Uno de los impuestos con los que más familiarizados estamos es el llamado Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas o IRPF: se trata de un tributo que los españoles pagamos religiosamente siempre que se cumplan ciertos requisitos de ingresos mínimos anuales (las rentas más peques quedan fuera), entre otras cosas. ¿Qué es el IRPF y cómo funciona? ¿Qué grava exactamente este impuesto y qué datos debes saber sobre él para gestionarlo adecuadamente?
El Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas o IRPF es, junto al IVA, uno de los tributos más conocidos por los españoles, tal vez precisamente porque son los que más dinero nos cuestan. De hecho, el IRPF es el impuesto por el que más se recauda en nuestro país, seguido del Impuesto sobre el Valor Añadido, que grava el consumo y que se abona, por tanto, por el comprador final.
En el caso del IRPF, lo que se grava (es decir, su hecho imponible) es bien distinto: se trata de los ingresos de una persona generados en el periodo de un ejercicio fiscal, que coincide con cada año natural. En concreto, el IRPF grava ingresos como el salario, las rentas obtenidas de un alquiler o una compraventa de vivienda, los beneficios por la venta de acciones, una pensión pública, cualquier inversión, un premio, el dinero fruto de una indemnización... En definitiva, se trata de gravar tus ingresos anuales, sea cual sea su naturaleza.
Además, hay que saber que el IRPF es un impuesto directo (es decir, que grava de forma directa a cada persona) y progresivo (cuanto más ganemos, más pagaremos proporcionalmente).
Precisamente la progresividad es uno de los puntos clave de este tributo. La idea de que quienes más ingresos generan paguen más proporcionalmente tiene que ver con el hecho de que nuestro sistema tributario busca la redistribución de la riqueza, es decir, equilibrar la balanza y reducir el impacto de desigualdades estructurales a través de un gasto público más homogéneo e inclusivo.
Así, existen distintas horquillas de ingresos a las que se aplican distintos porcentajes que van a parar a Hacienda, en orden ascendente, de forma que una persona con pocos ingresos pagará menos IRPF proporcionalmente que una que gane mucho dinero.
Aunque esta idea cuenta con detractores y no pocas veces se habla de porcentajes excesivos e incluso confiscatorios para la rentas más altas, la lógica que encierra esta estructura es básica para construir una sociedad igualitaria: la teoría nos dice que existen diferencias estructurales entre nosotros, basadas en muy distintos motivos: distintas capacidades y calificaciones laborales, razones hereditarias, nivel de educación, azar y discriminación (por sexo, por raza...) o exclusión de ciertas actividades...
Otro hecho importante es que, en contra de lo que muchas personas creen, el hecho de ’saltar’ de tramo por haber obtenido más ingresos en un ejercicio determinado no significa que el nuevo porcentaje (más elevado) se vaya a aplicar a la totalidad de sus ingresos. Al contrario, la suma comprendida en un tramo determinado tributará por el porcentaje que le corresponda, y la suma restante (dentro del siguiente tramo), lo hará por el nuevo porcentaje. Por tanto, es cierto que se pagará más pero, dado que no se aplicará el nuevo porcentaje a la totalidad de la renta, la subida no será tan drástica como parece a simple vista.