Elena: “Sí, fui violada, pero no dejaré que eso acabe conmigo”

yasss.es 05/03/2018 15:57

Este es el relato de Elena:

Estaba en segundo de carrera y mis amigas y yo estábamos muy emocionadas por las fiestas de la facultad. Recuerdo que quedamos después de comer en mi casa para disfrazarnos y luego fuimos a la plaza, donde habíamos quedado los novatos y veteranos. Esa semana yo tenía una infección de orina y estaba tomando antibióticos, así que bebí Pepsi prácticamente todo el día. Todo iba genial, nos los estábamos pasando bien, como cualquier otro día de fiesta. Los bares llevaban abiertos toda la tarde porque era una fiesta grande que juntaba a varias carreras, así que estaba todo lleno. Entramos en el primer bar que pillamos y allí empezó la pesadilla.

En mi clase éramos unos 200, pero estábamos divididos en otras clases más pequeñas, así que había gente a la que ni conocía. Había un grupo de chicos disfrazados de gladiadores. Creo que estaban haciendo apuestas del estilo “a que no le dices una cerdada a esa”, porque uno de ellos se acercó a mí y me dijo “esto está petado, pero si quieres puedes sentarte en mi cara”. Le mandé a la mierda y seguí a lo mío, y antes de irse me dijo que “era una borde malfollada” y que “por qué me ponía así cuando me estaba haciendo un favor”. Una amiga me dijo que ese chico, de nombre Juan, era un broncas, así que nos fuimos a la otra punta del bar para evitar malos rollos.

A las diez, unos amigos nos dijeron que iban a ir a casa de uno de clase a cenar y seguir la fiesta allí, así que, como estábamos aburridas de bares, nos fuimos con ellos. Era el típico piso de estudiantes con un salón enorme lleno de muebles viejos, y no paraba de llegar gente. A más o menos la una de la mañana, entró por la puerta dando golpes el grupo de gladiadores.

Iban tan borrachos que uno intentó mear por la ventana y otro se quiso meter en una habitación. Juan me miró mal y empezó a hacer comentarios desde que me vio. Varias personas me comentaron que estaba diciendo cosas como que “para la fama de p*** que tenía, parecía un poco estrecha” y que “a él no le decían que no las guapas, así que menos iba a hacerlo una gorda”.

Aguanté media hora y decidí marcharme. Le dije a mis amigas que no me acompañaran, porque estaba a diez minutos de casa. Juan fue tras de mí por el pasillo de la casa mientras me decía que “estaba dispuesto a olvidar lo de antes” y “que no iba a tener en cuenta mi bordería en el bar”. Yo no quería movidas, así que le ignoré, pero me agarró del brazo e intentó besarme. Le aparté como pude, le di un empujón y le dije que qué le pasaba.

Bajé en el ascensor algo nerviosa por lo que acababa de pasar y cuando se abrieron las puertas él estaba en el portal, con la respiración acelerada porque había bajado por las escaleras corriendo. Me empezó a gritar que quién me creía para rechazarle. Me asusté, le dije que me dejase en paz e intenté irme, pero me agarró del pelo y me dio un empujón en el pecho. Le pedí que me dejase marchar, pero empezó a insultarme. Intenté irme de nuevo, pero me volvió a agarrar y me dio un puñetazo. Me dijo que a él nadie le dejaba con la palabra en la boca y que me iba a enseñar a respetar. Le pedí que por favor se tranquilizase, pero cada vez que hablaba él se cabreaba más. Me dio un tortazo, me agarró del pelo y me llevó hasta la parte de atrás del portal. Había una esquina desde la que se veían los ascensores, pero no la puerta de la calle.

Empecé a llorar y me dijo que me callase la boca, que no hiciese ruido. Me besó y yo le mordí. Intenté resistirme, pero me dio un golpe en el ojo y otro en la muñeca. Mientras me besaba, introdujo un dedo en mi vagina. Yo solo podía llorar del dolor y de la impotencia. Me giró contra la pared, le di una patada e intenté marcharme, pero me alcanzó y me partió el labio de un golpe. Decidí dejarme hacer porque yo no podía contra él. No tenía fuerzas. Me penetró mientras me insultaba y apretaba mi muñeca, era como si le excitase hacerme daño. No sé cuánto tiempo estuve en ese portal, pero me pareció una eternidad.

