Solo hace falta dar un paseo por Instagram para encontrar el hashtag #realfood pero, ¿qué significa esta palabra? El movimiento 'realfooding' lo ha fundado por Carlos Ríos, un nutricionista que ahora mismo está petándolo en redes sociales gracias a su aplicación 'MyRealFood'. El objetivo del 'realfooding' es que tomemos conciencia de lo que nos llevamos a la boca y sepamos diferenciar la comida ultraprocesada, los buenos procesados y la comida real. Hoy vamos a analizar a fondo cuál es la diferencia entre estos alimentos, en qué medida debemos preocuparnos por nuestra alimentación y cuáles son los riesgos de este tipo de aplicaciones para algunas personas.
El objetivo del 'realfooding' es incrementar el consumo de alimentos reales (tal y como su nombre indica) y evitar en la medida de lo posible los ultraprocesados. La gran pregunta es cómo saber diferenciar la comida real de los ultraprocesados en el supermercado.
Los ultraprocesados son productos preparados a partir de otros alimentos mediante procesamientos que dejan bastante que desear para nuestra salud, como por ejemplo la presencia de grasas trans o de azúcares y harinas refinadas. Algunos ejemplos son los refrescos energéticos, los zumos envasados, la bollería industrial, las salsas comerciales, las patatas fritas de bolsa, etc. (seguro que se os ocurren más alimentos que meter en la lista).
A raíz del movimiento 'realfooding' muchas marcas han comenzado a elaborar productos ‘naturales’, pero a veces lo único que tienen de natural es la etiqueta. El truco para engañar al consumidor es eliminar ingredientes como los conservantes o emulsionantes, que suenan a chino pero que sirven para preservar los alimentos y no son peligrosos, o sustituir algunos productos de la composición, por ejemplo, el azúcar blanco por azúcar moreno. Así suena más 'chic', pero el resultado es el mismo: una cantidad de azúcar excesiva.
En la otra cara de la moneda nos encontramos la comida real, que serían todos los alimentos que o bien no han sido procesados, o bien el procesamiento no ha empeorado su calidad o propiedades nutricionales. Por ejemplo, las verduras, frutas, legumbres, pescado, cereales de grano entero, huevos, carne, etc.
En un punto intermedio nos encontramos los buenos procesados. Son alimentos reales a los que se les ha retirado o añadido algún ingrediente mediante procesamiento para hacerlos más seguros y para evitar que caduquen o se echen a perder antes. Algunos ejemplos son el pescado enlatado, legumbres embotelladas, gazpacho envasado, frutas o verduras congeladas, leche UHT, aceite de oliva virgen extra, etc.
Los ultraprocesados son malos para la salud, a nadie le pilla por sorpresa, y reducir su consumo es necesario para evitar problemas cardíacos y digestivos entre otros. El problema surge cuando llevamos la filosofía 'realfood' a la obsesión, algo que por desgracia es bastante común en los menores de 30 años.
Una cosa es ser conscientes de lo que tenemos en la nevera y otra muy distinta es pasarnos la vida contando calorías, restringiendo nuestra ingesta o sufriendo si salimos el viernes con nuestros amigos y quieren cenar pizza.
El movimiento 'realfooding' es totalmente necesario, sí, pero hay matices que debemos tener en cuenta:
Cuando vemos un alimento y en nuestra cabeza saltan las alarmas y la etiqueta de ‘malo’ con luces de neón rojas, es inevitable que nos sintamos culpables si lo consumimos (y hay que tener claro que tarde o temprano lo consumiremos). Si estás de cañas con tus amigos y ponen patatas fritas, a veces picas. Si vas de boda y el postre es un brownie con nata, una cucharada cae. Si tu mejor amigo celebra su cumpleaños y pide pizza, te puede apetecer una porción.
Cuando el movimiento 'realfooding' se vive como una dieta restrictiva, comer esporádicamente estos alimentos que acabamos de mencionar es el fin del mundo. Algunas personas realizan conductas compensatorias como hacer ejercicio excesivo o ayunar al día siguiente, y otras directamente evitan ir a cualquier evento social para no exponerse a los ultraprocesados. En otras palabras, desarrollan una relación obsesiva con la comida y comienzan a mostrar pautas propias de un TCA (Trastorno de la Conducta Alimentaria).
Es importante comer bien y cuidar nuestra salud física, pero no debemos ni podemos descuidar nuestra salud psicológica por el camino. Todos atravesamos periodos de vulnerabilidad en los que obsesionarnos con la comida es tan sencillo que a veces no nos damos ni cuenta; un día estás en el supermercado mirando las etiquetas de la mermelada y al día siguiente estás en tu casa llorando porque ayer comiste un sándwich con bacon.
Los atracones, la restricción, la culpabilidad y el potencial riesgo de desarrollar un TCA son tan peligrosos como la obesidad, las enfermedades cardiacas o los problemas digestivos asociados a los ultraprocesados. Por eso es importante entender que la alimentación saludable no es o blanco o negro, que el 'realfooding' no es una dieta y que las aplicaciones para etiquetar alimentos a veces hacen más mal que bien. Si es tu caso, acude a un psicólogo especializado en TCA y comienza a cuidar tu salud psicológica tanto como la física.