Ya inmersos en la era de las nuevas tecnologías, son muchas las dudas que surgen sobre la evolución y las consecuencias de ellas. El historiador israelí Yuval Noah Harari ha abordado algunas de ellas en su libro '21 lecciones para el siglo XXI', donde explora profundamente el presente de la sociedad humana.
“Al finalizar el siglo XX parecía que las grandes batallas ideológicas entre el fascismo, comunismo y liberalismo, daban como resultado la victoria abrumadora del liberalismo. La política democrática, los derechos humanos y el capitalismo de libre mercado parecían destinados a conquistar el mundo”.
Pero la historia ha dado un giro inesperado, las crisis financieras, la vuelta de los muros y barras de control de acceso de personas, la resistencia a la inmigración y la batalla comercial entre China y EEUU, marcan la actualidad. Y la debilidad de la Unión Europea, enemiga de muchos, no acaba de resolverse. “El liberalismo está perdiendo credibilidad justo cuando las revoluciones en la tecnología de la información y la biotecnología nos enfrentan a los mayores retos” escribe Harari en las primeras páginas de su libro, un anticipo de la explicación que dará sobre el fin de la libertad y la igualdad del ser humano del siglo XXI.
Una de las dificultades con las que tendremos que luchar los humanos en este siglo es la irrelevancia. Durante el siglo XX, las masas se rebelaron contra la explotación y trataron de convertir su papel vital en la economía en poder político. Las revoluciones rusa, china y cubana las llevaron a cabo personas que eran vitales para la economía del país pero que carecían de poder político. Sin embargo, el problema ahora es el contrario, las sociedades temen su irrelevancia, su pérdida de poder económico. “Quizá las revueltas populares del siglo XXI se organicen no contra una élite económica que explota a la gente sino contra una élite económica que ya no la necesita”.
Contra esta irrelevancia parece que querían luchar las personas que en 2016 apoyaron proyectos nacionalistas como el Brexit o el ascenso de Trump. Personas que gozaban de poder político pero que temen estar perdiendo su valor económico. Personas que, sin embargo, no rechazaron en su totalidad el paquete liberal sino que perdieron la fe en su parte globalizadora.
Harari analiza estos vestigios nacionalistas que perdura en el mundo, “¿Están salvando el mundo Donald Trump, Theresa May y Vladimir Putin al avivar nuestros sentimientos nacionales o la actual avalancha nacionalista es una forma de escapismo ante los inextricables problemas globales a los que nos enfrentamos?”. La respuesta es clara, y es que para los problemas globales que nos acechan son necesarias respuestas globales. “Las fortalezas amuralladas rara vez son amistosas” y sin algunos valores universales y organizaciones comunes, las naciones rivales no pueden ponerse de acuerdo sobre ninguna forma común.
Hoy en día, la humanidad se enfrenta a tres retos comunes que solo pueden resolverse mediante la cooperación global: el reto nuclear, ecológico y el reto tecnológico. El historiador asegura que en el primero lo “estamos haciendo bien”. El miedo y las consecuencias de una guerra nuclear hace que todos los estados sean reticentes a comenzar una.
En cambio, el problema ecológico no lo soluciona ni el liberalismo (el crecimiento económico no va a salvar el ecosistema global) ni el nacionalismo. Hay muchas cosas que gobiernos, empresas e individuos pueden hacer para frenar el cambio climático, pero para que sean efectivas deben de emprenderse a un nivel global.
La república de Kiribati, una nación insular en el océano Pacífico, podría reducir sus emisiones de gas a cero y, no obstante, verse sumergida bajo el aumento del nivel del mar si otros países no hacen lo mismo. Una guerra nuclear amenaza con destruir todas las naciones del mundo, pero el calentamiento global tiene un impacto diferente en ellas. Por ejemplo, Rusia tiene muy pocos recursos costeros por lo que está mucho menos preocupada que Kiribati por el aumento del nivel del mar.
Sin embargo, parece que se empieza a tomar conciencia de este reto, una muestra es el ascenso de 'Los Verdes' en las elecciones europeas del pasado fin de semana. Junto con el auge de los liberales, han conseguido frenar las fuerzas populistas, ultraderechistas y euroescépticas además del bipartidismo entre populares y socialdemócratas.
En cuanto al reto tecnológico, está centrado en la Inteligencia Artificial (IA). Harari explica en primer lugar, el problema de la reducción de empleos a causa del desarrollo de las máquinas y la temida irrelevancia del individuo anteriormente citada. La IA está a punto de suplantar a los humanos, ya que además de poseer capacidades no humanas, acabará adoptando capacidades exclusivamente humanas como las emociones, gracias a algoritmos bioquímicos.
La solución que a todos nos viene enseguida a la mente es la creación de nuevos empleos; que los trabajadores se reincorporen en trabajos de mantenimiento y uso de la IA. Algo parecido a lo que ocurrió cuando comenzó a mecanizarse la agricultura. Pero en este caso no va a ser tan sencillo, estos trabajos requieren un gran nivel de pericia, lo que no solucionará el problema de los trabajadores no cualificados.
El historiador especula sobre la posibilidad de que los gobiernos frenen la evolución de la IA para ralentizar el problema del empleo, pero es aquí cuando aparece la parte positiva del desarrollo tecnológico. Un ejemplo es que las IA médicas podrían prestar una atención sanitaria mucho mejor y más barata a millones de personas, en particular a las que normalmente no reciben ningún tipo de atención sanitaria. O el caso de los vehículos autónomos que podrían reducir el número de víctimas mortales.
A lo largo de toda su reflexión deja claro que la IA es beneficiosa si está en buenas manos. “El problema real de los robots es la estupidez y crueldad natural de sus amos humanos”. Es el caso de la información, para Harari, quien posee los datos y la información es quien posee el poder. Plantea la existencia de “dictaduras digitales” cuando los algoritmos lleguen a conocernos tan bien que el gobierno que posea esos datos tenga el control absoluto de sus ciudadanos.
Esto nos traslada a una situación muy actual, la guerra comercial entre EE.UU y China. En 2018 Harari escribió que la carrera por conseguir los datos está encabezada por gigantes como Google o Facebook y que tanto China como EE.UU están mejorando sin cesar sus instrumentos de vigilancia y avances en la IA.
Ha sido este mes cuando dos gigantes como Google y Huawei han sido los primeros grandes protagonistas de estas luchas. Trump acusó a la multinacional china Huawei de espionaje, la Administración Trump señaló que pueden existir backdoors (secuencias de programación mediante las cuales se pueden evitar los sistemas de seguridad del algoritmo) que den al Gobierno chino acceso a información clave. Información valiosa que le podría perjudicar en su carrera por ser la gran potencia mundial.
Entonces, la Casa Blanca firmó una orden ejecutiva que impedía que las compañías norteamericanas utilicen equipos y servicios de telecomunicaciones que puedan poner en riesgo la seguridad de los ciudadanos estadounidenses. Estamos pues ante lo que el autor denomina, una guerra del siglo XXI una guerra fría de la información, del poder de los datos y la IA.