Pedro, 25 años: "Necesito estar siempre ocupado porque si no tengo planes me entra ansiedad"
Es agotador estar constantemente ocupado, pero hay gente que lo necesita
Cada semana se estrena una nueva película y tenemos un catálogo infinito de series pendientes de ver y videojuegos que jugar. ¿Cómo nos vamos a aburrir?
La necesidad de rellenar cada minuto de nuestro día con actividades triviales es algo que afecta a muchas personas. Vivimos en la era de la intolerancia al aburrimiento, y aunque a veces viene bien mantenernos ocupados, otras veces es agotador física y psicológicamente.
A algunas personas, la ansiedad les paraliza y no les deja concentrarse para realizar actividades. Con otras, pasa justo lo contrario: la ansiedad les lleva a creer necesitar que deben estar siempre haciendo cosas. Pero antes, ¿sabes qué es la ansiedad y cuáles son sus síntomas? En este vídeo te lo explicamos:
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Parar, respirar y descansar son acciones tan sanas como difíciles de realizar, y hoy vamos a analizar cómo conseguir activar el botón de “pausa” de la mano del testimonio de Pedro.
El caso de Pedro (25 años)
No sé si lo que me pasa a mi le ocurre a más gente, pero sé que no puedo seguir así. Siempre he sido un chico con muchos hobbies. Estaba en el conservatorio, iba a clases de guitarra, quedaba con mis amigos para jugar al baloncesto los fines de semana, y luego tenía otros grupos de amigos con los que de vez en cuando me veía. Básicamente siempre tenía un plan.
Ahora ha pasado mucho tiempo y estoy trabajando, vivo por mi cuenta y tengo pareja. Aunque en el curro estoy feliz, a veces es mucha caña y soy consciente de que necesito descansar, pero al llegar a casa no puedo. Cuando tengo pocos planes sociales, me siento angustiado.
Algunos fines de semana no paro quieto porque empiezan a acumularse muchos planes y tengo tantas cosas por hacer que lo que me pide el cuerpo es quedarme en casa y relajarme. El problema es que cuando tengo un finde libre o un rato para mi mismo, no me siento bien. Da igual si estoy reventado de trabajar o si me he pasado el finde fuera.
Esto no me pasa solo con el ocio, sino también con el trabajo. Intento hacer más de lo que debería -y todo sin cobrar- porque no sé poner límites. Antes de terminar un proyecto ya estoy pensando en el siguiente.
Me he dado cuenta de esto durante el verano, porque me fui dos semanas de vacaciones con mi pareja a la playa. Había tardes en las que a ella le apetecía quedarse en la cama echándose la siesta o ir a la playa y no hacer nada, y yo quería hacer turismo, moverme o simplemente hacer cualquier cosa que no fuese tumbarme y relajarme.
Tengo la sensación de que me exijo demasiado y que no me permito relajarme porque me da miedo quedarme a solas con mis pensamientos. No sé por qué me cuesta tanto estar tranquilo cuando es evidente que lo necesito, pero sé que tengo que pararme quieto.
Por qué tenemos intolerancia al aburrimiento
Vivimos en un momento histórico en el que siempre tenemos algo que hacer, aunque estemos en un pueblo perdido de la mano de Dios. Con un solo clic podemos acceder a Instagram, Twitter, Facebook, YouTube e incluso a Netflix, HBO, o cualquier plataforma de vídeos. Cada semana se estrena una nueva película y tenemos un catálogo infinito de series pendientes de ver y videojuegos que jugar. Está genial poder matar nuestro tiempo libre tan fácilmente, pero por el camino estamos olvidando una cosa muy importante: la tolerancia al aburrimiento.
Esto sucede tanto a mayores como a los más pequeños. ¿Alguna vez has visto a un niño al que tras dos muecas de tristeza le ponen una tablet en la cara para que se entretenga? Por un lado, es normal que los padres quieran tener a su hijo ocupado, sobre todo si están fuera de casa y hay otras personas a las que puede molestar si se pone a llorar. El problema es que este niño no está aprendiendo a demorar la gratificación. Es decir, no va a ser capaz de entender que si quiere algo a veces tendrá que esperar un rato, tolerando el aburrimiento hasta que esa gratificación llegue.
La falta de tolerancia hacia la demora de la gratificación no sólo les sucede a los niños adictos a las tablets. Todos hemos estado en un bar alguna vez más pendientes del teléfono que de nuestro interlocutor. De una forma u otra, hemos aprendido a rellenar los silencios sociales con notificaciones de WhatsApp. No pasa nada por estar con un amigo o con tu pareja callados y disfrutando del momento, pero nos cuesta tolerarlo y recurrimos al smartphone.
Cómo tolerar mejor el ‘no hacer nada’
No hay pastillas mágicas para mejorar nuestra intolerancia al aburrimiento, solamente esfuerzo y práctica. Por ejemplo, puedes dedicar media hora al día durante tres días de la semana a no hacer nada. Cuando digo nada, es nada. Túmbate en la cama, cierra los ojos y relájate. Enfréntate a tus pensamientos. A veces aflorarán preocupaciones o emociones desagradables, pero tienes que aprender a enfrentarte a ellas. Al fin y al cabo, lo que te molesta no es la emoción ni la preocupación como tal, sino la interpretación que haces de ellas.
Si esta situación te desborda y eres incapaz de tumbarte sin hacer nada porque experimentas mucha ansiedad o tristeza, ponte en manos de un psicólogo. Acude a un profesional de la salud psicológica y explícale tu situación. No es una tontería porque te está afectando para mal, y pedir ayuda en estos casos es un acto muy valiente.