“Nos ha venido bien lo de Garzón, aunque se han mezclado muchas cosas”. No es un pequeño ganadero o un ecologista el que ha llegado a esta conclusión, sino el presidente de la Asociación Española de Biogás (AEBIG), Francisco Repullo.
¿Biogás? Sí, un combustible natural que generan cada día las vacas y los cerdos con sus excrementos. En España hay medio centenar de plantas que se alimentan de estiércol y purines para generar este biocombustible que luego se convierte en electricidad. Es una cifra testimonial para la cantidad de grandes granjas que tenemos: de cerdos hay más de 2.000 explotaciones, según las cifras de Datadista.
“En Europa hay más de 19.000 plantas de biogás. Sólo en Alemania, 8.000. Nosotros tenemos menos de 250 y asociadas a la ganadería, medio centenar. Es de vergüenza lo que pasa en nuestro país”, sostiene Repullo.
Hace unos meses el Gobierno presentó el borrador de la ‘Hoja de ruta del biogás’. Reconocía “el gran potencial disponible para su producción procedente del sector agropecuario, del sector agroalimentario y de la gestión de residuos”. Es decir, si somos grandes productores de carne y leche, podemos serlo también de biogás porque tenemos la materia prima: los excrementos.
“El Gobierno español siempre ha considerado que esto es un gasto para ayudar al negocio, pero los franceses, los alemanes y los holandeses lo ven como una solución medioambiental”, lamenta Repullo. “Además de producir electricidad, el biogás aporta muchas ventajas: reduce la emisión de gases contaminantes de la ganadería, crea actividad económica en el pueblo, genera biofertilizantes (mejores que los químicos) y puede llevar gas a sitios donde es complicado tener su propia energía local”.
La gestión de los excrementos es una de las críticas que se hace a las grandes explotaciones ganaderas. La producción de biogás puede contribuir a reducir este riesgo y generar lo que se conoce como 'economía circular'.
Como suele ocurrir, hace falta un marco estable de incentivos para que se desarrolle. Algo parecido se aplicó a las primeras plantas de energías renovables. Aquí no es tanto una cuestión de si la tecnología está o no madura, sino de gasto. No todas las instalaciones pueden permitirse invertir en una planta de biogás (y menos si no hay incentivos o la obligación de hacerlo).
Los excrementos que se generan a diario se recogen y se introducen en un digestor que, cerrado herméticamente, evita que esas emisiones de metano y CO2 que desprenden esos residuos orgánicos vayan a la atmósfera. Esos gases pueden ir a un motor y generar electricidad o se pueden purificar. La versión mejorada del biogás es el biometano. Su concentración es igual a la del gas natural. Y esto abre otro campo de aplicación.
En Francia se están inaugurando dos plantas a la semana de biometano junto a granjas de vacas y cerdos, según AEBIG. El objetivo es llegar a 1.000 en poco tiempo. ¿Por qué? El biometano es un sustituto perfecto para el gas que viene de Argelia o Rusia. Su aplicación puede ayudar a reducir la dependencia energética, tal y como admite el Ejecutivo español.
“Puede desplazar gradualmente al gas natural de origen fósil, pues es plenamente intercambiable, especialmente en aquellas aplicaciones intensivas en energía o difícilmente electrificables, como el transporte pesado o la industria intensiva en uso de energía térmica”, explica el Ministerio para la Transición Ecológica.
A día de hoy, en España solo hay una instalación que produce biometano a partir de excrementos animales: una granja de vacas lecheras en Balaguer (Lleida). La empresa familiar Torre Santamaría apostó por el biogás hace unos años. Con ese combustible generaba su propia electricidad para la granja.
Recientemente ha duplicado la capacidad de la planta para producir biometano e inyectarlo directamente en la red. Es un proyecto pionero en nuestro país desarrollado con la multinacional suiza Axpo. Industrias intensivas como papeleras y cementeras demandan cada vez más gas de origen bio para reducir su impacto medioambiental.
Antes de que existiera la tecnología del biogás, los excrementos animales se reciclaban en forma de abono para el campo. El problema es que todo tiene un límite. “Es contaminante si se hace mal y no calculas correctamente las necesidades de la planta que tienes que abonar”, defiende Miguel Ángel Higuera, director de ANPROGAPUR, la asociación española de productores de carne de cerdo.
Son las Comunidades Autónomas las encargadas de velar por que se cumpla la normativa y el suelo no se deteriore ni las aguas se contaminen. “Hay un libro de registro de aplicación del purín para verificar cuántos litros has sacado y en qué terreno lo has aplicado”, prosigue Higuera.
"Para reducir el impacto ambiental de la ganadería intensiva desde hace tiempo se viene investigando con buenos resultados en áreas como la alimentación o el reciclaje de los excrementos, con métodos que permitan una economía circular", explica Luis Fernando Gosálvez Lara, catedrático de Producción Animal de la Universidad de Lérida.
¿Hay denuncias a empresas que hayan sobrepasado la ley y alterado el suelo y las aguas? “Podría ser, pero no conozco ninguna”, contesta el director de ANPROGAPUR.
“El sector ganadero puede alterar la calidad del aire, suelo y agua”, reconoce el propio ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Además, es responsable, junto a la agricultura, del 12,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero.
El porcentaje es muy parecido al que genera el sector eléctrico. La diferencia es que las centrales de carbón y gas tienen una penalización por contaminar. Como la gran industria, tienen que comprar derechos de CO2 por sus emisiones.
Si el principio de quien contamina paga se aplicara estrictamente, la ganadería tendría que asumir su parte. También la calefacción de muchos hogares, el transporte, la aviación… Está en los planes de la Comisión Europea ir aplicando esta idea a más sectores de la economía, pero no hay un calendario todavía.