Durante los más de dos meses que nos hemos pasado alejados de nuestras familias y amigos, a mucha gente este tiempo les ha servido para aprender un montón de cosas: a convivir en esta situación extraordinaria, a gestionar la soledad impuesta, a teletrabajar o a manejar la ansiedad entre cuatro paredes. También a redescubrir la figura de nuestros vecinos, unos "entes" con los que no teníamos mucha relación antes y con los que hemos acabado estrechado lazos después de tantos ratitos compartidos en el aplauso de las 20h o tras echarles una mano con lo que fuese.
En mi caso, ha tenido que venir una pandemia mundial para me relacione con algunos de mis vecinos tras cuatro años compartiendo bloque en Madrid. Nunca había valorado mucho esta figura y resulta que, después de pasar la cuarentena sola en casa y echando una mano a Julia (70 años) y a Gloria (84 años), al final ellas también me han ayudado mucho a mí.
"No es que no existieran, es que no los veíamos. Vivíamos con prisa, encerrados en nuestras jaulas de oro que no eran más que eso, jaulas, y no teníamos tiempo de saber si arriba o al lado había alguien más con las mismas preocupaciones y las mismas alegrías. Pero llegó un virus que nos ha obligado a parar de golpe y a mirar por las ventanas, porque es la única manera de contemplar unas calles que antes pisábamos. Y ahí están ellos, los vecinos. El confinamiento nos ha alejado físicamente de familias y amigos, y ha cambiado el papel que teníamos como personas que habitan un mismo barrio, una misma comunidad". Con esta reflexión tan a cuento arranca un artículo de la revista Yorokobu en el que se habla del redescubrimiento que han hecho algunos españoles de 'la comunidad' en el confinamiento y del papel de los 'vecinos cuidadores' durante esta crisis sanitaria que, de momento, deja en España más de 235.000 contagiados, 150.000 curados y casi 27.000 muertos por coronavirus a fecha de hoy.
Este espíritu vecinal, casi inexistente en tiempos modernos y en especial en las ciudades, lo vimos resurgir con fuerza a través de las redes sociales o en las noticias especialmente en los primeros días del estado de alarma, cuando se desató una ola de solidaridad y generosidad ciudadana en casi todos los rincones del país. Parecía que, por lo menos, algo bueno íbamos a sacar de todo esto.
Entonces comenzaron a surgir iniciativas tan especiales como la de Manuel y Luis, trompetista y flautista de la Orquesta Nacional de España, que hasta hace bien poco han estado tocando todos los días para entretener a sus vecinos del 'Patio fantasía' en el barrio madrileño de Prosperidad; la de la asociación de vecinos de Aluche (como tantas otras repartidas por toda España) que, a través de una red de voluntarios, reparte alimentos a las familias más vulnerables; los taxistas llevando gratis a los sanitarios a los hospitales o los pequeños ofrecimientos hechos a nivel individual a los vecinos más necesitados, como es mi caso.
El 14 de marzo, Pedro Sánchez declaró el estado de alarma en España ante el rápido avance del coronavirus en nuestros país. Comenzaba el confinamiento para más de 47 millones de españoles (según los últimos del INE) y con ello, el vivir separados de nuestros amigos, familiares, crushes, rutinas y planes durante 15 días (que luego han acabado siendo muchísimos más). En mi caso, tras el bajón de pensar en toda la gente que quiero y que no iba a ver en una temporada, me acordé también de Gloria y Julia, dos vecinas que estaban en mi misma situación y que seguramente iban a necesitar ayuda esos días al ser la generación más afectada por el virus. Animada por algunas iniciativas que vi en redes sociales, decidí ofrecerles mi ayuda.
Aunque a Julia la conocía un poco más, con Gloria apenas había cruzado dos "buenos días" y dos "buenas tardes" en el hall en total. Cuando llamé a su puerta, la verdad es que me abrió bastante extrañada pero, en cuanto le conté el motivo de mi visita, se mostró tremendamente agradecida. Charlamos un rato del coronavirus a un metro de distancia y le di mi móvil en un post-it para cuando me necesitase. Ahí quedó la cosa.
La primera semana de confinamiento la pasé sin tener noticias suyas y bastante agobiada por la situación (vivir en un minipiso que no da a la calle no me lo ha puesto nada fácil) pero la segunda, cuando todo se empezó a poner feo y los contagios se empezaron a disparar, fue cuando recibí su llamada:
- Rocío, soy Gloria, tu vecina. Me vas a perdonar pero me voy a tomar la confianza de aceptar tu ofrecimiento...
Gloria me pidió que la echase una mano sacando a pasear a Rambo (un chihuahua de 3 años y 3 kilos de peso). La verdad es que no pudo venirme en un momento mejor: por fin tendría un salvoconducto para salir y ver la calle y ver gente, aunque fuese poquito. A partir de ese día, mi cuarentena dio un giro de 360º y mi estado de ánimo mejoró notablemente.
A través de las conversaciones que hemos ido cruzando cuando iba a por el perro o cuando lo dejaba, nos hemos ido conociendo mejor y hemos ido ganando confianza. De Gloria sé que lleva 29 años en el edificio, que es la mediana de tres hermanas (el resto de las 'mujercitas' se llaman Ana y Angelines), que es extremeña pero que se vino sobre los 3 años a vivir a Madrid con sus padres o que dejó el colegio a los 12 para ponerse a trabajar en un laboratorio empaquetando medicamentos en el que la pagaban 87 pesetas a la semana (una miseria por aquel entonces). Enseguida descubrí que es una mujer amable, con un sentido del humor tremendo o que es una gran amante de los animales (tiene además dos gatos y pajaritos). No hay ni un solo día en el que no me haya dado las gracias con una sonrisa tras dejar a Rambo en casa. Ni uno solo.
