptarse a usar las tecnologías, otros aseguraban que a sus hijos les costaba más aprender”.
El lugar que deben ocupar las pantallas y la tecnología digital en las escuelas, incluido el tiempo de exposición, es tema de discusión entre educadores y padres. La decisión del gobierno de Suecia puede radicalizar las posturas.
"Qué lástima que en la educación estemos dando estos bandazos y que pasemos de todo a nada. De amar a odiar la tecnología. No podemos apostar primero por la digitalización en todas las escuelas, por poner pizarras digitales, por comprar tablets y ordenadores para todos los alumnos, y de golpe decir, qué miedo, que Suecia está dando marcha atrás. Volvamos a los libros y a los exámenes en papel", lamenta Héctor Gardó, doctor en Ciencias de la Educación y director del Equidad Digital en la Fundación Bofill.
"Estamos en una tensión de extremos que es bastante nociva para la comunidad educativa, los docentes, las familias y sobre todo los chavales. No está habiendo un debate rico y pausado sobre el rol que ha de tener la tecnología, como debería ser", argumenta el experto en educación digital.
"Lo que nosotros consideramos es que el equilibrio, el sano equilibrio del uso de la tecnología, no es solo lo más deseable, sino que seguramente es a donde inevitablemente iremos. Ni vamos a conseguir escuelas sin tecnología ni vamos a tener escuelas donde solo haya tecnología. No puede ser o blanco o negro. El reto es ir construyendo ese gris", destaca.
Parece difícil concebir aulas sin pantallas en este momento donde la tecnología lo copa todo. "La escuela ha de ser similar a la vida, y en la vida hay pantallas; pero, ¿cuántas horas se debe pasar delante de ellas?¿A qué edades? y sobre todo ¿para hacer qué?", recalca el investigador.
Gardó defiende que los ordenadores en el aula son imprescindibles, pero no toda la jornada. "Hay que hacer deporte, música, arte, ciencia, debate... Las pantallas deben ser solo un recurso más para actividades concretas".
"Nuestro deber es que todos y cada uno de los estudiantes que pasan por el sistema educativo tengan una exposición crítica, acompañada y rigurosa a la tecnología, para que decidan ellos, igual que lo hacemos con otras materias. Todos creemos que han de conocer la escala musical y no por ello han de ser todos músicos, igual que consideramos que han de tener una educación artística y una expresión plástica y no creemos que tengan que ser todos artistas o pintores, pues en tecnología todos tienen el derecho de ser expuestos a ella, a perderle el miedo, a valorar si quieren que su futuro esté relacionado con la tecnología de alguna manera, a saber cuáles son los riesgos de la tecnología. Y eso es un derecho educativo que cuando se dan estos discursos de polarización creo que queda desdibujado", recalca.
Reconoce Gardó que la tecnología tiene muchísimos riesgos, como el de la adicción, el de afectar la capacidad de atención e incluso el de entorpecer el desarrollo cognitivo en los niños más pequeños, pero asegura el experto que por ello no hay que darle la espalda. "Además es que todo tiene riesgos. También supone un riesgo estar ocho horas sentado leyendo un libro, o tener una educación pasiva en la cual estás únicamente siguiendo un libro de texto y una explicación de un docente, pones en riego la psicomotricidad, la motivación por el aprendizaje, etc".
Quizá la pregunta no sea si la tecnología es buena o mala, "porque en sí mismo no lo es, sino qué buenos usos y qué malos usos podemos hacer con ella y aprender sobre todo de los que están haciendo buenos usos.
El investigador en equidad digital advierte del peligro de la desdigitalización. "Como en las escuelas y especialmente en los entornos vulnerables, se opte por una masiva destecnologización, me gustaría saber cómo esos chavales van a aprender a utilizar las tecnologías en un mundo que sí o sí, más allá de la escuela, será tecnológico, será una selva de tecnología. Un espacio lleno de algoritmos que los analizarán, los estudiarán e incluso predecirán cuál va a ser su futuro", avanza.
