Tendemos a pensar que los problemas psicológicos son algo difuso, difícil de definir y, sobre todo, muy complicados de identificar. A veces es así, pero también es más habitual de lo que pensamos que nuestras preocupaciones se materialicen en síntomas físicos.
Dolor de cabeza, náuseas, palpitaciones, problemas para ir al baño, insomnio… ¿Te suena algo de esto? Puede que no sea nada o puede que tu cuerpo esté avisándote de que tienes que poner el freno, pedir ayuda profesional y dedicar tiempo a mejorar tu salud psicológica. Hoy analizaremos los síntomas físicos más comunes contados en primera persona por varios veinteañeros que los han sufrido.
Tradicionalmente al estudiar la salud de las personas se han diferenciado el cuerpo y la mente. Por suerte, a medida que evolucionan la medicina y la psicología, esta distinción va perdiendo sentido. En primer lugar, ¿qué es la mente? Se trata de un concepto tan ambiguo como inobservable. En segundo lugar, ¿por qué lo que sentimos física y psicológicamente se consideran cosas separadas?
Para entender mejor la relación entre lo físico y lo psicológico, veamos un par de ejemplos:
Como veis, lo físico y psicológico se influyen mutuamente; no es una relación unidireccional.
Cada persona es un mundo y no podemos generalizar, pero hay ciertos síntomas físicos que suelen ser muy comunes cuando una persona tiene algún problema psicológico. No hablo de trastornos como tal, sino de momentos puntuales de malestar por estrés, ansiedad, una mala racha, etc.
Para comprender mejor estos síntomas, hemos preguntado a varios veinteañeros que los han vivido en primera persona. Estos son sus testimonios:
“Tuve una racha muy mala cuando lo dejé con mi ex y me afectó al sueño. Había días que me costaba dormirme horas. Me ponía a dar vueltas en la cama y a lo mejor me dormía a las 4 de la mañana. Si conseguía dormirme pronto, me despertaba varias veces por la noche. Luego por la mañana estaba destrozado e iba por la vida cabreado, pagando con mis amigos mis problemas y dando malas contestaciones. Es increíble lo que puede afectarnos el sueño en nuestro día a día.”
“Cuando estoy estresada SIEMPRE acabo pegándome atracones. No falla. Si tengo un mal día en la universidad, estoy de exámenes, discuto con alguien o me siento triste, me entran unas ganas terribles de asaltar la nevera y comer todo lo que pille.
Con el tiempo he aprendido a controlar este hambre porque en el fondo tampoco es hambre, es ansiedad. He tenido que ir al psicólogo para que me enseñase otras formas de canalizar mi malestar sin recurrir a la comida y desde entonces estoy mucho mejor.”
“El año pasado acabé la universidad y decidí opositar. Fue un año muy duro y empecé a tener muchos dolores en el cuello y en la zona de la espalda. Estaba supertensa y al comentárselo a mi padre, me pidió cita para el fisioterapeuta.
Iba todas las semanas y la cosa no mejoraba. Seguía con molestias en la zona de los hombros y con el cuerpo super engarrotado, y el fisioterapeuta sugirió que podía ser algo psicológico. Como en la clínica tenían también un psicólogo, me pidieron cita. Fue increíble lo que mejoré. Resulta que todo era por el estrés de la oposición.”
“Desde que soy pequeño, los nervios me van a la tripa. Recuerdo que en el instituto siempre me pasaba media hora en el baño antes de un examen. Pensaba que de mayor esto se me pasaría, pero para nada.
Desde enero o así he pasado unos meses bastante malos. Curiosamente las cosas me van mejor que nunca. He encontrado trabajo, estoy saliendo con alguien, vivo en un piso fantástico y en teoría debería ser muy feliz, pero vivo con la sensación de que todo es suerte y que se va a ir en cualquier momento. Cuando me dan las rayadas me entran unas náuseas brutales y ganas de ir al baño. He llegado a vomitar sin querer incluso.”
“¿Ves cuando tienes gripe y te sientes fatal? Así estoy yo cuando me siento triste. Lo dejé con mi novio hace un par de meses y estaba tan cansada que me costaba salir de la cama. No es que estuviese triste como tal, aunque tampoco estaba para irme de fiesta, pero me sentía destrozada físicamente. Me tumbaba en el sofá y me quedaba dormida y en cuanto me metía en la cama caía comatosa como quien dice.
Me metí en un círculo vicioso porque cuanto más descansaba, más cansada estaba. Poco a poco empecé a hacer cosas y activarme, y el cansancio empezó a disminuir.”
Si tienes algún problema físico extraño, pide cita con tu médico de cabecera. Él descartará causas orgánicas y si la situación lo requiere, ponte en manos de un psicólogo.