Muchos centros educativos aún se muestran reacios a admitir que hay casos de acoso escolar en sus aulas y aplican las cuatro 'D': disimulo -"no hemos visto nada"; dilación -"ya observaremos"- descrédito a la familia -"es sobreprotectora"- y desmentido -"no es un caso de acoso"-, subraya la profesora Carmen Cabestany, que acaba de publicar "El bullying es cosa de todos".
Cabestany, presidenta de la Asociación No al Acoso Escolar (NACE) y formadora de profesores y otros colectivos en técnicas contra este tipo de maltrato, explica a EFE con motivo del Día Mundial contra el Acoso Escolar, el 2 de mayo, que, pese a que hoy la visibilidad del problema es mucho mayor y la sociedad es más consciente, queda "mucho camino por recorrer".
La autora de 'El bullying es cosa de todos' (Ed. Cúpula), con casi 30 años de trayectoria profesional en Barcelona, comparte situaciones que ha vivido en primera persona, llama a la acción a todos los actores implicados y homenajea a los niños que han pasado por su vida y le han enseñado la realidad oculta del maltrato en las aulas.
En su opinión, el acoso es un "fenómeno en ascenso, pero como no hay estadísticas no podemos afirmarlo rotundamente. La falta de datos es uno de los problemas a los que nos enfrentamos".
El estudio Cisneros, el mayor realizado en España con una muestra de 25.000 escolares de 7 a 17 años, determinó que uno de cuatro escolares lo padecía.
Según Cabestany, "el resultado de muerte que a veces se produce se debe a que las diferentes instancias quizá no han hecho su tarea y no se han comunicado ni coordinado entre ellas".
Por ejemplo, "¿por qué se limita Fiscalía a decidir si un presunto caso de acoso se archiva y no informa al centro para que intervenga y proteja a la víctima? o "¿por qué el sector sanitario, ante una sospecha de maltrato en un centro escolar no actúa de oficio como hace en los casos de maltrato en el seno de la familia?".
De acuerdo con la experiencia de su asociación, en muchas ocasiones, las familias se han estrellado contra una "puerta de granito" para obtener un informe médico en el que se recoja que los síntomas psicológicos del menor son compatibles con los de una víctima de acoso. "Si hay lesiones físicas, evidentemente este problema no ocurre".
"Igualmente, continúa, ¿por qué los servicios sociales investigan si se sospecha de maltrato intrafamiliar o hay menores en desamparo, pero no cuando hay un colegio que permite esa situación de maltrato?".
"Los servicios sociales, a los que nuestra asociación también da formación, no sospechan que algunas derivaciones que les hacen los centros escolares por presuntas negligencias en el seno de la familia, obedecen en realidad a una estrategia para encubrir que la afectación psicológica del menor es imputable al acoso escolar que sufre en el centro educativo".
El libro refleja que los colegios son reacios a admitir el acoso, tanto públicos como privados, "lo cual no quiere decir que no haya centros que lo hagan bien, pero muchos tienden a ocultar el maltrato. Sin embargo, es preciso reconocer que a veces no lo ven pues hay un gran desconocimiento y falta de formación".
Ante una situación constatada de acoso, Cabestany recomienda a las familias aplicar la regla de las tres "A": acoger, apoyar y actuar.
En primer lugar, hay que escuchar con atención al menor y recabar la información sin angustiar ni atosigar a preguntas; después hay que decirle que estamos a su lado y que le vamos a ayudar y, por último, actuar: acudir al colegio y exponer los hechos; en primer lugar, al tutor.
En general, la respuesta de este es "no sé, no hemos visto nada, necesitamos más tiempo...". Si pasa el tiempo y no hay una respuesta clara, hay que acudir a la dirección y si el resultado sigue siendo nulo, "hay que consignarlo todo en un escrito y registrarlo en la secretaria del centro". La exposición de hechos debe hacerse "de manera clara y objetiva, con un lenguaje preciso".
Ante un presunto caso de acoso escolar, el centro suele aplicar las cuatro "D": "Primero juegan al disimulo (no hemos visto nada); después viene la dilación (danos margen que vamos a mirar), luego el descrédito a la familia (sois unos sobreprotectores, lo tenéis malcriado, exageráis...); y finalmente el desmentido: aquí no hay acoso".
En el libro se cuestiona asimismo el papel de la inspección educativa, ya que "no inspecciona sino que llama al centro y se conforma con la versión de este".
En caso de daño físico hay que ir de inmediato al hospital para que emita un parte de lesiones y presentar una denuncia en la Policía.
"Si el niño está muy dañado , le llevamos al terapeuta o psicólogo aunque esa ayuda no servirá si al día siguiente vuelve al colegio y lo siguen maltratando",
Cabestany se rebela también cuando el centro dice que el menor miente, no dice toda la verdad o exagera. "Si un niño dice que sufre 'bullying', hay que darle credibilidad, porque ¿cuál es el móvil? Si miente, sabe que se va a enfrentar a sus iguales; por tanto, no va a decir que es acosado porque sabe que se pone a la clase en contra y para cualquier niño es importante la pertenencia al grupo".