Me fui de vacaciones y estuve dos semanas sin móvil: así fue la aventura

  • ¿Se puede vivir dos semanas sin teléfono móvil?

  • Aprovecha el verano para desconectar y olvídate del móvil durante dos semanas

  • Este es el testimonio de Fernando, que olvidó su teléfono en casa cuando se fue de vacaciones

La adicción nomofobia está a la orden del día y vivir sin móvil es inconcebible para muchos. Estos pequeños aparatos se han convertido en una extremidad más que nos mantiene conectados con el mundo, pero, por desgracia, muchas veces desconectados de la realidad que hay más allá de la pantalla.

Para Fernando, la adicción al móvil era el pan de cada día. Lo primero que hacía al despertarse era revisar las notificaciones de Instagram, Facebook y Twitter, y ya de paso contestar los últimos WhatsApps que le habían mandado. Vivía por y para el teléfono, pero por azares de la vida al llegar al aeropuerto antes de irse de vacaciones se dio cuenta de que le faltaba algo: su teléfono. Lo había dejado en la parte de atrás del coche de sus padres, y así fue como comenzó la aventura que hoy ha venido a compartir en Yasss.

Los primeros días: la sensación del miembro fantasma

Este pequeño experimento no fue planeado. Llevaba organizando unas vacaciones a Londres con mis amigos desde invierno, y lo último que imaginaba era que me iba a olvidar el teléfono.

Siempre me pasa lo mismo, por mucho que madrugue, acabo llegando tarde. Entre las prisas y el miedo a perder el avión, salí del coche de mis padres sin móvil. Cuando metí la mano en el bolsillo para escanear el código del vuelo y vi que no estaba mi cara fue un poema, pero no me daba tiempo a volver atrás ni a llamar a mis padres para que volviesen. Por suerte un amigo tenía descargados todos los billetes en su móvil, porque sino me quedo en España.

No sé cómo hacíamos antes de los teléfonos para viajar o para vivir. Yo estaba tan habituado al móvil que tenía la sensación de que no podría hacer nada durante el viaje sin él. Además, cada 5 minutos metía la mano en el bolsillo buscándolo por la costumbre. Era como un miembro fantasma.

La sensación de agobio era tan grande que me planteé comprarme un móvil allí, pero mis amigos me quitaron la idea. Tampoco iba sobrado de pasta al viaje y prefería invertir ese dinero en ver sitios o probar comida, que en un teléfono que luego olvidaría en un cajón o revendería más barato. Tenía que acostumbrarme y no fue fácil.

Yo era muy adicto al móvil. Por la mañana tenía la rutina pillada: apagar la alarma, abrir Instagram, leer los comentarios, dar me gusta a las últimas fotos de mi timeline, abrir Facebook y cotillear un poco, meterme en Twitter y hacer un par de retweets, contestar los WhatsApps pendientes, leer emails, ver algún vídeo en Youtube y volver a Instagram por segunda, tercera o cuarta vez. No era consciente del tiempo que consumía en redes sociales hasta que me faltó el teléfono.

Aprendiendo a desconectar

Poco a poco empecé a acostumbrarme a estar sin teléfono. Lo único que era imprescindible para mí era informar a mis padres de que todo estaba bien, así que cada noche les mandaba un WhatsApp desde el móvil de uno de mis amigos. El resto de cosas tampoco eran tan importantes.

Me dio mucha rabia no poder hacer fotos, eso es cierto, pero hubo un momento en el que estábamos viendo el cambio de guardia del el Palacio de Buckingham y vi que todos estaban grabando. No sé cómo explicarlo, pero me dio la sensación de que estaban más pendientes de encontrar el ángulo y la luz perfecta, que de disfrutar del momento. Suena un poco a postureo, como los que dejan de fumar y miran por encima del hombro a los fumadores, pero en ese momento cambié el chip.

También me chocó mucho ver el tiempo que perdían mis amigos al móvil, que al fin y al cabo es el que perdía yo antes (o incluso menos, porque yo era todavía más adicto). En cuanto parábamos para comer o beber algo, sacaban el teléfono y la conversación se acababa. A veces iban por la calle como zombis haciendo scroll con el dedo en su Instagram sin ni siquiera fijarse en lo que estaban viendo.

La vuelta a casa y el reencuentro con el teléfono

Al volver a casa todos me decían que me iba a reenganchar otra vez, pero este viaje me ha servido de desconexión y desintoxicación. Obviamente no voy a renunciar al móvil, pero quiero tener una relación más sana con él.

Lo primero que hice fue limpieza en mis redes sociales. Deje de seguir a la mayoría de desconocidos y a gente que seguía por compromiso, de esos que te dan likes en Instagram pero luego por la calle no te saludan. Pasé de seguir a 367 personas a quedarme en 108, entre ellos mis amigos más cercanos y alguna cuenta que de verdad me gusta.

También empecé a controlar más los horarios. Real que a veces cogía el teléfono a las doce de la noche y sin darme cuenta se hacían las dos de la mañana. Tampoco había estado haciendo nada importante, pero perdía horas y horas de mi vida y de sueño. Ahora mi regla es “nada de móvil cuando me meto en la cama”.

Yo creo que ahora soy más feliz y disfruto más cuando quedo con gente. Tengo más tiempo libre y duermo mejor. Mi calidad de vida ha mejorado mucho y también lo ha hecho mi estado mental. No me creo mejor que nadie, pero sí que me he dado cuenta de que todos estamos enganchados en mayor o menor medida a los teléfonos y que nos estamos perdiendo un poco nuestra vida. Está en las manos de cada uno decidir si seguir así o no.