El ascensor empezó a hacer ruido como si alguien lo hubiese llamado. Juan se dio cuenta de que iban a pillarle y paró. Empecé a gritar. Se puso la parte de abajo del disfraz mientras repetía una y otra vez que me callase. Me agarró del hombro y me dijo “venga, vamos”, pero cuando vio que el ascensor estaba a punto de abrirse, se fue corriendo.

Se abrió el ascensor y yo empecé a llorar con más fuerza. Sentía un montón de rabia y dolor dentro. Dos chicos salieron y vinieron corriendo hacia mí. Les conté lo que había pasado e intentaron llamar a la policía, pero les pedí que no lo hicieran porque no quería que la gente de mi facultad se enterase de lo que había pasado. Sentí vergüenza, como si tuviese la culpa de lo que acababa de pasar.

Cuando encendieron la luz del portal y vieron mi cara, me dijeron que tenía que ir a Urgencias. Yo no sabía ni cómo estaba físicamente, pero sentía un dolor horrible y ganas de vomitar. Llegué al hospital muy asustada. Allí me escayolaron la muñeca porque estaba rota, me curaron la herida del labio y me hicieron pruebas para ver si había alguna lesión más. Me dieron la píldora del día después. También me hicieron un análisis sanguíneo y una exploración ginecológica, comprobaron si me había contagiado alguna ETS y tomaron muestras de mi vagina, de mi zona púbica, de debajo de mis uñas y de mi ropa. Me hicieron tantas pruebas que perdí la cuenta, pero me sentí a salvo.

Marina: En primer lugar, muchísimas gracias por compartir tu historia. Muy pocas mujeres que han pasado por esto lo cuentan, y solo una de cada seis decide denunciar. ¿Cómo viviste tú esa decisión?

Elena: Decidí denunciar para que no le pasase lo mismo a otra chica y para que él pagase por lo que me había hecho. Mi rabia fue más grande que el miedo. Fue duro, porque un psicólogo habló conmigo para comprobar si mi testimonio era creíble o no. Estaba harta de pruebas, de entrevistas y de abogados. Solo quería dejar atrás lo que había pasado. Era un trago amargo por el que tenía que pasar si quería hacer justicia, así que sin duda volvería a denunciar.

M.: Siempre que sale a la luz un caso de agresión sexual, nos encontramos con los comentarios de personas que cuestionan a la víctima e incluso la culpabilizan. ¿Te pasó algo parecido?

E.: Tristemente sí. Por un lado, me empezaron a llegar mensajes al Facebook de cuentas falsas insultándome y amenazándome. Cada vez que bloqueaba una, aparecía otra hasta que borré mi perfil. Juan les dijo a todos que fue sexo consentido, pero que yo era una zorra que quería arruinarle la vida. Fueron meses de acoso y derribo. Algunos me miraban con lástima y otros cuestionaban y buscaban “contradicciones” en mi historia, aunque no la conocían de primera mano. Gente que no conocía llegó a pararme por la facultad para preguntarme si de verdad me habían violado.

M.: Después de tanto tiempo, ¿cómo es tu día a día?

E.: Por suerte declararon a Juan culpable de todos los cargos, así que eso supuso un alivio para mí. Me cambié de universidad y me mudé a otra ciudad porque necesitaba empezar de cero. Intenté olvidar lo que pasó ese día, pero aprendí que reprimirlo me estaba haciendo más daño que bien. Ahora voy al psicólogo e intento llevar una vida normal, aunque sigo notando las secuelas psicológicas. Sí, fui violada, pero no dejaré que eso acabe conmigo.

Los nombres de esta historia y algunos detalles (el disfraz y el mes en el que ocurrió) han sido modificados para preservar el anonimato.