Marta desbloquea su móvil, abre Instagram y da varios ‘me gusta’ a fotografías de amigos. En su perfil hay 113 personas a las que sigue y 95 seguidores, pero no siempre ha sido así. Años atrás su cuenta de Instagram acumulaba casi 100.000 followers.
La joven de 26 años fue influencer, pero detrás de las fotografías promocionales y de los stories compartiendo su día a día, se escondía algo. “Fue la época de mi vida en la que peor me he sentido. Me acababa de mudar con mi ex a otra ciudad porque él encontró trabajo y no queríamos una relación a distancia, pero me sentí muy sola. No conocía a nadie y me pasaba desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde en casa”, recuerda.
En aquel momento, decidió abrirse una cuenta de Instagram en la que publicaba tutoriales de maquillaje, stories enseñando sus compras, recetas de todo lo que comía en su día o simplemente su rutina diaria. “Tenía cinco mil seguidores y me convertí un poco en una esclava de las apariencias”.
La joven reconoce que su vida real y lo que posteaba eran completamente diferentes. “Cuando mi novio se iba a trabajar a las ocho yo subía una foto de un desayuno que había hecho el día anterior y me volvía a dormir hasta las doce que era cuando me levantaba. Era todo muy artificial. Ni era feliz ni tampoco tenía dinero para comprar todo lo que compraba. Iba de compras, me hacía fotos en casa y devolvía la ropa”.
“Luego me obsesioné con que podía convertir mi Instagram en un trabajo, pero para ello necesitaba más seguidores. Llego un punto en el que la mayoría de mis seguidores eran comprados. No saqué casi nada de dinero de eso porque las únicas colaboraciones que hacía eran a cambio de productos regalados, tipo relojes, algo de bisutería, ropa o maquillaje, pero sólo me pagaron un par de veces y ya”, confiesa. “De todos modos pienso que si hubiese sido real, si hubiese tenido todos esos seguidores de verdad, tampoco habría sido feliz. ¿Cómo podía serlo poniendo día sí día también fotos de una vida perfecta estando fatal?”, se pregunta.
Además, su relación que en vídeos parecía idílica en realidad era un amor dependiente y tóxico. “Mi ex estaba hasta las narices de que le pidiese salir en Instagram o de que cada vez que íbamos fuera todo fuesen fotos mías, de la comida o de lo que fuese. Y a eso le sumas que yo estaba en una ciudad nueva sin conocer a nadie. Él era mi todo, y me volví dependiente emocionalmente”, confiesa.
Finalmente, decidió cortar con todo. “Mi ex y yo lo dejamos porque la relación solo era echarle cosas en cara y yo no estaba bien allí. Volví con mis padres y encima hubo una polémica de una influencer que denunció un foro de internet en el que ponían finas a las influencers. Me metí a mirar y aunque yo no tenía ni página ni nada, sí que habían soltado comentarios muy bestias. Si los lees de vez en cuando pues oye, duele, pero sigues con tu vida, pero leerlos todos de golpe se juntó con lo que estaba viviendo y directamente me desinstalé Instagram”.
“Pensé que sería más difícil dejarlo”, explica, “pero no me costó nada. Al final me acabé eliminando la cuenta y ahora tengo un Instagram privado”. Esta privacidad que tanto valora es la que ha llevado a Marta a ocultar su identidad en este testimonio bajo un nombre falso y a no mencionar su antigua cuenta de Instagram.
La historia de Marta es lo que muchos imaginan que se esconde detrás de los influencers con un gran número de seguidores. Por un lado, nos cuesta reconocer que las redes sociales puedan ser un trabajo y tendemos a infravalorar nuevas formas de ganarse la vida igual de legítimas que las más tradicionales. Sin embargo, la demarcación entre lo que es vida privada o no y lo que es publicidad o real muchas veces no está clara.
A esto se suma que convertir tus redes sociales en un trabajo puede dar lugar a numerosos conflictos internos. ¿Qué expones? ¿Qué partes de tu vida decides reservar para ti mismo? ¿Cómo lidias con las exigencias de aquellos seguidores que a diario te envían mensajes cuestionando tu vida? En un trabajo de oficina sólo hay compañeros y uno, dos o tres jefes. En cambio, en el mundo de las influencers parece que los followers adoptan un rol autoritario, como si por el simple hecho de haber llevado a esa persona a “la fama”, ésta les debiese la vida.
Creemos que es fácil ser influencer, pero lidiar con un trabajo en el que lo importante son las apariencias y en el que todos opinan sobre tu vida.
Pero ojo, porque la artificialidad a la que se enfrentan los influencers no es algo ajeno a quienes solo tienen cien seguidores. Todos nos hemos acostumbrado a esos filtros que difuminan la piel, agrandan los ojos y afinan la cara. Todos nos vemos mejor en las fotos que publicamos en el feed de Instagram que en el espejo de casa recién despertados. Todos nos hemos convencido de que las redes sociales son un lugar en el que solo hay cabida para los viajes, la comida bien emplatada, las cañas en una terraza bonita y el ejercicio físico sin una gota de sudor. Al fin y al cabo, la esclavitud de las redes sociales no entiende de seguidores ni de seguidos.