En toda época de dificultades en el mercado laboral y de escasez de nuevas oportunidades, despidos o expedientes de regulación de empleo (ERE), el emprendimiento y el trabajo por cuenta propia se convierten en una alternativa casi obligada en muchos casos para que miles de profesionales que se quedan fuera del mercado de trabajo y ven las dificultades que afrontan para retornar al mismo, decidan poner en marcha su propio proyecto de negocio. Pero tener éxito con un emprendimiento no es tarea sencilla.
De hecho, la mortandad de las empresas en sus tres o cinco primeros años de vida es muy elevada. Algunas de ellas ni siquiera llegan a ser nunca rentables y se ven obligadas a cerrar con deudas y pagos pendientes. Según un estudio de Iberinform del pasado año , antes incluso de la crisis del Covid-19, sólo una de cada cuatro empresas llega a los 25 años de actividad (27.4%). Si se toma como horizonte temporal los ochos años, apenas la mitad de los nuevos proyectos empresariales los alcanzan (49%. Y una cuarta parte de ellas cae ya en sus primeros cuatro años de vida (27%).
Una mortandad que se ha visto incrementada en 2020 por la crisis económica desatada a consecuencia de la pandemia, especialmente entre las empresas más jóvenes. El estudio muestra que la primera ola de la pandemia ha roto la cadena por el eslabón más débil, las empresas en su tercer año de vida. Es el momento en el que el capital inicial se agota y las cuentas de resultados tienen que empezar a cuadrar para dejar de consumir unos recursos propios cada vez más escasos. Lo que ha ocurrido es que aquellas empresas que han entrado en su tercer ejercicio en 2020 se han encontrado con una tormenta perfecta por el impacto en
su facturación de una pandemia con la que nadie contaba. La tasa de mortalidad ha escalado hasta el 19%;, explica el director general de Iberinform , Ignacio Jiménez. El pasado año esa tasa de mortalidad al tercer año era del 16%.
Para elaborar este estudio, Iberinform ha analizado los más de tres millones de constituciones de empresas que han tenido lugar en España desde 1990. Oficialmente, 386.000 han sido dadas de baja en el registro mercantil, pero es un dato equívoco. De acuerdo con los registros de Iberinform, 1,4 millones de empresas adicionales no tienen ningún tipo de actividad, a pesar de estar constituidas legalmente.
A pesar de esta realidad, incluso son las propias administraciones las que de diversas formas alientan el autoempleo y el emprendimiento, ante su incapacidad para dar respuesta a una crisis de empleo. Se desarrollan campañas alentando la creación de nuevas empresas, se lanzan mensajes en los medios de comunicación motivando a emprender, y se ponen en marcha medidas fiscales, programas de formación o subvenciones que pueden ser de ayuda a los emprendedores a la hora de hacer realidad sus ideas de negocio, pero que no garantizan, por supuesto, el éxito de sus proyectos empresariales.
Porque poner en marcha un proyecto empresarial propio siempre es asumir riesgos. En muchas ocasiones se financian acudiendo a préstamos bancarios que el emprendedor tendrá que devolver, independientemente de que consiga rentabilizar su actividad o tenga que echar el cierre. Además, hay que afrontar pagos a proveedores, a empleados si se tienen, sufragar alquileres de locales o compra de material o herramientas sin son necesarios, acometer el pago de impuestos, etcétera.
Por ello, es necesario que los emprendedores que se plantean la puesta en marcha de su propio negocio lo analicen muy bien, desde distintos ángulos, antes de lanzarse a esa nueva aventura.
En primer lugar, hay que estudiar muy bien el sector en el que se va a desarrollar el nuevo negocio. Tiene que tratarse de un ámbito en crecimiento. Pero, en este sentido, lo más importante es asegurarse de que no se trata de una actividad que está de moda de forma pasajera que pueda desaparecer en unos años. Se trata de estudiar muy bien que sea una demanda del mercado sostenible a largo plazo. Es decir, una tendencia.
En segundo lugar hay que asegurarse de que la oferta de valor del producto o servicio que se va a lanzar al mercado aporta algo nuevo, que es demandada por el público y que viene a cubrir una necesidad no cubierta hasta ahora, o que está insatisfactoriamente cubierta. Porque si se tiene que provocar, crear o forzar esa demanda, el nuevo negocio comenzará ya con dificultades desde el principio. Debe aportar claramente un valor añadido muy diferencial. A ser posible, único, exclusivo.
En tercer lugar, se ha de seleccionar muy bien al socio o socios juntos a los que se va a emprender. Muchos nuevos proyectos empresariales terminan viniéndose abajo porque en un momento dado los socios dejan de estar alineados o de entender, o tienen distintas visiones sobre el proyecto.
Y en cuarto lugar, quizá el elemento más importante a tener en cuenta. Uno mismo. La propia personalidad del emprendedor. Toda persona que se plantee trabajar por su cuenta, independientemente de cual sea la actividad que pretende desarrollar, ha de hacer un profundo análisis de sí mismo.
Si se encuentra en el momento personal adecuado para comenzar esa aventura empresarial propia que implica muchos cambios y retos. Ha de ser muy consciente de cuáles son sus fortalezas y debilidades. Debe prepararse, formase, mejorar aquellos puntos en los que puede flaquear y saber desarrollar al máximo sus mejores habilidades. Y estar dispuesto a trabajar duro y tomar acción constantemente. Porque el propio emprendedor será, probablemente, el elemento más importante en muchos casos para el éxito o fracaso de su proyecto empresarial propio.