En su casa con patio, llena de cuadros y de figuritas de animales, la tele y la radio siempre están puestas: se han convertido estos días en su mejor compañía a falta de sus hermanas y de su amiga Tere, con las que lleva recorriéndose toda España de forma imaginaria toda la cuarentena. "Cada día le toca a una, que se encarga de elegir el plan", me explicó uno de los primeros días cuando me contó que se había ido a pasar el día a Cuenca en pleno confinamiento y tras ver mi 'poker face'. Con la tontería han viajado por todo el país y hasta "han cenado" en el casino de Madrid con José Luis Martínez-Almeida, el alcalde.
Estos meses, mientras le echaba una mano con Rambo y con los recados (también ha contando con la ayuda de Josephine, de ayuda a domicilio), ella me lo ha agradecido prestándome sus monográficos de gatos, unos folios con chistes o me ha hecho sus recetas estrella: la tortilla de manzana con canela (que juro que sabe a torrijas) o una ensalada de patata con berberechos bien fresquita para el verano. También me ha avisado siempre del tiempo que iba a hacer al día siguiente para ir preparada, o sobre las películas que iban a echar en la tele y que no podía perderme. Además, se ha preocupado como si fuese una amiga más por mis noches de insomnio desesperantes. Supongo que eso es lo que hacen los vecinos, solo que yo, hasta ahora no lo había vivido desde que me mudé a la ciudad hace 10 años.
En el caso de Julia, aunque ya la conocía y nos llevamos bastante bien, estos meses nos han servido para hablar más entre nosotras. Ella tiene 70 años y vive sola un piso más abajo. Todo este tiempo ha echado mucho de menos a su hijo que trabaja en el Metro y a sus nietos. Además, lo ha pasado un poco regu ya que es un poco hipocondriaca: "Todavía no he salido a pasear, creo que tengo síndrome de la cabaña", me comentó nada más inaugurarse la fase 0 y los paseos.
Con Julia también he intercambiado tuppers y la he enseñado por WhatsApp a hacer sus primeras compras online. Creo que ambas hemos puesto en valor estos días el poder contar con alguien que te eche una mano en momentos en los que te sientes solo y alejado "de los tuyos".
Además de iniciativas municipales para ayudar como 'Madrid sale al balcón' impulsada por el Ayuntamiento para agrupar diferentes iniciativas ciudadanas, 'Ayuda a tu vecin@, cuida tu distrito' en Sevilla, para ayudar a los mayores, o '#JuntosAlicante', también han servido como punto de encuentro entre vecinos algunas apps como TeAyudo, ¿Tienes sal?, Covida, Nextdoor, Moviliza-T o Frena la curva Maps, que han puesto en contacto a voluntarios que se han ofrecido a hacer la compra, ir a la farmacia, cuidar a los hijos de los vecinos que tuviesen que teletrabajar, sacar al perro o simplemente dar conversación y apoyo. Por ejemplo, en el caso de Nextdoor, su red vecinal aumentó un 80% en marzo con respecto al mes anterior.
Finalmente, y tras ver cómo esta crisis sanitaria se convertía en económica y muchos se quedaban sin trabajo y sin cobrar el ERTE, además de los bancos de alimentos, ONG y de las asociaciones vecinales habituales, también han surgido estos días despensas solidarias de grupos de vecinos que recopilan y donan alimentos para los que más lo necesitan. Según El Confidencial, solo en Madrid ya se ha atendido (por los servicios municipales y otras entidades sociales) a 80.000 personas vulnerables durante esta pandemia, a 30.000 familias.
Después de más de dos meses quedándonos en casa, parece que los españoles empezamos a recuperar poco a poco algunas pequeñas parcelitas de lo que era nuestra antigua vida. ¿Os acordáis? Actualmente, toda España está al menos en fase uno y el 46% de la población ya "disfruta" de la fase dos. Esto quiere decir que muchos ya se han reencontrado con amigos y familiares que viven en la misma provincia aunque sea con la mascarilla puesta y a dos metros de distancia. Parece que lo peor ya ha pasado (recemos para que no haya un nuevo repunte) y que el confinamiento más estricto ha llegado a su fin. ¿Seguirán teniendo hueco los vecinos en esta 'nueva normalidad' o con la reconquista de las calles nos olvidaremos de ellos? ¿Qué papel tendrán?
En el artículo de Yorokobu del que os he hablado al principio, han preguntado a diferentes expertos y, mientras que algunos se muestran optimistas apostando por que "sobrevivirá lo que ya existía, el tejido asociativo previo", otros defienden que esos 'vecinos cuidadores' volveremos a nuestras rutinas y que, aunque tendremos menos tiempo para dedicárselo a ellos y más a "los nuestros", algo habrá cambiado en nuestra forma de pensar. Que esto no lo vamos a olvidar.
De momento yo sigo a paseando a Rambo dos veces al día y echándole una mano a Gloria con los recados puntuales (algo de compra o cogerle la revista TP todos los viernes) ya que ella aún no se atreve a salir todavía por el virus y porque tiene poca estabilidad cuando camina. Con Julia me escribo por WhatsApp para ver cómo sigue y saber cómo se las apaña con su nueva adquisición: un móvil de gama media con el teclado y la pantalla bien grande. De momento, vamos por los emojis y con el porcentaje recomendado con el que hay que poner a cargar el dispositivo. Lo único que sé de todo esto, es que sin Gloria, Julia y Rambo, mi cuarentena habría sido totalmente diferente. Y seguramente que muchísimo más gris.