Son muchos los especialistas en salud que afirman de manera rotunda que todos tendremos un tumor en algún momento de nuestra vida. Aunque esta afirmación parezca alarmista, médicos e investigadores centrados en oncología lo tienen claro: a diario mutan células en nuestro cuerpo y el resultado no siempre es benigno, a veces crecen tumores minúsculos, pero nuestro cuerpo es capaz de controlarlos y eliminarlos, hasta que un día falla.
El cuerpo de Luis falló, aunque ni el ni los médicos saben a ciencia cierta el momento en el que comenzó la cascada de errores celulares. Fue un 14 de noviembre cuando le dijo a su madre que algo no iba bien, y tras varias pruebas detectaron un tumor cerebral que afectaba a la percepción de la música. Hoy conoceremos su historia.
Algunas personas destacan en el fútbol, otras en los estudios y otras en el dibujo. A mí me gustaba la música. Desde que tengo uso de razón he disfrutado con ella. Con solo 2 años ya le robaba la guitarra a mi madre, aunque no tenía ni idea de cómo tocarla. Cantaba, bailaba y tarareaba sin parar todas las canciones que mis padres escuchaban.
Con 7 años empecé a pedirle a mi madre que por favor me dejase ir a clases de música. Quería aprender a tocar el piano. Me dijo que era muy pequeño y que aprender a tocar un instrumento era complicado y necesitaría mucho tiempo. Me puse tan pesado que al final me dijo que sí.
Tenía muchísima facilidad para la música y con 12 años ya sabía tocar tres instrumentos. El piano, la guitarra española y el violín. Al pasar al instituto entré en el conservatorio. Aunque no me terminaba de gustar porque había mucha competitividad y 'bullying', mi pasión por la música hizo que aguantase año tras año.
Cuando estaba agobiado por los exámenes, me refugié en la música. Cuando mi primera novia me dejó, me refugié en la música. Cuando mi abuelo murió, me refugié en la música. En los malos momentos sabía que encontraría consuelo tocando el piano, que era y sigue siendo mi instrumento favorito, o simplemente poniéndome los cascos para distraerme escuchando a mis cantantes favoritos.
Mi relación con la música no siempre fue fácil. Hubo momentos en el conservatorio en los que sentía que todo me superaba y que no merecía la pena. La competitividad me agobiaba y llegué a pensar en dejarlo. Por suerte no lo hice y actualmente tengo dos carreras, un Título Superior de Música en la especialidad de Musicología y un grado de Pedagogía.
Empecé a trabajar dando clases particulares de piano a niños con dificultades, y después me contrataron en un centro de música. Tras mucho esfuerzo convencí a los dueños del centro para crear cursos y talleres especiales para personas con problemas de aprendizaje, discapacidad intelectual o cualquier dificultad.
Para mí la música es algo que debe ser accesible a todos. Todos tenemos derecho no sólo a escuchar música, sino también a crearla o a poder representarla. Por poner unos pocos ejemplos, he trabajado con niños con problemas de audición que se guiaban por las sensaciones táctiles, con niños ciegos que necesitaban partituras en braille y con niños con Trastorno del Espectro Autista que sólo se tranquilizaban cuando podían tocar el piano o la guitarra. Recuerdo un chico que llegó al centro sin hablar. Sólo tocaba el piano. Al acabar el curso cantaba y sus padres vinieron a darnos las gracias emocionados.
Todo esto te cambia la forma de entender la música. Comprendes que no son sólo notas, sonidos o letras. Que es algo mucho más grande.
Un día normal y corriente salí de fiesta con mis amigos y en la discoteca empecé a encontrarme mal. Era un viernes de octubre. La música sonaba y a mí me dolía la cabeza. Pensé que eran migrañas o que había bebido más de la cuenta, así que me fui a casa. No me volvió a pasar nada parecido hasta que un día en el gimnasio me puse los cascos y me dio un mareo terrible. Era como si los oídos se me taponasen y estuviese en un barco en medio de una tormenta. Me fui a casa pensando que me había dado un bajón de azúcar, pero me quedé un poco rayado.
El día que me di cuenta de que algo iba mal de verdad fue el 14 de noviembre. Estaba en casa tranquilamente y puse música, y cuando empezó a sonar me di cuenta de que no podía escucharla. Oía la voz del cantante y entendía la letra, pero me resultaba imposible comprender la melodía. Era como si hubiesen quitado la parte instrumental de la canción y hubiesen puesto una psicofonía de sonidos raros.
Llamé a mi madre asustadísimo y me dijo que fuese al médico corriendo. Lo primero que me preguntaron en urgencias fue que si había consumido alguna droga. Me vieron tan nervioso que les pareció lo más lógico. Cuando convencí al médico de que lo único que había tomado ese día era un café por la mañana me empezó a tomar en serio. Me hicieron muchas pruebas y lo pasé fatal, sobre todo hasta que vinieron mis padres, que viven en otra ciudad. Al final encontraron una explicación.
Tenía un tumor en el lóbulo temporal, concretamente en la corteza auditiva asociativa. Podría haberme afectado a millones de cosas: no escuchar las voces de personas, la alarma del móvil, a mi jefe cuando me habla o el ladrido de mi perro cuando quiere ir a pasear, pero no, fue la música.
Por suerte el tumor es pequeño y no se ha extendido a otras zonas. Dicen que lo he pillado a tiempo y que el pronóstico es bueno, aunque no saben si seré capaz de escuchar música como hasta ahora. Eso es una incógnita que sólo el tiempo resolverá.