Cuando sufrimos la pérdida de un ser querido, es habitual atravesar un proceso psicológico denominado "duelo". Su escalón final es aceptar que esa persona ya no está, recolocándola en nuestra vida de tal forma que nos permita seguir adelante en vez de anclarnos al pasado. Alcanzar este estado nos puede llevar meses y, para conseguirlo, es fundamental visibilizar el sufrimiento: no somos robots, es normal sentirnos decaídos, preocupados, enfadados e incluso culpables, y hablar de estas emociones es una herramienta necesaria para lidiar mejor con el duelo. Para poner voz a esta difícil etapa, hemos hablado con Luis. A finales de 2018 falleció su abuela de una forma inesperada, y pese a que pensaba haber superado ya su pérdida, al volver a su pueblo han reaparecido sentimientos que creía olvidados.
"La muerte de mi abuela fue un golpe muy duro para mí. No era mayor, sólo tenía 74 años, y hasta ese momento estaba sana, era una persona muy activa y todos la notábamos bien. Supongo que estas cosas pasan.
En diciembre le ingresaron porque se encontraba un poco mal. Había pillado un catarro y no se le terminaba de pasar. A la semana siguiente murió. Los médicos dijeron que tuvo un fallo multiorgánico porque le dejaron de funcionar bien los pulmones. Yo de esto me enteré cuando ya había pasado, porque pensaba que no era tan grave y estaba en mi piso de estudiantes preparándome los exámenes de enero. De haberlo sabido habría ido al pueblo a pasar más tiempo con ella. Esto es lo que más me reconcome. Me siento muy culpable por no haberme puesto en lo peor y haber aprovechado los últimos días a su lado. Por lo menos no estuvo sola, eso es lo que me consuela.
Cuando todo esto pasó fui al pueblo con mi hermana para apoyar a toda la familia. Mis padres estaban destrozados, pero quienes peor lo pasaron fueron mis tíos porque vivían en el pueblo también y eran los que más cercanía tenían con mi abuela. Desde que murió mi abuelo habían estado con ella haciéndole compañía y cuando pasó esto, quedaron destrozados. Todos lo estábamos.
Pasamos las vacaciones de Navidad en el pueblo y fueron las peores de mi vida. Tengo un recuerdo grabado: estábamos viendo las campanadas y cuando me comí las doce uvas y miré a mi familia, casi todos estaban llorando. Eran demasiadas emociones. Después yo volví a mi ciudad y empecé a centrarme en los estudios. Esto me ayudó a superar mejor la muerte de mi abuela, pero lo que no me esperaba fue pasarlo tan mal ahora en verano.
Hace un mes volví al pueblo y todas las emociones que no había asimilado tras la muerte de mi abuela aparecieron de golpe. La primera semana no tenía fuerzas ni para salir de la cama. Todo me recordaba a ella. Me di cuenta de que no había superado tan bien su muerte como yo creía, así que empecé a procesarlo todo de una vez por todas.
Lo que más me ayudó fue permitirme estar mal. Me puse a ver fotos viejas y a revolver objetos antiguos. Encontré las cartas que mis abuelos se mandaron cuando eran jóvenes, las fotos de su luna de miel por el sur de España, las partidas de nacimiento de mis tíos y de mis padres, y todos los regalos que le hice a mi abuela cuando era un niño. Dibujos, manualidades con plastilina, felicitaciones de cumpleaños… Fue un shock emocional brutal, pero rememorar el pasado me ayudó a conectar mejor con mi abuela y a cerrar esa herida que tenía abierta.
Poco a poco empecé a hacer cosas. Quedé con mis amigos, pasé más tiempo con mis tíos, con mis padres y con mis primos, y el dolor que sentía se convirtió en nostalgia. Dejé de llorar cuando pensaba en mi abuela y empecé a sonreír al recordar todos los momentos bonitos. Ojalá no se hubiera ido tan pronto y, sobre todo, no haber esperado tanto tiempo para conectar con ella.”
Cuando atravesamos una mala etapa, las personas solemos gestionar el malestar modificando algunos detalles de nuestra vida: nos cortamos el pelo, redecoramos nuestra casa o incluso cambiamos de ciudad si nos lo podemos permitir. Sea como sea, huimos de todo aquello que nos recuerda a esa racha tan triste. El problema es que cuando nos topamos con alguna situación de nuestra “anterior vida”, reexperimentamos todos esos sentimientos desagradables que evitamos en el pasado.
Esto que acabamos de describir es un fenómeno psicológico que se conoce como renovación contextual. Se trata de la reaparición de emociones o conductas que creíamos que habían desaparecido, cuando volvemos al contexto o situación que las generó. Como acabamos de ver, es lo que le sucedió a Luis. Cuando falleció su abuela y visitó el pueblo, toda la tristeza y angustia que sintió quedaron ancladas de alguna forma a las pequeñas calles en las que se crío. Después volvió a su ciudad para retomar los estudios universitarios y poco a poco superó la pérdida de su abuela, pero al volver a su pueblo aquellos sentimientos reaparecieron.
Teniendo esto en cuenta, ¿es mejor evitar las situaciones que nos provocan malestar o afrontarlas? Los psicólogos lo tenemos claro: por norma general lo más recomendable es hacerles frente, aunque esto intensifique la tristeza al principio. Evitar los problemas y las preocupaciones sólo cronifica y pospone el dolor.
Si estás viviendo una situación de duelo, te sientes desbordado y no sabes gestionar la tristeza por tu cuenta, pide ayuda profesional para aprender herramientas que faciliten estos duros momentos. Un psicólogo puede ayudarte.