Elena y Matías son pareja desde 2015. Se conocieron a través de unos amigos y la relación ha evolucionado positivamente en prácticamente todos los aspectos. Confían el uno en el otro, se apoyan incondicionalmente en los malos momentos y se divierten juntos. Sin embargo, algo ha decaído desde entonces: su vida sexual.
“Llevamos seis años juntos y no me apetece”, comparte Elena, de 27 años. “Está feo decirlo, pero a veces prefiero estar viendo Instagram a tener sexo, y no es que no le quiera o que no me excite, porque no es así. Es que no tengo ganas porque lo veo como un trámite o algo un poco aburrido”.
Aunque para muchos esta confesión pueda parecer preocupante, Elena y Matías se encuentran bien así. “No ha sido fácil porque al final hay mucha presión. Te comparas con amigos que están empezando y tienen sexo a diario, y te lo cuentan y echas un poco de menos el pasado. De todos modos, tampoco puedes forzar algo. Creo que es mejor disfrutar cuando surge y no agobiarte ni compararte con los demás”, reflexiona Matías, de 25 años.
No podemos pretender que nuestra vida sexual sea igual en cada momento de nuestra vida.
En la adolescencia tenemos las hormonas por las nubes y descubrimos la masturbación. Al comienzo de la edad adulta más de lo mismo, pero además comenzamos a explorar la sexualidad en pareja. Después comienzan las relaciones serias y el sexo adquiere un tinte diferente: al igual que es importante la excitación sexual, también lo es la conexión intelectual y emocional.
Al igual que nuestra sexualidad varía con la edad, también el deseo sexual cambia a lo largo de una relación.
Al principio es normal que haya mucha más excitación porque todo es nuevo. Estáis descubriendo vuestros gustos, preferencias y afinidad. Con el tiempo esta pasión va disminuyendo dejando paso a la complicidad. Sabéis lo que queréis sexualmente hablando, pero también habéis alcanzado una seguridad psicológica mutua muy fuerte.
La intimidad ya se alcanza desnudándoos, sino viendo una película con el pijama más viejo de vuestro armario mientras coméis pizza y habláis de vuestras emociones sin darle mayor importancia.
¿Significa eso que el sexo deje de ser importante? No, significa que ya no es lo prioritario.
Existe un prototipo de cómo debe ser una pareja: dos personas en una relación cerrada que pasan bastante tiempo juntas, que conocen a los amigos y familia de ambos, que se demuestran el cariño de alguna forma y que tienen sexo con regularidad. ¿Es realista esta concepción del amor? En absoluto.
Para empezar, hay vida más allá de la monogamia. Para seguir, cada pareja decide cuánto tiempo pasa junta y qué hace durante dicho tiempo. Si ambas partes están de acuerdo y a gusto, no pasa nada porque no conozcan a la familia, porque no se vean todos los días o porque no tengan sexo en semanas, meses o años. Ni es algo malo, ni les hace ser “menos pareja”.
El problema surge cuando nos comparamos con quienes nos rodean, como bien han explicado Matías y Elena. Si bien ellos están a gusto con su situación, se sienten inseguros cuando alguno de sus amigos con pareja reciente habla del sexo. ¿Por qué nos condiciona tanto cómo viven los demás su sexualidad?
El sexo no debe vivirse como una obligación. Debe ser algo natural que surge cuando ambas partes se sienten cómodas para ello. Sin embargo, en muchas parejas consolidadas ambas partes comienzan a abandonar esa parcela de la relación y cada vez da más pereza.