"Entonces, si en España se hace una reacción en la línea de lo de Suecia y decimos no, saquemos toda la tecnología de la escuela, podemos acabar teniendo también una sociedad de analfabetos digitales, lo cual tiene muchos riesgos en clave incluso de desigualdades ciudadanas. Habrá personas que sabrán utilizar la tecnología para crear de forma crítica y habrá personas que solo utilizarán la tecnología para consumir y que no la podrán cuestionar porque no la conocen", alerta.
Para Gardó es responsabilidad de las escuelas fomentar una buena alfabetización tecnológica y digital de los estudiantes. "Y eso igual no pasa por estar ocho horas delante del ordenador. Pasa por saber qué es un ordenador, cómo funciona, qué visitar, cuáles son las fuentes... Un debate más profundo que lleve a plantear cómo hacer desde las escuelas una alfabetización digital, rica, pedagógica, crítica, robusta, que nos enseñe a desconectar, con la que aprendamos también temas de salud mental digital. Ahí es donde hay que insistir y hacer pedagogía, pero no podemos eliminar de un plumazo la tecnología de las aulas", defiende.
Un proceso para el que los docentes necesitan tiempo. "Tienen que reconfigurar su forma de enseñar. Cuando tú siempre has dado clase de una forma y en uno o dos años te dicen que lo has de hacer diferente y pasas de tener 30 chavales mirándote a tener 30 chavales mirando una pantalla, eso transforma tu rol, transforma tu posición en el aula. Los profesores necesitan más tiempo para digerir una tecnología que les ha cambiado la forma de enseñar, necesitan reflexionar y decidir qué tecnología quieren y para qué la quieren. Se debe conformar un criterio propio sobre cuándo y cómo tiene sentido incorporar pantallas. La digitalización exprés, acrítica e instrumental los ahoga y hace que se revelen, con razón", lamenta el investigador.
"Y no se les puede dejar solos", recomienda Gardó. "Si se les ha pedido que fomenten el uso de la tecnología estaría bien que hubiera una política educativa que les orientara cómo hacer buen uso de ella. Es decir, dar wifi, dar ordenadores, es necesario, pero no es suficiente. Es el primer paso, pero una vez que tenemos las tecnologías, hay que ver cómo sacamos un provecho pedagógicamente rico porque si no puede producir un rechazo. En esto tenemos un espacio de mejora para años.
Diferentes estudios apuntan que la lectura en pantallas posiblemente no sea tan eficaz como leer en papel. Se retiene menos, te cansas antes de leer y por lo tanto hay menos adhesión a la lectura. "También hay más distracciones. En el libro tienes el libro y nada más. Y en la pantalla siempre está la tentación de saltar a otra cosa, de abrir otra pestaña, de contestar un correo... por eso se plantea que las tablets no se pueden utilizar para todo en las escuelas ni en los hogares", comenta Gardó.
La principal razón esgrimida por Suecia para sacar la tecnología de las aulas ha sido precisamente su mal resultado en el informe Pirls. Con datos que empeoran respecto a años anteriores, lo mismo que ha sucedido con los estudiantes españoles. "No conozco la situación específica de Suecia", dice Gardó, "pero en el caso de España, y particularmente de Cataluña, donde hemos tenido de los peores resultados a nivel estatal en lectoescritura, es ridículo culpar a las pantallas de los bajos niveles lectores cuando en Cataluña sólo el 58% de los centros públicos disponen de una biblioteca escolar, mientras que en el 2015 eran el 79%", apunta.
"En vez de culpar a la tecnología o las pantallas deberíamos preguntarnos qué estamos haciendo para fomentar la lectura entre la infancia y juventud y especialmente en los entornos vulnerables, donde la familia no hace esa función de apoyo, donde si no lees en el cole no lees en ningún lado. Es muy fácil culpar a las pantallas. Es un discurso muy simplista, pero por el hecho de tener menos pantallas no se va a resolver el tema de la lectura. Hay que preguntarse por qué hay menos bibliotecas, qué colecciones de libros hay en las escuelas y en las casas, si son actuales o se han quedado anticuados, saber quién acompaña y dedica tiempo a leer con los chavales, o a fomentar su gusto por la lectura, o a preguntarles qué han leído... Es necesario un acompañamiento educativo y de referente familiar para incentivar la lectura", argumenta.
"No podemos culpar a las pantallas de cosas que a veces no se están haciendo desde las políticas educativas y desde la comunidad educativa en general", concluye.