Soy atea pero salgo en procesión en Semana Santa
En Zamora no hay otra semana como la Semana Santa. Es una ciudad pequeña, con otras muchas fiestas y otras muchas tradiciones, pero ninguna se celebra al nivel que vivimos los zamoranos nuestra querida Semana Santa. De hecho, es que cualquier zamorano semanasantero sabe que en Zamora puede ser Semana Santa todo el año, porque cuando no estás desfilando en la calle, estás ensayando con tu banda de música, teniendo una cena de Hermandad, asistiendo al triduo del Espíritu Santo o colándote en la catedral aprovechando cualquier evento (que es uno de mis hobbies preferidos) para ir a ver al Santísimo Cristo de las Injurias sin tener que pagar la entrada.
Siempre me resulta extraño encontrarme con algún zamorano al que no le gustan nuestras procesiones. Yo ni siquiera pude elegir. Siendo muy, muy pequeña, (es probable que en mi primer recuerdo semanasantero tuviera yo tres años, pero ya se sabe que la mente suele engañar con este tipo de datos) mi abuelo ya me llevaba a ver la procesión de cada día. Me subía a sus hombros y yo me quedaba fascinadísima con lo que estaba ocurriendo delante de mis ojos.
Porque eso es, en definitiva, cualquier Semana Santa: una puesta en escena. Un espectáculo de luces, sombras, olores, sabores, colores, sentidos y sonidos, una experiencia estética bastante fuertecita que apela directamente a nuestras emociones, y no solo a las religiosas (nunca se me olvida que esto no deja de ser un homenaje al misterio más 🔝 de la religión cristiana), sino a las más profundas del ser humano. No creeré en Dios, pero creo firmemente que es IMPOSIBLE ver una procesión zamorana (en concreto, un Cristo de la Buena Muerte o un Jesús Yacente) y no sentir algo. Aunque sea miedo, que recuerdo que un año llevé a un amigo a ver el canto del Jerusalem, Jerusalem y le dio un ataquito que nos tuvimos que marchar a la mitad.
Por eso, nunca he pensado que sea necesario creer en Dios para participar de la Semana Santa. Es un poquito incoherente, en eso estoy de acuerdo, pero esto es un poco como el amor para Lope de Vega: quien lo probó lo sabe. Sabe que esto que digo es cierto. Quien ha vivido desde dentro una Semana Santa en Zamora sabe que esto trasciende la religión. Esto es pura esencia zamorana.
Es despertarse la mañana del jueves de dolores con una sonrisa en la cara. Es ir a comprar una bolsa de pipas y que te den una pipelera. Es decir "no hay quien camine por Santa Clara". Es sentarse en el suelo a esperar una horita hasta que pase la procesión. Es la fuerza unánime de las voces que cantan el Miserere. Es recibir una caricia de un cofrade sin saber quién es. Es el olor a incienso. Es silencio. Es ruido de tambores. Es volver a casa (Home is where Semana Santa de Zamora is). Es reencontrarte con tus amigos. Es abrazar a tus hermanos de cofradía cuando termina la procesión. Es la cola interminable de La Valenciana. Es que te den una almendra garrapiñada sin bolsita y que la mires con cara de "yo no me voy a comer esto". Es falta de sueño, dolor de espalda. Es tocar Thalberg hasta que te sangran los labios. Es una lagrimilla que se te escapa cuando le ves los faros al paso que está saliendo. Es meterlo al son de Los Clavos. Son las meriendas. Es comer Dos y pingada con una penalegría muy grande. Es contar los días que faltan para que todo vuelva a empezar.
Vamos, que si no crees en Dios, todavía te quedan muchísimas cosas que disfrutar. Y si crees, mejor, supongo, porque la experiencia será más completa.
Todas las imágenes de este artículo pertenecen a Emilio Fraile y La Opinión de Zamora.