Éric tiene 22 años y está estudiando en la universidad. Se podría decir que su vida es totalmente normal, pero hay algo que le preocupa y para resolverlo ha pedido ayuda psicológica. Su mail dice así:
"Hola Marina. Te quería preguntar una cosa para ver si crees que es algo serio y debería ir al psicólogo o es una tontería, porque igual me estoy rayando demasiado.
Tengo 22 años (estoy en la universidad) y nunca lloro. Ese es mi problema. Supongo que de pequeño lloraría como todos los niños, pero ya de mayor no he vuelto a llorar. No me acuerdo de la última vez que lloré, supongo que en alguna situación muy chunga como cuando murió mi abuela o algo así, pero es que no me acuerdo.
El otro día lo estaba hablando con mi novia y me dijo que le parecía un poco raro y que a lo mejor debería preguntarme a mí mismo que por qué nunca lloro, pero es que simplemente no me sale. Nunca me ha pasado nada supertraumático y he sido un adolescente normal y corriente.
Sí que me pongo triste y cuando me pasa algo malo o discuto con alguien me siento fatal, pero no me sale llorar. ¿Soy un bicho raro? ¿Soy como Christian Bale en American Psycho?
Muchas gracias, Éric."
La gran pregunta de Éric es si necesita ayuda. Yo tengo una norma y es que cualquier cosa que nos hace sentir mal es objeto de consulta.
Si tienes un catarrito tonto, probablemente te quedarás en casa y no irás al médico. En cambio, si tienes un catarro con fiebre y dolor de oídos, probablemente pedirás cita. Como veis, el problema es el mismo, pero es su gravedad y lo incapacitante que resulta lo que determina si hay que pedir ayuda o no.
Lo mismo sucede con los problemas psicológicos. Tú puedes tener una fobia brutal a volar en avión que no te perjudica para nada en tu día a día y no pedir ayuda, pero igual algo tan común como sentir celos, tener baja autoestima o no poder llorar te afectan tanto que necesitas ir al psicólogo. No tiene nada de malo. No hay problemas más o menos graves. Si a ti te hace sentir mal, tienes todo el derecho del mundo a pedir ayuda.
Tras ponerse en manos profesionales, Éric y yo analizamos la situación más a fondo para averiguar por qué no lloraba. El origen del problema era tan simple como que en su casa no eran muy de "demostrar emociones". Cuando se ponía triste le decían que no era para tanto, que no fuese un crío y que siguiese para adelante. Aunque sus padres no lo hacían con mala intención ni mucho menos, el resultado fue que Éric no era capaz de expresar su tristeza con lágrimas.
Aunque en el caso de Éric es más que obvia la influencia de sus padres, a veces hay niños que lloran menos porque "son así de nacimiento". Podemos encontrar bebés que lloran y se quejan más y otros que son más calmados.
Después, a medida que el niño crece, entra en juego la influencia del entorno. Vivimos en un mundo en el que recibimos constantemente refuerzos por algunas cosas y castigos por otras. ¿Qué tiene que ver esto con llorar o no llorar? Pues mucho.
Estos dos ejemplos tan tontos (que no se ofendan los González y Fernández en la sala) nos permiten entender cómo la influencia del ambiente durante la infancia modela la conducta que mostramos siendo adultos.
También tiene mucho peso la educación diferencial entre niños y niñas. Las mujeres no nacemos siendo sensibles, se nos educa para ser más emocionales y a los hombres para ser más cohibidos en ese aspecto.
Por poder, se puede. Requiere esfuerzo y tiempo, ya que aprender a llorar después de tanto tiempo no es algo sencillo. A veces incluso hace falta la ayuda de un psicólogo.
De todos modos, a la hora de decidir si ir al psicólogo entran en juego varias preguntas que hemos ido viendo repetidas veces hasta ahora: ¿Te afecta en tu día a día no llorar? ¿Está perjudicando tu salud psicológica? ¿Haces daño a tus amigos, familia o pareja por no llorar? ¿No tienes otra forma de expresar tus emociones? Si la respuesta es sí, entonces tienes un problema y es útil pedir ayuda.