Hace unos años a Miami -que tiene pocos más de 100- se la conocía como la “Sala de espera de Dios“. Porque hasta aquí sólo llegaban jubilados -en busca de sol y agua de mar templada- mientras esperaban su turno para ascender a los cielos.
Ahora, todo ha cambiado, desde el cielo desciende a la tierra, Messi. Un Dios del balón que de alguna manera también viene a retirarse. Y aquí lo han sentido como un milagro. Llega a una liga -MLS- donde al “fútbol” se lo llama “Soccer”, a un equipo -Inter Miami- que iba el último, que jamás llenaba el estadio, cuyo entrada costaba unos 30 dólares y ahora roza los 1.000. Por supuesto, para su debut este viernes, entradas agotadas, 'sold out' y eso que se han levantado gradas supletorias y así entran hasta 21.000 personas.
Alabemos a Messi.
El otro día en su presentación cayó el diluvio universal, sin duda no era una profecía de lo que estaba por venir, porque desde que Messi ha llegado a la ciudad, la gente es más feliz, se siente “bendecida”.
Sí, de verdad, hacen apuestas de dónde lo verán -ya que en el estadio se antoja difícil- Y va ganando el supermercado.
El lugar donde nada más aterrizar, Messi con toda su familia fue a comprar. Sin seguridad, sin aspavientos, sin rarezas. Allí estaban los 5 y de lo que más llamó la atención -además de su sencillo atuendo, que incluía unas chanclas básicas- es que uno de los tres hijos de Messi, le pidió permiso para poner en el carrito, unos cereales.
Sí, asintió Messi.
El niño que podría comprar todo el supermercado y el padre que tiene tanto dinero como para convertir en oro todo lo que toca, dan con ese gesto valor y sentido a todas las pequeñas cosas.
Messi es grande no sólo por sus innumerables triunfos sino porque jamás ha olvidado que muchas veces “el todo viene de la nada”, y que el dinero no te hace ni mejor ni más poderoso, que la verdadera riqueza es poder ser y hacer feliz.
A Messi -con los suyos- se le ve feliz aquí y está haciendo felices a tantos.
A todos aquellos que jamás soñaron con tenerlo tan cerca. Todos quieren verlo, aunque sea un instante, un momento fugaz.
Ahora la sala de espera de Miami lleva su nombre. “El Messias”